jueves, julio 02, 2009

Un poder sin sociedad

Laura Bolaños Cadena

Especialistas de los diferentes planteles de la Universidad Autónoma Metropolitana participaron en un foro que se inauguró el miércoles 25 de junio, titulado Diálogos desde la UAM: conceptualización, razonamiento y debate sobre la seguridad en México. Durante la apertura señalaron un aspecto pocas veces tocado: la falta de participación ciudadana que da lugar a un estado autoritario, “pues su interés fundamental parte del control y no del bienestar de la población”.
Se hizo fuerte crítica del gobierno actual. Sin mencionar directamente a Felipe Calderón, señalaron que los elevados niveles de violencia que padecemos “son resultado de un estado que ha perdido legitimidad social” y busca en el combate a la delincuencia organizada “esa base de apoyo que le permita gobernar, incluso, bajo un régimen de terror”. Uno de los especialistas, Guillermo Garduño, de la UAM-Iztapalapa, expresó que la base en la que se funda lo que llamó “relación perversa” entre la autoridad pública y la delincuencia organizada, es “un poder sin sociedad”. “Sólo una sociedad participativa, informada y con capacidad de organización”, remarcaron otros expertos, “podría romper el círculo vicioso que mantienen el poder público y la delincuencia organizada, pues la corrupción no se acabará hasta en tanto la ciudadanía no exija cuentas claras a los gobiernos de turno”.
Fácil nos desanimamos ante los fraudes electorales y la descomposición del único partido de izquierda que representó la esperanza en un gobierno con un proyecto nacionalista. No encontramos otra respuesta frente al fracaso de la administración actual para resolver cuestiones tan graves como la debacle económica y la inseguridad creciente que dar la espalda a las elecciones. La fuerza que se está empleando en impulsar el voto nulo bien podría dedicarse a impulsar mecanismos para exigir cuentas al gobierno. Sólo negar todo sin concretar propuestas no hace sino mantener la misma situación. Mientras senadores, diputados, magistrados, secretarios, etc. se sientan seguros de que una vez en el puesto son impunes, seguirán acomodados muy a gusto cobrando escandalosos sueldos y gozando de privilegios que incluyan el derecho a cobrar sin trabajar. Es indignante ver la sala del Congreso vacía o semivacía y los señores cobrando sus dietas muy a gusto. Son verdaderos aviadores. Y ya saben que “de perdis” tienen asegurado el “hueso” por cuatro o seis años.
Parecemos resignados a la corrupción como si fuera algo casi congénito al ser mexicano. Debe parecer extraño que el gen de la corrupción no haya aparecido en los estudios sobre nuestro genoma. La abstención o anulación del voto es parte de nuestra eterna justificación a la no participación: no se puede hacer nada.

El panorama no está como para el optimismo
A las calamidades se suma el creciente deterioro de las instituciones. Es penoso ver la poca altura de la pelea entre el gobierno federal y el de Sonora con motivo de la tragedia de la guardería ABC. A pesar de haber vivido el otro extremo, el ridículo y nefasto “señorpresidentismo” con ribetes de dictadura de paisecito bananero, no podemos alegrarnos de ver caer hasta más abajo del piso a las instituciones. No nos rasgamos las vestiduras como Gómez Mont ante “la falta de respeto al Señor Presidente”; lo que lamentamos es tener un presidente y unos gobernadores que no merecen ningún respeto. La autoridad es necesaria en todos los niveles; donde no hay autoridad hay desorganización y caos. Un hogar donde los padres pierden autoridad es un desastre; lo mismo una oficina, un negocio, una empresa grande o pequeña, una secretaría de estado. Pero la autoridad, el respeto, se ganan o se pierden.
En una democracia, los ciudadanos detentan la verdadera autoridad; los mandatarios son eso, mandatarios electos para ejercer la autoridad que se les ha encomendado; y los ciudadanos tienen el derecho y la responsabilidad de vigilar a sus representantes, exigirles cuentas de esa encomienda, participar en las decisiones y tener la capacidad de remover a los servidores públicos que no cumplan con su cometido. Aquí y ahora, para no hacer referencias al pasado, la sociedad mexicana está relegando su responsabilidad al permitir que los supuestos representantes hagan y deshagan ante nuestra impotente resignación. Lo más que se nos ocurre es levantar la nariz y darles la espalda. Que hagan lo que les da su gana, al fin no podemos hacer más que azotarlos con el látigo de nuestro desprecio.
Es una lástima que personas muy respetables estén optando por algo que no es ni siquiera resistencia pasiva. Como dijo un comentarista, la abstención o la anulación del voto no pasan de ser un castigo moral; pero nuestra clase política es inmoral.

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