Arnaldo Córdova
Cuando leí la carta de Cuauhtémoc Cárdenas a los miembros del PRD, del 21 de marzo, no sabía si llorar o reír. Debo decir que yo tengo una relación de amistad con Cárdenas desde hace más de cuatro décadas. Siempre nos hemos tratado con afecto, pero nunca hemos coincidido políticamente. Yo jamás estuve de acuerdo con sus métodos de dirección del partido y se lo hice saber desde el principio (en los días del Primer Congreso, cuando publiqué un artículo, “El PRD ante su Primer Congreso”, Unomásuno, 16/11/1990, criticando el modo en el que estaba conduciendo a nuestra organización). Él siempre lo supo y debo decir que siempre me dijo que estaba en mi derecho, a diferencia de sus allegados, que veían en mí a un traidor o a un agente del salinismo.
En aquel artículo, de hace casi 18 años, yo señalaba el derrotero desastroso al que Cárdenas nos estaba conduciendo: sus primeros seguidores eran antiguos colegas suyos priístas que no tenían ni la más remota experiencia partidaria, como no fuera la de funcionarios; le pudieron haber ayudado los cuadros que aportaba la dirigencia partidista de la vieja izquierda; él prefirió dar prioridad a los cuadros que venían de la izquierda grupuscular (en especial, trotskistas, cívicos y antiguos guerrilleros). Por la diversidad de componentes del nuevo partido, todos discutíamos sobre las “corrientes de opinión”. Yo advertía que no podía haber tales, sino grupos de interés que coparían la vida interna del partido.
Desde entonces, se ha desarrollado el PRD como lo que es hoy: ese engendro de grupillos mafiosos que no tienen otro interés que el suyo y que contienden ferozmente por el poder interno, como hoy lo estamos viendo. Cárdenas está horrorizado. Ya en otras ocasiones se lo he dicho: eso que es hoy el PRD es, exactamente y en primer lugar, obra suya y de nadie más. Él fue quien legitimó las “corrientes”, excluyendo a todos los que no estaban de acuerdo con su modo de dirigir al partido. Jesús Ortega era uno de sus allegados, también Rosalbina Garabito, que luego empezó a despotricar en su contra. Y tantos otros desencantados que perdieron su favor.
Ciertamente, lo que hemos visto en estos días en el PRD es vergonzoso y nadie podría justificarlo. Todos los grupillos de poder que hoy se hacen pedazos por su dirigencia se formaron en los primeros tiempos del liderazgo de Cárdenas y no sé si con su bendición. Recuerdo que uno de esos primeros grupos fue el de Camilo Valenzuela. Conservo entre mis papeles una circular en la que llama a “tomar el poder interno del partido”. Un día, socarronamente, Camilo me pidió copia de su escrito porque ya no lo recordaba. A Graco Ramírez lo recuerdo desde el principio como uno de los favoritos. También a Adolfo Gilly y a Ricardo Pascoe. Muchos de ellos ya no están en el escenario, pero los que están, están desde entonces.
Cárdenas lamenta las porquerías que hoy se han dado en el PRD. Yo podría documentarle, desde la fundación del partido, que esas porquerías se han dado siempre, que se le advirtió (yo se lo advertí) y que él nunca lo consideró. Sólo lo hace ahora. ¡Curioso! La prensa derechista de todo el país y, en especial, los medios electrónicos monopólicos, así como algunas almas buenas que quisieran un PRD con traje de gala, están en su agosto con el “cochinero” de ese partido, como si en los demás no se dieran tales obscenidades. Lo peor de todo: se está presentando como si fuera una oscura y sucia maquinación de López Obrador y su “hechura”, Alejandro Encinas. Cárdenas ahora viene a condenarlos a todos, pero el dardo está dirigido al corazón del que llamamos gobierno legítimo.
Ya desde la campaña electoral de 2006 me sorprendió cada día la posición en extremo ambigua de Cárdenas. Ahora, me deja anonadado. No me cabe la menor duda de que para muchísimos perredistas Cárdenas es una figura venerada. Yo sé que sin él ni su persistente lucha jamás habríamos tenido ese gran partido de izquierda por el que ahora luchamos, así esté lleno de granujas sin estilo y sin ética. Lo que me pregunto es, ¿por qué hasta hoy? Lo que propone, para limpiar ese innombrable establo de Augías que es el PRD, es nada menos que desaparecer todos sus órganos de dirección y nombrar un presidente interino que, al estilo de los dictadores de la antigua Roma, tenga poder suficiente para recrear otro partido.
Con la autoridad de “líder moral” de que está investido (yo no acabo de saber por quién), Cárdenas ha descalificado las elecciones internas del PRD y propone anularlas. ¡Todo está podrido, hay que echarlo todo a la basura! Leonel Cota le ha respondido bien: el ingeniero no tiene autoridad alguna para descalificar nuestros procesos internos. Arturo Núñez está equivocado: no se trata de una componenda “política”. El partido debe limpiar su elección interna, seguir los procedimientos estatutarios y legales y, si es el caso, debe someterse a la autoridad superior en la materia, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Cárdenas dice que eso sería confesar que no somos capaces de resolver nuestros propios problemas. ¿Cómo afirma eso si ya nos ha dicho que somos una partida de rufianes sin remedio? Somos un partido legal, por si él no lo sabe.
Los seguidores más solícitos de Cárdenas en otros tiempos fueron los hoy llamados Chuchos, fueron también los primeros que lo repudiaron. Entonces recurrieron a mí, porque sabían que yo siempre había sido crítico de Cuauhtémoc. Me dieron un puesto honorífico en una revista que publicaron por unos meses. Luego me soltaron. Leo todos los reportes de provincia sobre las elecciones perredistas y llevo la cuenta. De los incidentes penosos en los que hemos caído (fraudes, agresiones verbales y físicas) un muy buen 80 por ciento de los mismos se debe a los seguidores de Ortega. En el DF no han podido hacer nada de lo que hicieron en provincia y, lo impensable, han perdido su bastión más corrupto e impenetrable, Iztapalapa.
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