José Steinsleger
Medio siglo atrás, la “comunidad internacional” (nuevo gentilicio de Estados Unidos) hubiese menudeado los fuertes contenidos estratégicos del discurso de Cristina Fernández al asumir la Presidencia de Argentina, el 10 de diciembre pasado.
Fernández (odia que le digan “de Kirchner”) resaltó los vínculos de su país con Venezuela, urgió el ingreso de la República bolivariana al Mercosur, festejó la creación del Banco del Sur, manifestó su apoyo al acosado presidente de Bolivia, Evo Morales, y reclamó por la liberación de Ingrid Betancourt, cautiva de la guerrilla colombiana.
En un clima de camaradería que los grandes medios oligárquicos y los grupos de la izquierda impoluta omitieron, los presidentes de América del Sur elogiaron el tono firme y soberano de la presidenta. Sin embargo, los focos rojos del tablero imperial titilaron cuando Fernández subrayó que “… el temor al terror no justifica la violación global de los derechos humanos”.
Dos días después, el imperio encendió el ventilador. En una maniobra similar a la de los cinco cubanos que llevan años en prisión (aunque mucho más torpe y grotesca), la Oficina Federal de Investigación (FBI) detuvo a tres empresarios venezolanos y a un uruguayo. El grupo fue acusado de integrar una red de “agentes chavistas” que conspiraban contra la “seguridad nacional”, en complicidad con el venezolano-estadunidense Guido Antonini Wilson, solicitado con orden de captura por la justicia argentina a través de Interpol. La FBI detuvo al personaje. Pero en lugar de extraditarlo, lo convirtió en “testigo protegido”, cuya norma consiste en que el acusado demuestre su calidad de “buen ciudadano”, declarando y “colaborando” con lo que “la ley” espera que el detenido declare y “colabore”.
¿Quién es el tal Antonini Wilson? En agosto pasado, mientras Hugo Chávez viajaba a Buenos Aires para suscribir una serie de convenios con el entonces presidente Néstor Kirchner, Antonini se embarcó en Caracas en vuelo privado, con igual destino, cargando un maletín que contenía 800 mil dólares. Las autoridades aduaneras de Buenos Aires incautaron el dinero. Pero Antonini no fue detenido. Pocos días después, estaba en Miami. Simultáneamente, un pasquín de Caracas daba el puntapié inicial de la intriga, insinuando que el dinero tenía destinatario: la campaña presidencial de Cristina Fernández. La Nación (diario ultraconservador de Buenos Aires) y la “oposición democrática” se sumaron a la insidia. Y el 14 y 15 de agosto el Miami Herald y un boletín de los gusanos cubanos de Florida dieron por buena la información del pasquín venezolano.
Durante tres meses, enfrascados en sus respectivas campañas políticas, argentinos y venezolanos se olvidaron del maletín. Y, curiosamente, la “independiente” y celosa justicia yanqui también se olvidaba de otro maletín, incautado al estafador chino Norman Hsu, quien en septiembre pasado había “donado” igual suma a la precandidata demócrata Hillary Clinton. Pero bueno, es Hillary.
Maletín va, maletín viene, en noviembre asumió el nuevo “Attorney General” de Estados Unidos (titular de Justicia), Michael B. Mukasey, jefe jerárquico de Thomas Mulvihill, quien dio crédito a las “irrefutables pruebas documentales” de los medios referidos.
Inesperadamente, Cristina Fernández reaccionó con dignidad y vehemencia. “No me dejaré presionar”, dijo. La presidenta reafirmó los contenidos del discurso referido y denunció que las acusaciones de Mulvihill formaban parte de una “operación basura” contra su gobierno.
Agregó: “Hay basurales de la política internacional que más que indicar crecimiento y desarrollo indican tragicómicamente la involución del desarrollo de las relaciones internacionales”. Aludiendo sin nombrar, Cristina señaló que el gobierno estadunidense quiere “países empleados y subordinados”.
De experimentada “muñeca política”, es de esperar que la gobernante haya previsto el impacto de sus opiniones frente al actual estado de terrorismo de Estado que Washington fomenta en el mundo entero. Cosa que le exigirá algo más que faldas bien puestas, buena imagen y altos índices popularidad, a más de su declarada “admiración por el ratón Mickey” (Página 12, Buenos Aires, 17/05/03).
Así es que en los próximos cuatro años, si la presidenta de los argentinos anhela realmente que no se repitan situaciones “tragicómicas” como las del maletín venezolano, deberá tomar el toro por las astas.
Argentina requiere, con urgencia, de una nueva política exterior. Porque en dictadura o democracia, su historia ya demostró que la mil veces ensayada y fallida “tercera posición” jamás dio buenos resultados.
Por último, un dato ajeno al día de inocentes: la agente María del Luján Telpuk, funcionaria de la Policía de Seguridad Aeroportuaria que ordenó a Antonini Wilson la apertura del maletín, acaba de posar semidesnuda en la última edición de la revista argentina Veintitrés. Se le ve guapa.
María del Luján dice que aspira a convertirse en “estrella de la farándula”. Fuera de esto, su hermano está acusado de colaborar con una empresa en manos de ex represores de la dictadura militar. Feliz año.
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