Octavio Rodríguez Araujo
El fin de la actual fase del capitalismo, conocida como neoliberalismo, comienza a ser realidad. La crisis no es sólo económica (financiera y monetaria): es también política y ambiental. Y en países como México, también de seguridad y de valores.
Los mitos del neoliberalismo se están cayendo uno tras otro. Una vez más el Estado tiene que intervenir (como en los años 30 del siglo pasado) para salvar a las empresas y, puesto que estamos hablando de estados capitalistas, salvar a millones de personas amenazadas por el cierre de esas empresas, no porque sean personas, sino porque si ya no son productores que por lo menos sean consumidores (el capitalismo funciona con base en el mercado y éste no existe si no hay consumidores de las mercancías que se producen). El desempleo masivo ya es una certeza porque la producción ha disminuido y ésta ha bajado porque la gente no tiene dinero para comprar: un perverso círculo vicioso que ya se veía en el horizonte próximo, pero al que nadie le hizo caso hasta que nos alcanzó.
La especulación, el enriquecimiento desmedido, la ganancia fácil son elementos que provocaron la crisis que vivimos. Todos los días se despiden trabajadores de bancos, de industrias, de grandes comercios, etcétera, y lo peor para los capitalistas es que con esos despidos están muy lejos de resolver el problema, pues están acabando con los consumidores (los desempleados consumen lo mínimo para sobrevivir). Sólo los estados pueden paliar esta tragedia reactivando la economía con obras de infraestructura, evitando la quiebra de empresas, regulando precios y, para colmo de la contradicción ortodoxa del pensamiento neoliberal, regresando a los subsidios y a las inyecciones de divisas para mantener más o menos estables las monedas.
¿No hay recesión? ¿Y cómo se llama al estancamiento inmobiliario, a las ofertas de automóviles de lujo (que en México se ofrecen en dólares de menos de 11 pesos), a la promesa de los supermercados de que no variarán los precios? Basta ir a las tiendas para ver lo que sucede. ¿Cuándo se iban a imaginar, hace un lustro, la nacionalización-estatización de instituciones financieras en países donde surgió el neoliberalismo con Reagan y Thatcher hace poco más de 25 años? El Consenso de Washington propuesto por Williamson en 1989, y adoptado como receta maestra por decenas de gobiernos en el mundo, se ha vuelto una contradicción. ¿Dónde quedó la liberalización de las tasas de interés, del comercio internacional y de la entrada de inversiones extranjeras que se asumió como dogma para el funcionamiento del capitalismo? Se desvaneció o, peor, se volvió una pesadilla de la que todo mundo quiere despertar, con Bush como personaje central y tan distorsionado como lo es en la realidad: sólo falta que en Times Square aparezca un gran reloj digital y luminoso que marque los días de manera regresiva para terminar con una explosión radiante el día que Obama tome posesión. Así se ven las cosas en el país vecino, o así la quieren ver los que aún quieren tener la esperanza de que algo cambie o de que las cosas no sigan iguales.
Éste es el panorama mundial, pero en México estamos peor. Además de la falta de previsión (un catarrito que se volvió neumonía) tenemos la inseguridad. Ésta ha crecido a un ritmo tal que la gente ya no quiere salir de su casa y, a decir verdad, ni la casa es protección contra asaltantes armados (el recientísimo caso de Rosa Luz Alegría en el sur de Morelos, por ejemplo). ¿De dónde surgió la inseguridad que padecemos? De Los Pinos. Calderón, como se ha dicho miles de veces, se puso a golpear el avispero sin medir las consecuencias y sin estar preparado para enfrentar el desmadre que produjo. Y todo por quedar bien con Washington, pues las consecuencias del narcotráfico no son, ni de lejos, tan graves como en Estados Unidos, el principal consumidor per cápita de drogas en el mundo. Según la Encuesta Nacional de Adicciones (La Crónica, 23/09/08), en los últimos seis años el número de adictos a drogas ilegales aumentó 51 por ciento hasta alcanzar la cifra de 500 mil personas. Parecen muchos, pero no representan ni 0.50 por ciento de la población del país. México sigue siendo un país productor y transportador de drogas hacia la potencia del norte, donde está el verdadero mercado, por eso la presión para que aquí se combata el narcotráfico y por lo mismo la Iniciativa Mérida. El problema es que el hampa se enojó y al sentirse como perro rabioso arrinconado convirtió su negocio en un problema de venganza. ¿En qué consiste esta venganza? Fácil: ¿quieres guerra?, la tendrás, y ahora el problema no es el consumo de drogas sino la inseguridad: asaltos, asesinatos, secuestros, golpe tras golpe. ¿No es sorprendente que sólo en 2008 haya casi tantos muertos civiles y de fuerzas de seguridad como en Irak? Sí, el lunes pasado habían muerto, durante 2008, 5 mil 376 personas en México y 5 mil 672 en Irak (véase http://icasualties.org/oif/). En un solo día leímos en páginas diferentes de La Jornada (2/12/09), México “empieza diciembre con récord criminal: 49 asesinatos en un día” y varias páginas después: “al menos 40 muertos en Afganistán e Irak”. Las notas no podrían ser más elocuentes.
Ya en la insania total, porque no cabe duda de que las crisis también provocan locura, el Partido Verde Ecologista y el gobernador de Coahuila, entre otros, piden pena de muerte a asesinos y secuestradores. ¿Por qué no, de una vez, quemarlos vivos en la plaza pública? El regreso a la noche oscura de la Edad Media. Esto es crisis de valores.
De la crisis política, ¿qué más se puede decir cuando vemos a Calderón coqueteándole a El Yunque para, unidos, tratar de no perder mucho en las próximas elecciones? ¿Qué más se puede decir de un sector del PRD que valida sus trampas gracias al tribunal electoral que legalizó la candidatura de Calderón en 2006? Estos dos ejemplos son equivalentes a que Beatriz Paredes invitara a Elba Esther Gordillo a la secretaría general del PRI para asegurarse el triunfo en 2009 (lo que no va a ocurrir). ¿Qué no está en crisis?
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