Jorge Lara Rivera
No se ha esfumado todavía el escándalo que enturbia los negocios de los Mouriño con PEMEX (Comisión Investigadora habemus), ni los ábacos han podido dar aún con el cómputo de la zacapela en el PRD; pero ya está cocinándose otro ajo.
Y es que, pese a los reparos formulados a los nuevos consejeros del IFE (sobre si serían funcionarios a modo y que obedecerían consignas), uno, que suele ser escéptico, pero ante la terquedad de los hechos prefiere conceder a la realidad el beneficio de la duda antes que entregar la plaza al desaliento, pues hasta ve lugar para emocionarse con el celo investigativo demostrado estos días por el Instituto ante la ‘conspirativa’ pretensión de convocar al público –mediante spots televisivos en Televisión Azteca– a una concentración en el zócalo el 24 de los corrientes presidida por López Obrador para la defensa del petróleo frente a los proyectos de reforma privatizadora; su objeto es aclarar la fuente de financiamiento de estos promocionales, averiguar quién está detrás, ver si el PRD o el Gobierno del D.F. o cualquier otro lugar del país donde gobierne el partido (requete partido, más bien roto, según lo exhibieran sus elecciones internas) de la Revolución Democrática realizó algún uso indebido del erario.
Por idéntica actitud cooperadora y hasta ingenua, uno mismo empieza luego a desemocionarse cuando percibe la inequidad del doble discurso, la conducta parcial de ese Instituto, pues a nadie allí parece importar el financiamiento oficial de la otra campaña –que el gobierno federal negó tener lista–, ésta sí real y duradera, machacona y omnipresente en todos los medios (hasta en los programas de chismosas y sus patiños) para convencer a la gente de que no hay alternativa respecto al caso PEMEX, mientras se calla la información de verdaderos especialistas y no simples opinadores a sueldo y se oculta al público la abismal discrepancia de los verdaderos expertos de la nación (de la UNAM y el Politécnico Nacional) al respecto, quienes han desmentido con datos duros que nos hallemos frente a un imperioso dilema y así lo han expresado en los reducidos espacios de información libre del país.
Así que la emoción inicial da lugar al enfurecimiento por tal doblez de la comparsa Ifeísta y del gobierno, pues ¿acaso pagamos impuestos para que se nos mienta? ¿para que el gobierno derroche recursos en grosera propaganda desinformativa y parcial, como si en México estuviéramos para estos dispendios?, ¿corresponde a un estado democrático contemporáneo el uso de este tipo de señuelos, ejemplificados por esos spots destinados a promover la ‘venta de garage’ del tesorito, ése que, se afirma, está como Ariel –la sirenita de Disney–, “bajo del mar” y “es de los mexicanos”?
Menos mal que en esta campaña de lavado cerebral hay algo de congruencia, así sea involuntaria, pues pese al pudor del anonimato de sus autores se deja entrever en los anuncios que una gavilla de bandidos afirma su intención despojadora, sin ambages, de asaltantes comunes (la sentencia final reza “¡Y vamos por él!”). Tras la plaga de locutores “intelectuales” se suman ya los desplegados en prensa de empresas interesadas en la expoliación; y la arremetida va en serio. Ojo entonces, mucho cuidado, porque es cosa sabida que sobre advertencia no hay engaño.
Entonces, en qué quedamos IFE: ¿instituto ciudadano o personeros para el trabajo sucio? O en otras palabras: ¿lo ancho del embudo para el régimen y lo angosto para quien piense diferente? ¡Azúcar, ajo y canela!, diría la claridosa abuelita de la poetisa Lourdes Rangel.
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