Guillermo Almeyra
Tiene razón el presidente venezolano Hugo Chávez cuando critica el carácter neoliberal del Mercosur, y mucho más aún cuando califica a los senadores brasileños de loros que repiten lo que dice Washington. El Mercosur tiene como eje a Brasil, con Argentina en un papel subordinado de secundón y los países pequeños (Paraguay y Uruguay) como simples comparsas de un cuarteto que para colmo está bastante fuera de compás. Si en cierta medida se puede hablar de una relativa complementaridad entre, por una parte, una Argentina exportadora de materias primas y en un muy incipiente proceso de reorganización industrial después de su catástrofe y, por otra, un Brasil con una industria importante, esa complementaridad se convierte en subordinación total en el caso de los otros socios. El ejemplo de las fábricas de pasta de papel sobre el río Uruguay muestra que el Mercosur no tuvo jamás la intención de ayudar al gobierno uruguayo a encontrar puestos de trabajo para una población económicamente activa diminuta, equivalente a la de un suburbio menor de Buenos Aires o de Sao Paulo, sirviéndole así en bandeja de plata la oportunidad a la derecha del Frente Amplio de jugarle todas sus cartas a la empresa ecocida Botnia y a un acuerdo privilegiado con Estados Unidos, verdadero caballo de Troya para el débil Mercosur. La energía hidroeléctrica de Yaciretá y de Itaipú en la frontera entre Paraguay, Argentina y Brasil tampoco ha beneficiado al primer país. Y mientras el Mercosur espera ampliarse incorporando a Bolivia, los intereses soyeros y ganaderos brasileños -y también argentinos- en el oriente boliviano desestabilizan al gobierno de La Paz. Sobre la idea abstracta de un bloque económico del sur de Sudamérica, que daría a las burguesías brasileña y argentina mayor margen de maniobra ante Estados Unidos y Europa, pero dentro del mismo esquema neoliberal y privilegiando el lucro empresarial por sobre todas las demás consideraciones, se ha construido una alianza de capitales, que da forma jurídica a los acuerdos aduaneros, a la creación de instituciones y a la elaboración de políticas comunes. Si la Unión Europea es una unión de los capitales y los bancos, no de los pueblos, el Mercosur es un proyecto de unión entre los capitales argentino-brasileños, profundamente dependientes de los imperialistas y de las finanzas internacionales.
Con Venezuela, además, tiene grandes problemas Brasil, que hambrea a los brasileños para destinar las mejores tierras no a producir alimentos para ellos y para el mundo sino a sembrar caña para extraer de ella etanol para empresas tan típicamente "brasileñas" como VW, Fiat, Volvo, Mercedes Benz, Ford, GM y para exportar a Estados Unidos. Lo cual quiere decir que el Mercosur choca con los planes venezolanos de sacar a su país de la dependencia del petróleo dedicando la renta petrolera a financiar y mejorar la producción de alimentos por los campesinos (para su mercado interno), a crear una cultura del trabajo y no de "mendicidad rentista" (se exportaba petróleo para importar productos fabricados y alimentos y con el petróleo se daban limosnas sociales) y a desarrollar una industria de base venezolana y, al mismo tiempo, ayudar al desarrollo cubano, boliviano y de los sectores sociales argentinos (empresas recuperadas, cooperativas agrarias) que soliciten un apoyo fraterno y den, en cambio, su solidaridad antimperialista. Brasil quiere competir con Venezuela en la provisión de combustibles a Estados Unidos vendiendo etanol en vez de petróleo. Y la industria venezolana es demasiado incipiente, técnicamente poco desarrollada, y tiene costos demasiado altos como para competir con las industrias brasileña y argentina, mientras que Venezuela, correctamente, no quiere importar sólo bienes de consumo y alimentarios sino sobre todo tecnología para desarrollar su industrialización. Agreguemos a esto que, en el caso argentino, por ejemplo, las importaciones no son siempre beneficiosas: se han comprado vacas lecheras muy buenas para terrenos llanos y climas templados pero pésimas para el trópico caribeño, o tecnología lechera en establo, altamente dependiente de maquinarias, insumos y medicamentos que hay que importar, y que no está diseñada para aprovechar la abundante mano de obra campesina venezolana y prepararla técnicamente. O, peor aún, algún argentino inescrupuloso ha vendido máquinas agrícolas con todo un paquete que favorece la introducción de la soya transgénica en un país cuya legislación se opone a eso. Es cierto que la necesidad tiene cara de hereje, y si no se encuentra en el mercado mundial nada mejor, a veces hay que recurrir transitoriamente a productos tecnológicamente atrasados o incluso potencialmente dañinos. Pero también es cierto que la necesidad permite hacer jugosos negocios a vivillos del mismo modo que en los primeros años de la Revolución cubana llegó a la isla incluso una máquina barrenieve checoeslovaca, autorizada por alguno.
De modo que el ingreso venezolano en el Mercosur no es un camino llano y sembrado de flores. Pero, al mismo tiempo, es una necesidad. Porque el ALBA no existe y sólo el apoyo venezolano sostiene los lazos con Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, mientras que en Caracas no hay claridad sobre cuál podría ser la división del trabajo entre esos países, y el mismo Chávez sugirió al presidente boliviano Evo Morales producir y exportar a China soya transgénica. Mientras que el Mercosur, mal o bien, tiene proyectos en marcha que, con la intervención venezolana, podrían llevar a una integración más justa y a una independencia muy superior de toda la región frente a los imperialistas europeos o estadunidenses. Contra los enemigos feroces a veces conviene aliarse con amigos tibios e inseguros, sabiendo que podrán retirarse del combate en la mitad del mismo. Porque los loros no pelean: nomás hacen barullo.
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