Las derechas en el poder
Pemex no necesita inversión privada, basta con que se le trate como verdadera compañía y no se le quite el 90% de sus ingresos para financiar a políticos y empresarios
Foto: Alfredo Domínguez
Si muchos no lo ven es sólo porque no quieren verlo, pero los hechos están a la vista: las derechas en el poder son desastrosas. Su espíritu oligárquico no les permite gobernar más que de un modo: favorecer los intereses de los dueños de la riqueza sacrificando los intereses populares y del conjunto de la nación. Las derechas tampoco saben gobernar sino abusando del poder. Entre más poder tienen, mejor se desempeñan. Las derechas priístas tenían un poder indisputado y daban la impresión de que sabían gobernar, pero nos llevaron durante treinta años de una tragedia a otra sin solución de continuidad. La derecha panista (o, ¿las derechas?) ha resultado todavía más incompetente para gobernar, sobre todo, porque ya no cuenta con ese poder omnímodo de que gozaban las priístas.
Alguien ha dicho recientemente que los panistas son más cínicos en el ejercicio del poder que nuestros antiguos gobernantes priístas. Siendo cierto eso, yo agregaría que son, con toda evidencia, más irresponsables. Han olvidado por completo las enseñanzas de su fundador, don Manuel Gómez Morín, quien, influido por las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia, creía de verdad en la justicia social. Todo el que lea sus escritos tiene que admitir que muchos de sus argumentos e incluso muchas de sus propuestas podrían compartirse. Los panistas de hoy crecen ideológicamente con un odio visceral hacia lo que consideran de izquierda y, como la izquierda quiere siempre hablar a nombre del pueblo, en el fondo odian al pueblo, que para ellos es siempre el pueblo naco.
Cuando llegan al poder, actúan en consecuencia. Ellos están convencidos, como lo estuvieron los priístas derechistas que nos gobernaron durante decenios, que los únicos que pueden desarrollar la economía y construir el nuevo país en el que ellos piensan (tan confuso como todo lo que se alberga en sus mentes) son los que tienen el poder de la riqueza y de lo que ellos consideran es la cultura. Hay que gobernar para ellos cuando se tiene el poder. El pueblo es una noción que muy pocas veces aparece en el ideario panista y, para ellos, es el pueblo que trabaja con éxito empresarial y prospera y logra un buen nivel de vida. Los jodidos que viven de su trabajo, como asalariados o de la tierra, tan sólo con sus manos, o los comerciantes informales, ésos no son el pueblo en el que ellos piensan. Su pueblo es esencialmente clasemediero y tan proyanqui como lo son ellos mismos.
Gobernar para el pueblo y realizar la justicia social no está en el ideario de la derecha. El pueblo de los jodidos es, simplemente, un estorbo que prefieren dejar a las izquierdas para se entretengan con sus discursos demagógicos y vacíos. Si ese pueblo se alebresta queda siempre la fuerza represora del Estado y contra ella no tiene con qué responder. Están convencidos de ello. Para los panistas ultramontanos y yunquistas, la verdadera sociedad es la sociedad bonita a la que ellos piensan que pertenecen. La que nos dio el gran espectáculo en las bodas del panista Jorge Zermeño y del priísta Humberto Moreira, en las que el poder económico y el poder político se dieron la mano en el típico modo de ser de la derecha (panista y priísta).
Las derechas no tienen ideología, tienen intereses y a ellos responden siempre. Las ideas descerebradas con las que gobiernan siempre están referidas a sus intereses. El hacer promesas en las campañas electorales les parece que es sólo un recurso para ganar votos y no se ruborizan cuando, ya llegados al poder, se olvidan tranquilamente de las mismas. Sienten y piensan que los votantes les dieron el poder para que hicieran con él lo que les dé la gana. Saquear un erario público que hoy, a pesar de los pésimos sistemas de recaudación, es más rico que nunca, y dar a manos llenas el dinero de la nación a los empresarios, sus verdaderos héroes o apropiárselo ellos mismos, les parece la cosa más natural del mundo.
No hace muchos años, echábamos la culpa a los tecnócratas dogmáticos y obsesivos por el mal gobierno. Es algo que requiere ser revisado. No era, en el fondo, por ser tecnócratas que cometían tantos y tan flagrantes errores; era porque eran unos derechistas consumados. Sus errores no eran sólo técnicos o instrumentales; eran propósitos abiertamente derechistas y reaccionarios. Todavía no entiendo por qué muchos les llamaban “neo liberales” cuando debieron haberlos llamado por su verdadero nombre: derechistas. Nadie sabe a ciencia cierta lo que es un “neo liberal”, pero todos podemos entender lo que es un derechista.
Ciertamente, la derecha, como la izquierda o el centro mismo, cambian continuamente de signo. Yo, de Gómez Morín e incluso del ultramontano González Luna, no veo nada en los actuales panistas. Por sus intereses podemos conocerlos y nos han dado sobradas muestras de lo que son. Es en sus intereses que se diferencian, pero coincidiendo todos. Yo ya no veo mucha diferencia (excepto de siglas) entre la derecha priísta y la derecha panista (y hasta la derecha perredista). Todos buscan lo mismo: congraciarse con los dueños del capital y abrirles todos los caminos para que se enriquezcan sin medida. ¿Qué diferencia hay entre el presidente de México que a un hombre que no tenía más que inversiones sin ser todavía un empresario le entregó la varita mágica del enriquecimiento sin medida que se llamó Telmex y los que luego nos han gobernado haciendo de Televisa y de Tv Azteca un poder decisorio en la política nacional?
En política internacional, los gobiernos panistas han sido un fracaso total. Los priístas, que luego se volvieron derechistas, sabían hacer mucho mejor las cosas. Los panistas no tienen ni idea del mundo en que viven. La peor experiencia con ellos ha sido la tragedia de nuestros compatriotas que se han visto forzados a abandonar el país para buscar un mejor futuro en Estados Unidos. No les importa un bledo. No es su asunto. Es asunto de los jodidos de siempre que no saben hacer negocios ni ganarse la vida. Nos han dicho siempre que quieren un nuevo trato con la potencia receptora. Pero todo lo que hacen favorece el modo en el que las autoridades norteamericanas tratan a nuestros connacionales. Los yanquis saben que los panistas en el gobierno no tienen ningún interés en ello.
Que Felipe Calderón quiere privatizar Pemex, es un hecho. Nuestra compañía petrolera no necesita de inversión privada como lo sugirió varias veces el mismo Cuauhtémoc Cárdenas. Bastaría con que se le tratara como una verdadera compañía y no se le quitara el noventa por ciento de sus colosales ingresos para financiar a políticos y empresarios. Con ello le bastaría para ser una empresa modelo, como Petrobras de Brasil, que no cuenta con los cuantiosos recursos naturales de la nuestra. La inversión privada debería ser estrictamente complementaria y bien controlada. Que no le interesa el negocio, bueno, pues que no entre en él. Y es sólo un ejemplo de lo que la derecha hace en el poder.
Con la derecha en el poder, nuestro país va directo al destazadero y, si los demás no reaccionamos, un día no muy lejano nos encontraremos con que ya no tenemos país o, como dice Carlos Fernández-Vega, es un “México SA”, sin otra identidad que la de los buenos negocios para los ricos y los extranjeros.
Alguien ha dicho recientemente que los panistas son más cínicos en el ejercicio del poder que nuestros antiguos gobernantes priístas. Siendo cierto eso, yo agregaría que son, con toda evidencia, más irresponsables. Han olvidado por completo las enseñanzas de su fundador, don Manuel Gómez Morín, quien, influido por las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia, creía de verdad en la justicia social. Todo el que lea sus escritos tiene que admitir que muchos de sus argumentos e incluso muchas de sus propuestas podrían compartirse. Los panistas de hoy crecen ideológicamente con un odio visceral hacia lo que consideran de izquierda y, como la izquierda quiere siempre hablar a nombre del pueblo, en el fondo odian al pueblo, que para ellos es siempre el pueblo naco.
Cuando llegan al poder, actúan en consecuencia. Ellos están convencidos, como lo estuvieron los priístas derechistas que nos gobernaron durante decenios, que los únicos que pueden desarrollar la economía y construir el nuevo país en el que ellos piensan (tan confuso como todo lo que se alberga en sus mentes) son los que tienen el poder de la riqueza y de lo que ellos consideran es la cultura. Hay que gobernar para ellos cuando se tiene el poder. El pueblo es una noción que muy pocas veces aparece en el ideario panista y, para ellos, es el pueblo que trabaja con éxito empresarial y prospera y logra un buen nivel de vida. Los jodidos que viven de su trabajo, como asalariados o de la tierra, tan sólo con sus manos, o los comerciantes informales, ésos no son el pueblo en el que ellos piensan. Su pueblo es esencialmente clasemediero y tan proyanqui como lo son ellos mismos.
Gobernar para el pueblo y realizar la justicia social no está en el ideario de la derecha. El pueblo de los jodidos es, simplemente, un estorbo que prefieren dejar a las izquierdas para se entretengan con sus discursos demagógicos y vacíos. Si ese pueblo se alebresta queda siempre la fuerza represora del Estado y contra ella no tiene con qué responder. Están convencidos de ello. Para los panistas ultramontanos y yunquistas, la verdadera sociedad es la sociedad bonita a la que ellos piensan que pertenecen. La que nos dio el gran espectáculo en las bodas del panista Jorge Zermeño y del priísta Humberto Moreira, en las que el poder económico y el poder político se dieron la mano en el típico modo de ser de la derecha (panista y priísta).
Las derechas no tienen ideología, tienen intereses y a ellos responden siempre. Las ideas descerebradas con las que gobiernan siempre están referidas a sus intereses. El hacer promesas en las campañas electorales les parece que es sólo un recurso para ganar votos y no se ruborizan cuando, ya llegados al poder, se olvidan tranquilamente de las mismas. Sienten y piensan que los votantes les dieron el poder para que hicieran con él lo que les dé la gana. Saquear un erario público que hoy, a pesar de los pésimos sistemas de recaudación, es más rico que nunca, y dar a manos llenas el dinero de la nación a los empresarios, sus verdaderos héroes o apropiárselo ellos mismos, les parece la cosa más natural del mundo.
No hace muchos años, echábamos la culpa a los tecnócratas dogmáticos y obsesivos por el mal gobierno. Es algo que requiere ser revisado. No era, en el fondo, por ser tecnócratas que cometían tantos y tan flagrantes errores; era porque eran unos derechistas consumados. Sus errores no eran sólo técnicos o instrumentales; eran propósitos abiertamente derechistas y reaccionarios. Todavía no entiendo por qué muchos les llamaban “neo liberales” cuando debieron haberlos llamado por su verdadero nombre: derechistas. Nadie sabe a ciencia cierta lo que es un “neo liberal”, pero todos podemos entender lo que es un derechista.
Ciertamente, la derecha, como la izquierda o el centro mismo, cambian continuamente de signo. Yo, de Gómez Morín e incluso del ultramontano González Luna, no veo nada en los actuales panistas. Por sus intereses podemos conocerlos y nos han dado sobradas muestras de lo que son. Es en sus intereses que se diferencian, pero coincidiendo todos. Yo ya no veo mucha diferencia (excepto de siglas) entre la derecha priísta y la derecha panista (y hasta la derecha perredista). Todos buscan lo mismo: congraciarse con los dueños del capital y abrirles todos los caminos para que se enriquezcan sin medida. ¿Qué diferencia hay entre el presidente de México que a un hombre que no tenía más que inversiones sin ser todavía un empresario le entregó la varita mágica del enriquecimiento sin medida que se llamó Telmex y los que luego nos han gobernado haciendo de Televisa y de Tv Azteca un poder decisorio en la política nacional?
En política internacional, los gobiernos panistas han sido un fracaso total. Los priístas, que luego se volvieron derechistas, sabían hacer mucho mejor las cosas. Los panistas no tienen ni idea del mundo en que viven. La peor experiencia con ellos ha sido la tragedia de nuestros compatriotas que se han visto forzados a abandonar el país para buscar un mejor futuro en Estados Unidos. No les importa un bledo. No es su asunto. Es asunto de los jodidos de siempre que no saben hacer negocios ni ganarse la vida. Nos han dicho siempre que quieren un nuevo trato con la potencia receptora. Pero todo lo que hacen favorece el modo en el que las autoridades norteamericanas tratan a nuestros connacionales. Los yanquis saben que los panistas en el gobierno no tienen ningún interés en ello.
Que Felipe Calderón quiere privatizar Pemex, es un hecho. Nuestra compañía petrolera no necesita de inversión privada como lo sugirió varias veces el mismo Cuauhtémoc Cárdenas. Bastaría con que se le tratara como una verdadera compañía y no se le quitara el noventa por ciento de sus colosales ingresos para financiar a políticos y empresarios. Con ello le bastaría para ser una empresa modelo, como Petrobras de Brasil, que no cuenta con los cuantiosos recursos naturales de la nuestra. La inversión privada debería ser estrictamente complementaria y bien controlada. Que no le interesa el negocio, bueno, pues que no entre en él. Y es sólo un ejemplo de lo que la derecha hace en el poder.
Con la derecha en el poder, nuestro país va directo al destazadero y, si los demás no reaccionamos, un día no muy lejano nos encontraremos con que ya no tenemos país o, como dice Carlos Fernández-Vega, es un “México SA”, sin otra identidad que la de los buenos negocios para los ricos y los extranjeros.
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