Eduardo Montes de Oca
Insurgente
No creo que nadie de buena fe pueda juzgar exagerado al presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, por alertar sobre la aplicación contra su país de una “guerra de cuarta generación” en el período previo a las elecciones regionales, consideradas por el mandatario claves para el futuro nacional, como nos recuerda Prensa Latina.
Guerra de cuarta generación, sí: esa parte de la doctrina militar gringa que estimula enfrentamientos entre un Estado hostil a Washington y grupos opositores políticos, económicos, étnicos o religiosos. O sea, lo que también la Casa Blanca está haciendo, oligarquías locales mediante, contra Bolivia y Ecuador, por solo citar ejemplos latinoamericanos.
De acuerdo con el estadista, por cierto recién elegido presidente del Partido Socialista Unido de Venezuela, estas acciones abarcan propaganda y guerra sucia, para provocar una situación de inseguridad que facilite la intervención extranjera, con pretextos como narcotráfico, terrorismo, defensa de ciudadanos norteamericanos o posesión de armas de destrucción masiva.
En cuanto a la Revolución Bolivariana, la propaganda, la guerra mediática se aprecia sin necesidad de lentes de aumento. Resulta vox populi que, para inclinar a favor de los antichavistas el referendo constitucional del 2 de diciembre, Washington no sólo entregó millones de dólares a la oposición, sino que hizo uso pródigo de los medios de comunicación en casi todo el mundo para describir al Presidente como un dictador y un fascista. Asimismo, para colocar a su gabinete el sambenito de fraude electoral en caso de que los rivales de Chávez perdieran la consulta popular.
Pero la estrategia de desinformación se explaya. E incluye desde la supuesta ineficiencia en la gestión hospitalaria o en la lucha contra el desabastecimiento de alimentos hasta manipulaciones como la inexistente prohibición a actuar en el país para el cantante español Alejandro Sanz o la acusación de toxicómano contra el propio presidente venezolano.
Por supuesto, esa campaña silencia que la gestión económica del Gobierno se refleja en un sostenido crecimiento del Producto Interno Bruto durante cuatro anos, y que, si el balance de Precios al Consumo reportó de 1999 al 2006 un promedio anual de 18,4 por ciento –alto, sí-, en las tres anteriores administraciones alcanzó el 22,7, el 45,3 y el 59,4 por ciento, respectivamente. Es decir, que ha habido una notable reducción.
Y, si bien quedan pendientes temas como la inflación, con una variación acumulada del 22,5 por ciento en el 2007, hay que destacar que el gabinete de Caracas trabaja en la solución de ese entuerto sin comprometer el desarrollo social, en franco contraste con las iniciativas promovidas por organismos neoliberales como el Fondo Monetario Internacional.
Claro que los grandes medios continuarán ocultando los beneficios de la política de soberanía petrolera impulsada por el gobernante en los últimos años. Aparentemente, la gran prensa olvida que unas 20 empresas mixtas con participación mayoritaria de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) constituyen el pivote de una estrategia oficial dirigida a sustituir los antiguos convenios operativos y de asociación en sitios neurálgicos como la Franja del Orinoco poniendo énfasis en la elevación de los pagos de las compañías foráneas por la explotación, y con el resultado de más finanzas para el desarrollo, y para las llamadas Misiones, concentradas en esferas específicas de la vida social (la salud, la educación, la vivienda, los pueblos indígenas).
¿Reconocerá algún día la gran prensa que con Chávez se ha recuperado el precio de la cesta petrolera venezolana, que pasó de 10,53 dólares el barril en 1974 a 84,63 dólares en el primer trimestre del 2008? ¿Harían hincapié, estos medios, en que el Producto Interno Bruto estaba situado al cierre del 2007 en 253 mil millones de dólares, más del doble de los 91 mil 340 millones correspondientes a 1998? ¿Exaltarían las acciones para asumir el control de otros activos estratégicos, tales como las empresas de generación de electricidad y de telecomunicaciones? ¿Asumiría la prensa globalizada que, en materia social, la tasa de acceso a la educación superior pasó del 21,8 por ciento en 1998 a 30,2 por ciento ocho años después; y que, en materia de salud, la labor gubernamental llevó la mortalidad infantil a una tasa de 13,9 por cada mil nacidos vivos, con una reducción superior a siete puntos respecto a 1998, cuando el indicador fue de 21,4 por ciento?
No; no imploremos peras al olmo. Los grandes medios están enzarzados en una guerra que incluso ha desvirtuado la defensa que el jefe de Estado hace, con su parigual boliviano, Evo Morales, de la hoja de coca, base de la economía de numerosas comunidades indígenas del Altiplano, y se atreven a tildar a Chávez de toxicómano, con el evidente objetivo de crear la imagen de una anuencia suya al narcotráfico y, de esta manera, justificar a priori una operación militar como la que condujo al secuestro del presidente panameño Manuel Antonio Noriega, en 1998.
Justificación que, probablemente, contaría con el apoyo del gobierno colombiano, el cual no en balde ha puesto a disposición de Washington bases militares en el ámbito del Plan Tenaza contra Venezuela. Gobierno, el de Uribe, presto a desbarrar sobre un espaldarazo de la Venezuela bolivariana a la guerrilla, calificada de terrorista por Bogotá y la Casa Blanca.
Hace unos días, en la famosa CNN, un analista se lamentaba de cuán desagradecidos son algunos países para con las transnacionales, que, decía, en el giro del hidrocarburo les han proporcionado financiamiento, mercados, tecnologías y mil cosas más. El analista de marras, peón de la guerra mediática, no reparaba, no podía, no quería reparar en que hechos como el pedido de congelación de activos de PDVSA por la Exxon Mobil no representan más que un concentrado esfuerzo imperial para derrocar un Gobierno popular y revertir las políticas nacionales y nacionalistas, soberanas, sobre el control del hidrocarburo...
Nada, que en los próximos meses la comunidad internacional podría asistir, ojalá que con sentido justiciero, sentido común, a la profundización de diferencias entre la ávida superpotencia y la Revolución Bolivariana. Y, a no dudarlo, una infaltable arma en la panoplia, en el armero del Tío Sam contra la Venezuela de Hugo Chávez será la guerra mediática, parte insustituible de la llamada guerra de cuarta generación, que arreciaría en la utilización del pretexto del narcotráfico, el terrorismo, entre otras artimañas.
Y así anda el mundo hoy. Tengan todos un buen día.
Así es, la guerra mediática es una realidad que aunque no se vea genera mucho sufrimiento y muchos muertos. Hay que enfrentarla con la información y la difusión de ésta que son nuestras armas de defensa. Estamos en el asfalto librando una batalla de la forma más efectiva que existe: con la verdad y la conciencia. La lucha debe ser diaria como ocurriría si estuviésemos en la selva con una metralleta.
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