José Agustín Ortiz Pinchetti
Al terminar el mitin en defensa de la propiedad de la nación del petróleo, convocado por AMLO, el pasado martes 25, me encontré en una cafetería a Carlos Payán, quien como yo había asistido. Le pregunté su opinión y me contestó con mirada chispeante: fue un discurso fundacional.
Sí, el mensaje de Andrés Manuel fue excepcional. Pero la demostración de capacidad política implícita fue aún más importante. Es la prueba de que se puede articular la voluntad popular, que de no tomar cauce se volvería peligrosa o difusa, incapaz de influir de menera constructiva en la vida pública. En medio de tanta corrupción, desorden y autodestrucción, la aparición de una organización política nueva, bien articulada, con mandos definidos y cuerpos disciplinados es un acto de fundación.
Los que piensan que la crisis del PRD va a acabar con el proyecto de AMLO deberían revisar cuidadosamente sus conclusiones. Cuando observé la multitud antes de iniciar el evento, sentí una profunda alegría y sorpresa. No sólo la gente había regresado a colmar de nuevo el Zócalo. Era además una muchedumbre distinta, ordenada y coherente. Frente a nosotros, en grupos compactos, estaban 10 mil mujeres y 18 mil brigadistas varones. Todos tenían referentes claros. Sabían quién tenía el mando, cuáles eran las tareas que tendrían que cumplir, dónde y cuándo se movilizarían. Ante el espectáculo, comenté a Ricardo Monreal: “¡esto es hacer política!” Y me contestó sonriendo: “¡sí, bienvenidos a la política!”
El discurso de AMLO contiene la quintaesencia de su pensamiento político. Su mensaje central fue la revelación de las bases para la organización de su movimiento. Reveló detalles: nombres de quienes ejercen las jefaturas, números de brigadas. Formas estructurales en que van a operar. Fue un alarde de capacidad organizativa, precedida por un esfuerzo silencioso y eficaz. AMLO iniciará una gira exhaustiva para conformar brigadas en 32 entidades. Ningún partido cuenta con ese espíritu entusiasta, combustible para la movilización. Esa gente no quiere posiciones ni curules ni remuneración. Están dispuestos a arriesgarse en una resistencia civil extrema, afrontar las calumnias y aún la represión.
Esta organización es un hecho mayúsculo. Sólo observadores agudos y políticos profesionales la están calibrando. Significa una ruptura con la vieja historia de derrotas y confusión de la izquierda. Calderón podría retirar su “iniciativa”, cobardemente oculta al debate. El movimiento puede triunfar. Pero la voluntad de victoria sustentada en un orden riguroso y disciplinado llegó para quedarse.
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