La mancha
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Los recientes hechos violentos en el Tíbet empañaron la imagen moderna y glamorosa que China pretendía difundir en los Juegos Olímpicos de Beijing. Fue un duro golpe para el presidente Hu Jintao y sus colaboradores, quienes antes dirigieron al Partido Comunista en esa región. De inmediato, el gobierno chino lanzó una campaña para fortalecer en los medios su versión de las cosas, pero a cinco meses de que inicie la máxima competencia deportiva del mundo, no hay una solución para el Tíbet.BEIJING.- Las revueltas en Lhasa, la capital del Tíbet, y en parte de las provincias de Guansú y Sichuán, no podían ocurrir en peor momento para el gobierno de Beijing.Estallaron en plena sesión de la Asamblea Nacional Popular, que se disponía a reelegir por cinco años al presidente Hu Jintao y a su primer ministro, Wen Jiabao. Las protestas no impidieron esta elección, pero afectaron la imagen del alto mando del Partido Comunista Chino (PCC), sorprendido por estos brotes de violencia cuando faltaban sólo cinco meses para la realización de los Juegos Olímpicos (JO) en este país.Según analistas chinos consultados por la corresponsal, fue un golpe duro para Hu, quien fue primer secretario del PCC en la Región Autónoma del Tíbet entre 1988 y 1992, y reprimió con suma dureza las revueltas de 1989. Varios colaboradores cercanos a Hu son políticos que trabajaron con él en la zona. Ese equipo del PCC, considerado como el más apto para enfrentar los problemas ahí, afirmaba tener el control de la situación. Desde el año pasado Hu había tomado la precaución de aumentar el número de tropas presentes en el Tíbet y en la también agitada zona de Xinjiang, situada en el noroeste del país, para “matar en el huevo a las fuerzas de desestabilización” y prevenir cualquier intento de perturbar la Olimpiada.Aunque aún no se conocen todas las consecuencias que la revuelta tibetana tendrá en la fiesta olímpica, es obvio que ya manchó la imagen moderna y glamorosa que China pretendía ofrecer al mundo. Eso hirió profundamente al PCC, que puso en marcha su maquinaria de propaganda para contrarrestar los efectos negativos de la crisis tibetana.
La verdad oficial
A partir del sábado 15, todos los medios de comunicación chinos, estrictamente controlados por las autoridades, difundieron todos los días la misma versión de los hechos y acusaron al Dalai Lama y a su “camarilla” de haber fomentado un complot contra China. Describieron con detalle escenas en las que “grupúsculos” de tibetanos amotinados agredían físicamente a paseantes y comerciantes chinos, además de quemar tiendas, hospitales y escuelas. Transmitieron entrevistas con tibetanos, chinos que se dijeron víctimas de los disturbios y dirigentes budistas tibetanos, fieles a Beijing, que condenaron de manera virulenta a los rebeldes. La televisión desempeñó un papel capital para difundir la verdad oficial. Día tras día y reiteradamente mostró las mismas imágenes de grupos de revoltosos –entre ellos algunos monjes– destruyendo la cortina metálica de una tienda. También exhibió imágenes de automóviles quemados, daños a edificios privados (almacenes, bancos y empresas) y públicos (centros médicos y educativos), así como las escenas de desesperanza entre los familiares de las 14 víctimas chinas causadas en los acontecimientos, según la información de Beijing.En ningún momento la televisión difundió el despliegue masivo de fuerzas policiacas y de paramilitares chinos en Lhasa ni de la represión que sufrieron los rebeldes. Tampoco informaron sobre la detención masiva de monjes y de manifestantes ni las muertes en este bando, que oscilan entre 100 y 140, según organizaciones no gubernamentales tibetanas en el exilio. En Lhasa no había periodistas extranjeros cuando explotó la crisis, y las autoridades impidieron que la prensa internacional viajara al Tíbet y a las zonas de las provincias de Guansú y Sichuán, donde también hubo protestas. El 17 de marzo Qiangba Puncong, presidente de la Región Autónoma del Tíbet, declaró: “A pesar de la violencia de los manifestantes, las fuerzas de seguridad y la policía mostraron una gran moderación cuando restablecieron el orden. Durante todo el proceso no portaron ni usaron armas letales. Sólo utilizaron gases lacrimógenos y cañones de agua”. Qiangba llamó a los manifestantes a entregarse a la policía; les prometió aligerar sus condenas si confesaban sus delitos o daban información sobre los rebeldes. Luego criticó duramente a la “camarilla del Dalai Lama” y a los grupos occidentales que “presentan los motines de Lhasa como manifestaciones pacíficas”. Al día siguiente Wen Jiabao, el recién releecto primer ministro, ofreció una conferencia de prensa para responder a las crecientes críticas internacionales. El tono fue duro, las frases tajantes y la expresión de enojo, pero el mensaje fue idéntico: “Disponemos de múltiples pruebas que demuestran que las revueltas fueron organizadas, premeditadas, planeadas y provocadas por la camarilla del Dalai Lama”, afirmó Wen antes de atacar directamente al líder espiritual del Tíbet, a quien calificó de mentiroso e hipócrita.En los días siguientes todos los medios de comunicación repitieron estas acusaciones palabra por palabra. Luego transmitieron nuevas noticias: publicaron las fotos de los rebeldes tibetanos más buscados y hablaron de la rendición de amotinados. Primero mencionaron un centenar, luego a casi 400. Algunos de éstos “confesaron sus delitos” por televisión.Así mismo se multiplicaron los testimonios de chinos y de miembros de la etnia musulmana Hui heridos en Lhasa. Se calculó el costo material de los motines (28 millones de dólares) al tiempo que la televisión mostraba el inicio de las obras de reconstrucción y el restablecimiento de la distribución de agua y electricidad en ciertas zonas de la capital tibetana.
Manipulación
Poco a poco empezaron a correr en Beijing extraños rumores. En un restaurante popular se aconsejó a esta enviada que no comiera carne de res porque los “delincuentes tibetanos podían haberla envenenado con el virus del sida”. Los clientes también se preguntaban si los revoltosos no planearían atentados durante los Juegos Olímpicos, o incluso antes. En las zonas céntricas de la ciudad se hizo más obvia la presencia de las fuerzas policiacas, del ejército y de numerosos grupos de vigilancia de barrios (integrados por civiles jubilados y reconocibles por el brazalete rojo en la manga izquierda de sus chaquetas). Esa vigilancia se incrementó mucho más que de costumbre en Tiananmen. A la salida del metro que desemboca cerca de esta famosa plaza, la policía revisaba de manera aparentemente aleatoria las bolsas de los pasajeros.El tema del Tíbet estuvo presente en las conversaciones que esta enviada sostuvo con gente de distintos niveles sociales en Beijing, pero ninguno de ellos cuestionó la versión oficial. También académicos de mente abierta y amplia cultura criticaron duramente a los “occidentales que rehúsan entender que el Tíbet es, históricamente, parte de China”. Lo mismo afirmaron jóvenes parejas de la nueva burguesía, bastante adinerada, de la capital china. Todos se dijeron incomprendidos por el mundo exterior.Con ese sentimiento colectivo como fondo, el 22 de marzo los medios de comunicación masiva de China lanzaron una ofensiva contra sus similares de Occidente. El ataque más emblemático lo lanzó el China Daily, periódico publicado en inglés por el PCC, que le dedicó la mayor parte de su primera plana a “la manipulación occidental” de la información sobre el Tíbet. “Reportajes sobre las revueltas demuestran enfoques tendenciosos en Occidente”, acusó el principal titular de esa edición, en la que el periodista Ye Jun analizó minuciosamente las notas y las imágenes difundidas por los sitios en internet de las televisoras BBC, CNN y American Fox News, así como de los periódicos Bild de Alemania y The Washington Post, entre otros.El resultado de la radiografía de Ye no fue muy halagador para los medios estadunidenses y europeos. Demostró claramente cómo CNN publicó sólo la mitad de una foto, dejando fuera de ella a manifestantes tibetanos que apedreaban un camión militar, e informó que varios medios exhibieron fotos de tibetanos golpeados por policías de Nepal, afirmando que se trataba de policías chinos. Otra nota del China Daily, titulada Secesionistas planificaron la violencia en Lhasa, resultó digna de los peores momentos de la Guerra Fría: en ella se acusó sin rodeos al Dalai Lama y a los miembros de ONG tibetanas en el exilio de ser agentes de la CIA.El martes 25 fue el turno de los chinos para manipular la información. El incidente sucedió en el sitio antiguo de Olimpia, durante la ceremonia que marca la partida de la antorcha olímpica desde Grecia hacia Beijing, adonde llegará el 8 de agosto.Robert Ménard, secretario general de la organización francesa Reporteros Sin Fronteras (RSF), y dos de sus compañeros irrumpieron con banderas en las que se dibujaba con los anillos olímpicos una cadena. En ese momento empezaba a leer su discurso Qi Liu, el funcionario chino encargado de la organización de los Juegos Olímpicos, quien se mostró imperturbable mientras policías griegos retiraban a los integrantes de RSF. La televisión china censuró la imagen, lo mismo que la prensa diaria. Sólo pudieron verla los internautas chinos capaces de burlar el control oficial. l
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