Por Dr. Eugenio R. Balari
Los niños siempre serán los más vulnerables
Recuerdo que hace solamente unos seis meses, el director general de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para la Agricultura y la Alimentación (FAO), manifestaba públicamente que la reducción del hambre mundial era una empresa lejana.
Entre sus diferentes argumentos expresados este funcionario nos señalaba, fundamentalmente, la falta de inversiones significativas orientadas hacia la agricultura en la mayoría de los países, en particular en los más atrasados.
Apenas medio año de transcurridos estos planteamientos, hemos podido apreciar cómo la situación actual de los alimentos se ha hecho aún mucho más crítica e insoportable, sobre todo para la gran mayoría de las llamadas naciones del tercer mundo y sus estratos sociales de menor poder adquisitivo.
Existe un amplio consenso entre los especialistas, de que los problemas más importantes que inciden sobre la crisis alimentaria actual se encuentran relacionados, entre otros aspectos, con el aumento de la población mundial, en particular en ciertas regiones del planeta que significativamente no son ni las más ricas ni las más desarrolladas, como por ejemplo es el caso del continente africano. También, por los mismos problemas que se vienen derivando del cambio climático, que evidentemente en muchas partes de la Tierra afectan a diferentes cultivos e impiden su producción o la ampliación de los mismos.
Más recientemente, por la irracional tendencia que ha prevalecido de avanzar hacia la producción de los biocombustibles para atenuar los déficits del petróleo y el incremento imparable de los precios en el mercado mundial.
A todo ello se puede agregar la insensibilidad y el manejo ambicioso de una economía financiera globalizada (prácticamente de casino) que se aprovecha de cualquier situación de crisis para sacar ventaja, incluso cuando se trata de aspectos tan sensibles y humanos como resulta el de evitar la masificación del hambre y la extrema pobreza entre millones de seres humanos y en especial la de los niños.
El director general de la FAO, cuando a finales del 2007 realizaba sus valiosos comentarios, nos advertía que lo que se trataba era de disminuir la cifra de 850 millones de hambrientos y alertaba que la situación, de continuar agravándose, podía afectar hasta los propios países en desarrollo.
El caso de Africa es bien ilustrativo, decía, dado que en esta región del planeta el 96% de las tierras cultivadas dependen básicamente del agua de lluvia y no precisamente de una gestión estatal o empresarial que posibilitara implementar sistemas de regadíos para desarrollar y beneficiar los cultivos.
De igual manera que la FAO, a principios del año en curso, la UNICEF solicitaba internacionalmente la cifra de 850 millones de dólares para ayudar a los niños a paliar sus lamentables situaciones.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) pedía dicho dinero con mucha urgencia, con vistas a financiar operaciones de ayuda de emergencia para millones de niños en situaciones precarias en todo el mundo.
Aparecía, en su Informe Anual sobre la Acción Humanitaria, la necesidad de recaudar esos fondos y ofrecer las mayores asignaciones a los niños de países como Pakistán, Uganda, Sudán y la República Democrática del Congo.
El tema de la alimentación, por supuesto, es una constante dentro de las contribuciones tan valiosas que se canalizan y producen a través de la UNICEF en muchas partes del mundo.
En el Informe, por ejemplo, se destacaba la seria crisis en la provincia sudanesa de Darfur, fronteriza con Chad, con más de dos millones de desplazados.
Y en esa misma nación, en el Sur, la situación también es muy crítica, porque las tasas de morbilidad entre las madres y los niños se encuentran entre las más altas del mundo.
Aparecen también otros críticos conflictos con sus dolorosas consecuencias en la República Democrática del Congo, la República Centroafricana y el Chad; para todos estos países igualmente se requiere de una financiación continua y oportuna para mitigar el hambre, sobre todo, en la vulnerable población infantil.
He querido retomar algunas de las más recientes informaciones (de manera resumida) que fueron originadas relativamente hace poco tiempo por estos dos prestigiosos organismos internacionales, con relación a los problemas del hambre, la alimentación y en particular sobre los efectos que causan estos problemas en la situación de los niños de estos países.
Todos estos planteamientos fueron hechos antes de la reciente y más dramática coyuntura que ha elevado significativamente los precios de los alimentos básicos en los mercados internacionales.
Nos gustaría saber ahora, más que unos meses atrás, cuando para muchos países se hacen prácticamente inaccesibles las compras de los alimentos esenciales en los mercados y millones de personas no podrán acceder a ellos, el conocer las inquietudes y sobre todo los pronósticos de estas responsables y autorizadas instituciones internacionales acerca de los posibles impactos que los precios actuales provocarán y sus seguras consecuencias sociales para los amplios conglomerados sociales del tercer mundo.
Con seguridad los asiduos lectores de POR ESTO! lo agradecerían.
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