Luis Linares Zapata
Un compacto agrupamiento de intelectuales (y otros colados circunstanciales) han recurrido al amparo de la justicia en defensa de su libertad de expresión, pues la sienten amenazada. Su queja va contra el artículo 41 de la Constitución que la reciente reforma electoral introdujo. No acepta que se ponga traba a su derecho a contratar propaganda en radio y televisión. Dicho mandato lo traduce el grupo firmante en restricción a su libertad de expresar sus ideas, a propagar sus opiniones delante de millones de mexicanos.
Tal como hicieron en la contienda de 2006 tales intelectuales pretenden reservarse un lugar de privilegio para lo que pueda aproximarse en 2009 y, en especial, para 2012, que ya ven cercano, no exento de nubarrones para con sus inclinaciones e intereses. Parten de su probada capacidad, cuasi monopólica, de acceso a los medios de comunicación masiva. A tal hecho le llaman su actividad lícita, aun cuando, bien saben cómo se las gastan los traficantes de tiempos e imágenes en esa industria de la que son parte integral, orgánica.
Convertidos en pequeño grupo de presión, ésos, y otros cuantos personajes adicionales que no aparecen como reclamantes de amparo, tienen varias características en común. La primera es el permiso que les otorgan los concesionarios de los medios para que aparezcan, tarde, noche y entre actos varios en las pantallas y ante los micrófonos para que traten de influir, de distorsionar la opinión colectiva con un propósito inocultable: favorecer a la más reaccionaria visión de esos empresarios, sus reales empleadores que, sin tapujos, han decidido ocupar un lugar destacado en la conservación del orden establecido que tanto los ha beneficiado.
Los concesionarios de los medios masivos se han transformado en un reducto de la extrema derecha nacional y aspiran a ser un factor de influencia en el subcontinente. Con similar estridencia sus voceros (locutores, conductores de programas, opinólogos circunstanciales, intelectuales coincidentes que les blanquean imagen y demás fauna de acompañamiento) han heredado las actitudes de aquellos cubanos en el exilio (gusanos los llamaban) en defensa de las que predicaban con vehemencia libertades básicas (sólo para algunos cuantos). Años después han aparecido otros sustitutos que se han dado a la tarea de combatir lo que llaman el populismo sudamericano. El énfasis ha sido puesto en Hugo Chávez de Venezuela, extendible, por contagio malévolo, a Morales de Bolivia y a Correa de Ecuador.
La plutocracia caraqueña ha inundado con su histeria los espacios radiotelevisivos de centro y norte de América. La íntima sociedad de Cisneros con Televisa (a la que se suman muchos otros amigos, socios laterales, cómplices o comparsas) ha sido un conducto para propagar en México toda clase de infundios con críticas alevosas y ocultamiento de la realidad. El contagio no es casual. Ha sido una suerte de tejido cotidiano entre comunicadores y políticos con empresarios de variado corte, la extrema derecha, pues. Muchos de los cuales, por cierto, hacen jugosos negocios con los que ya han transformado en vociferantes dictadores para las audiencias clase medieras nacionales.
El grupo inconforme con la posibilidad de que su libertad de expresión sea afectada por las que tildan de tonterías de los partidos políticos que aprobaron la reforma electoral tiene ya una nítida definición: son parte integral de la derecha mexicana. Y, tal vez más, su corazón, tarea, pendencias y hasta bolsillo los haga militar en el extremo de ese apartado ideológico y de intereses. Ya bien probaron su talante durante la contienda de 2006. Son los que aún sostienen la impoluta elección que llevó sin trampas a Calderón al sitial de presidente del oficialismo que ahora usufructúa. Todos esos firmantes son hombres y mujeres cercanos a las esferas del poder establecido. Se mueven a sus anchas en esos ambientes, de ahí se nutren y en ellos elucubran y hacen propios conceptos, valores, enemigos y rutas de mutua defensa. La mayoría son empleados de los concesionarios, pero, otros, más abusados y capaces, se han colocado como asesores de los que controlan las grandes empresas. Y desde esas posiciones de control y manejo han ejercido su difuminada labor.
Una característica adicional unifica a los reclamantes de atención jurídica y la quieren conservar: su rechazo a las posiciones de izquierda, más todavía a esa facción que confía, alienta y se apoya en los movimientos populares. En particular con aquella que actúa, para su profundo malestar y hasta desprecio de ilustrado, de manera radical en defensa de los que no tienen voz y nunca tendrán cabida en las altas y cerradas esferas decisorias mientras el estado de cosas permanezca inalterable. No quieren que sus benefactores pierdan esa capacidad de influencia sobre la masa desprevenida la que López Obrador corteja con vehemencia inigualable. No lo quieren ver ni oír. Les causa urticaria epidérmica, los pone ante el espejo de sus miserias, traiciones o cortedades.
Saben que la reforma planteada seguirá a pesar de su amparo. Conocen los vericuetos adicionales que habrán de usar para combatir sin tregua al enemigo, para favorecer al cómplice, para construirle al patrocinador un nicho a la medida de sus ambiciones, una imagen a modo de su perfil fotogénico de líder. Se saben los trucos, los variados subterfugios para convertir a un aspirante al poder en un obediente seguro de su continuidad.
Eso, y no la defensa de la libertad de expresión que nadie trata de conculcarles, buscan tales personajes. La izquierda, ésa que no es modosita, la que se rehúsa a negociar la confianza depositada por los olvidados de los medios, sabe que esos intelectuales serán sus opositores intransigentes. Los conocen bien, son los atrincherados francotiradores de esta decadente enfermedad nacional que ya dura más de un cuarto de siglo. Lo que se añora de la lista de abajo firmantes es la ausencia de otros notables luchadores. Firmas como las de Paty Chapoy, Pedrito Ferriz de Con u Oscar Mario Beteta, insignes peleoneros por la misma libertad los acompañan en esta pequeña historia de desvelos.
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