viernes, abril 11, 2008

La muralla del hambre

Bitácora Republicana

Porfirio Muñoz Ledo

Cuando las autoridades norteamericanas edificaron el afrentoso muro para apaciguar las pulsiones racistas, la opinión mundial lo condenó como un gesto despótico, incapaz de frenar las oleadas migratorias y el cruce de las civilizaciones. Se recordó el Limes romano, la muralla china y el propio muro de Berlín, que no detuvieron a la postre el curso de la historia.
Las barreras artificiales que pretendan contener fenómenos demográficos, necesidades económicas o impulsos libertarios perdurarán como testimonios arqueológicos de la ignominia. Sirven sólo para la afirmación temporal de los poderes imperiales, mientras acumulan las demandas sociales que terminan avasallando los diques levantados por el decreto arbitrario.
A siete años de haberse publicado el informe sobre la cohesión social en nuestro país “¿Estamos unidos mexicanos?” los datos confirman la profundización de la desigualdad. Mauricio de María y Campos subraya que “todos los indicadores se mantienen deprimidos. Nuestro futuro está atrapado por una estabilidad sin crecimiento, cada vez más dependiente de la enferma economía norteamericana y de las frágiles divisas del petróleo, los migrantes y las maquiladoras”.
La “Estrategia del Banco Mundial para México”, recién presentada, destaca que el ámbito de la pobreza alcanza a más de 45 millones de personas y que la inserción en el mercado laboral es más precaria que nunca. Habla de un país dividido en “dos mundos”: el de las elites y el de los parias, “asfixiado por la insalubridad, la ignorancia y la baja calidad de los servicios”.
El debate sobre el petróleo ha evidenciado la dramática estrechez de nuestro régimen impositivo, cuya reforma ha sido aplazada por cuarenta años. Parálisis que se refuerza por la disminución de la tasa de crecimiento, que reduce los ingresos gravables. La inversión extranjera en la explotación de hidrocarburos vendría a suplir así el vacío fiscal generado por la negativa contumaz a cobrar a los ricos.
Nuestro sistema hacendario propicia el desmesurado enriquecimiento de la cúspide y es cada vez más impotente para satisfacer las necesidades de la base. Poco se reflexiona sin embargo en el carácter regresivo de la represión salarial, practicada ferozmente por el gobierno como piedra angular de su credo neoliberal.
Investigaciones recientes confirman que los rezagos en el valor adquisitivo de los salarios no han logrado mantener la estabilidad de precios y en cambio han sido un factor decisivo en la expansión de la economía informal y el freno más severo a la ampliación del mercado interno. Durante la última quincena la inflación aumentó en 0.46% (10% anual), lo que nos coloca en la pista de los 80’s, cuando mientras más se hundían los sueldos, más se disparaban los precios.
“La fuerza de trabajo es la única mercancía que no tiene liberado su precio y el salario mínimo no alcanza remotamente para comprar una canasta mínima. En 1982 se podía adquirir el 94% de los productos indispensables porque el salario era de $ 6.47 y la canasta valía $6.83. Hoy sólo se puede comprar ¡el 16%! de esos satisfactores”. El tiempo laboral que se requería para la obtención de la canasta básica era 9.29 en 1982 mientras hoy es ¡47.40¡
Se trata de una expropiación del trabajo y de una incalificable violación al texto constitucional. La misma derecha que se niega a convertir los Tratados internacionales suscritos en ley interna, violenta sistemáticamente la Ley Suprema por mandato del FMI. En efecto, desde la suscripción de las célebres “cartas de intención” -cuya validez jurídica es dudosa pero cuyos dictados son inapelables- ocurrió el derrumbe estrepitoso de los salarios.
Recuerda Alberto Barranco que el nivel más alto de poder adquisitivo de los mínimos se alcanzó en 1977 gracias a la estrategia que pude implementar, contra viento y marea y con el concurso de la acción sindical. Aclaró que “el repunte salarial de fines del siguiente sexenio –el polémico 10%, 20%, 30%- no me es atribuible, porque ya me encontraba en las Naciones Unidas”.
Los salarios industriales, cuya fijación debiera depender del ajuste de los factores de la producción, también se establecen por decreto. Tal anomalía determina que la hora de trabajo en el sector manufacturero valga en México 2.75, en Brasil sea el doble, en Estados Unidos diez veces más y en Noruega 15 veces. Ello es también contrario a la Constitución, que prescribe la libre contratación de las condiciones de trabajo.
Es inaceptable la imposición de la muralla del hambre, plantada en el aumento del 4.25%, frente a la cual sucumbieron el aguerrido Sindicato Mexicano de Electricistas y el no menos combativo de la UAM, aun a cambio de prestaciones laterales o diferidas. Si los trabajadores no se ponen de pie, difícilmente se mantendrá la paz social. Sin justicia laboral no habrá transición verdadera ni país viable.

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