Silvia Ribeiro*
Pese al claro rechazo al maíz transgénico por parte de la gran mayoría de la población, las trasnacionales que controlan el negocio siguen presionando para que se aprueben estos granos en México. Para ello prueban nuevas trampas y mentiras, a ver si alguna resulta. Si no, intentarán otros métodos, como hicieron para lograr que el Congreso apruebe una ley de bioseguridad (la Ley Monsanto) y luego una de certificación y comercialización de semillas, totalmente a su favor y en contra de los intereses nacionales.
Para las trasnacionales de los agro-transgénicos –que son las mismas que controlan el mercado mundial de semillas comerciales– es fundamental legalizar la contaminación transgénica en México a través del aval oficial para su siembra. México, por su alto consumo de maíz, es un mercado importante, sobre todo si todos usaran sus semillas.
Pero tienen un “problema”: más del 85 por ciento de los productores de maíz son campesinos, no quieren transgénicos y usan sus propias semillas. Incluso en los casos que estos campesinos usan híbridos, la mayoría son resultantes de la investigación pública y además, los “acriollan”, es decir, los adaptan y vuelven a sembrarlos.
Mirando las estrategias de las trasnacionales, apoyadas por leyes y políticas gubernamentales, parecería que la solución que pretenden dar a esto es terminar con los campesinos. A ver si así por fin dejan sus semillas y los que queden no tengan más opción que comprárselas a ellos.
Por un lado llevan una guerra mediática y demagógica con amenazas como “ya, muy pronto, el próximo mes o el siguiente” se aprobará la “experimentación” con maíz transgénico, que en realidad no se propone “experimentar” nada, sino abrir el canal para su comercialización.
Para decorar este escenario y ocultar el desprecio que tienen por el maíz nativo (del cual sacaron todas las variedades que hoy venden), las trasnacionales se consiguieron unos agricultores títere que se muestran negando alegremente lo mejor de su historia y su país. El libreto de este teatrito es el contrato de Monsanto con la CNC, que afirma crearán un banco de semillas de maíz nativo y al mismo tiempo promoverán la introducción de maíz transgénico. O sea, el zorro va a cuidar a las gallinas, abriendo una empresa de venta de pollos.
Aunque el proyecto es ridículo –por ejemplo dicen muy ufanos que “ya tienen 60 variedades”, cuando en México hay miles de variedades de maíz nativo en las comunidades campesinas– el papel al que se presta la CNC, no sólo es una traición, como lo han llamado los campesinos, sino una vergüenza nacional e internacional, de dimensiones históricas. Tomando el discurso que les dictan las transnacionales, dicen que es para que haya “opciones”. Pero no existe país en el mundo donde habiendo transgénicos no se haya contaminado. La contaminación es inevitable y por tanto intencional. Sirve a las empresas para crear situaciones de hecho y que todos tengan que primero aceptar los transgénicos, y ya legalizados, pagar por ellos. También dice la CNC que es “para conservar” las semillas porque otras instituciones no lo hacen. ¡Qué ignorancia! La diversidad del maíz no es la que puedan congelar en un banco, que de todos modos sí los hay públicos, sino la que existe en los campos, viva y alimentada en cada siembra, en cada intercambio, por las familias campesinas e indígenas.
Pero hay situaciones más peligrosas. Monsanto, por ejemplo, ha logrado en Veracruz –con la complicidad de Sedeso y la Fundación Miguel Alemán–, embarcar a grupos de campesinos a sembrar maíz híbrido, con la promesa de que sacarían mucha producción y les pagarían un precio más alto. Les dijeron que estaba “comprobado” que si usaban los agrotóxicos que vienen en el mismo paquete y trabajaban con tractores, obtendrían altos rendimientos, y que ellos comprarían la producción. Las instituciones nombradas prestaron millones de pesos para adquirir maquinaria e insumos. Como no podían llegar al volumen que puso Monsanto, los campesinos arrendaron tierras de vecinos. Pero, el rendimiento no fue el “comprobado” y para la cosecha de invierno 2007 les pagaron apenas 1.50 pesos por kilo, por debajo del precio pactado. Los campesinos quedaron endeudados y sin maíz para comer. Este tipo de experimentos o muy similares se repiten en otras partes del país.
A Monsanto y otras empresas con prácticas similares, les resultan un excelente negocio (venden sus semillas y agrotóxicos, no corren riesgo, las instituciones los subsidian). Además, Monsanto no es un productor de grano de maíz, sino de semillas, entonces este experimento parece más bien diseñado para probar la adaptación de sus variedades híbridas a los distintos climas y regiones del país, para luego convertirlas en transgénicos. Los costos del experimento, la tierra agotada, el trabajo mal pago, la contaminación con agrotóxicos y las deudas le quedan a los campesinos.
Las trasnacionales, los empresarios y muchas autoridades seguirán derrochando ingenio y dinero público para inventar maneras de expulsar a los campesinos y pueblos indígenas de la tierra. La lucha de resistencia, por lo tanto seguirá. Por todo ello no podemos olvidar que los campesinos siguen siendo la base real de la alimentación de todos. El tema no es “campesino”: es de todos.
*Investigadora del Grupo ETC
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