Guillermo Almeyra
Por si se necesitase algo más para probar el lento y profundo deslizamiento de Francia y de Europa hacia la derecha, están el peligro de que sea presidente Nicolás Sarkozy y, por el otro lado, la extrema moderación y declinación del Partido Socialista, la casi desaparición del Partido Comunista (que obtuvo 2 por ciento, cuando hace 60 años, después de la Liberación, tenía casi un tercio del electorado) y la extrema debilidad y mudez política del movimiento sindical, reducido a un papel de testimonio.
Dos de las características esenciales de la Francia de posguerra están esfumándose: la organización de la clase obrera en los partidos y sindicatos tradicionales y el gaullismo, ese nacionalismo propio de la burguesía francesa frente a sus competidores. La mundialización dirigida por el capital financiero internacional, en efecto, ha concentrado el poder y la riqueza en manos de trasnacionales, las grandes empresas se trasladan a los países con costos salariales más bajos, destruyendo tradicionales centros obreros y sus territorios, y el gran capital destruyó al capital mediano y pequeño, a esa capa de pequeños patrones y notables que daba la base social de los partidarios de la grandeur de Francia.
El jacobinismo, por su parte, está escindido: los desocupados sin esperanza, los rabiosos, como los ex mineros de Pas de Calais, por ejemplo, votan por el nacionalismo exacerbado y antieuropeo y la xenofobia de Le Pen o se abstienen y adoptan el color azul de la bandera; los jóvenes técnicos y estudiantes sin futuro, más cultos, adoptan en cambio el rojo, el socialismo, el internacionalismo (la Liga Comunista Revolucionaria, trotskista, sacó 4.5 por ciento de los sufragios y fue la más votada en la izquierda radical), pero esa ala tiene muy escasa incidencia entre los obreros y el "pueblo menudo".
La pelea sigue dándose, por lo tanto, entre las distintas tendencias capitalistas: Nicolás Sarkozy, el Giuliani francés, el cowboy de París, expresa la fusión con Washington del ala que extrae las consecuencias de la crisis mundial capitalista y de las condiciones de guerra atómica preventiva, las cuales excluyen todo margen para la democracia y llevan a eliminar las peculiaridades burguesas sometiéndolas a la disciplina del Pentágono y la Casa Blanca. Segolene Royal, una Tony Blair con faldas, es igualmente "atlantista" porque el capitalismo francés es muy débil frente al estadunidense pero trata de mantener ciertos aspectos democráticos, porque ese capitalismo es también muy débil frente a los franceses y al peso de las tradiciones y la cultura social de los mismos. La Francia que votó NO a Europa tendrá que optar por dos políticos del SI.
En cuanto a los restos del gaullismo social y de los que en otros tiempos votaban radical-socialista (expresados por Bayrou) no son más que una polvareda social y podrían inclinarse tanto por uno como por otro candidato capitalista, según pese más en ellos el racismo o el nacionalismo antiestadunidense. En esas condiciones, y salvo una reacción masiva antiderechista que parece poco probable, quien tiene más posibilidades es Sarkozy, aunque ya pescó en el electorado de Le Pen y los que votaron por éste lo hicieron como protesta social y no es forzoso que ahora voten por un siervo de Washington, por reaccionario que sea.
La Royal, por su parte, también había conquistado en la primera vuelta cerca de 5 por ciento de los votos "útiles" de la izquierda revolucionaria o radical, de modo que sólo podrá sumar otro 10 por ciento de ese sector, lo cual la llevaría a casi el 32 por ciento "duro" y dependerá ahora de ganar la mayoría de los que votaron por Bayrou o algún voto anti Sarkozy entre los pocos que se abstuvieron. Pero, como ella es también proestadunidense, no hizo campaña contra su adversario acusándolo de ser el hombre de Washington, única posibilidad de ganar votos jacobinos conservadores.
Probablemente por eso perderá, ya que una buena parte de los obreros de Francia, enemigos del racismo, de la guerra y antimperialistas, no votan porque no son ciudadanos aunque sean explotados. Como en el siglo XIX, cuando sólo votaban los alfabetizados y propietarios, el proletariado en Francia no cuenta como tal en las elecciones.
El resultado de las elecciones en Francia, por supuesto, tendrá repercusiones en las relaciones con Estados Unidos, en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en la preparación de la guerra contra Irán y China y en el curso de la Europa, unida ahora por el gran capital. Sarkozy presidente quiere decir inestabilidad social y grandes movilizaciones obreras, populares y de inmigrantes. Quiere decir también que en la ONU sólo quedarán contra Estados Unidos, en el Consejo de Seguridad, Rusia y China unidas, y que el organismo internacional será un instrumento aún más sumiso para la política de guerra que Washington llevará adelante en la medida en que su economía y la crisis del gobierno Bush se precipiten.
Que el Partido Socialista Europeo tendrá que radicalizarse en el Parlamento de Estrasburgo y habrá que discutir una Europa de los pueblos y no de los banqueros, independiente de Estados Unidos. Quiere decir también una gran ofensiva ideológica a escala francesa y continental contra lo que queda de la izquierda, para tratar de convencerla de que lo único que puede oponerse a la derecha es un gran centro y de que en todas partes hay que hacer lo que hicieron los ex comunistas italianos del PDS, transformándose en un Partido Democrático a la Clinton.
O sea, la americanización total de la política institucional, dejando la extrainstitucional a la espontaneidad de movimientos desorganizados. Volvemos al siglo XIX y están en peligro todas las conquistas resultantes de la derrota del nazifascismo, e incluso las de los años del Estado de bienestar. Pero existe hoy otro nivel de conciencia, y las conquistas democráticas, sobre todo en Francia, no podrán ser borradas sin mayores problemas.
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