María Teresa Jardí
A los mexicanos, en general, no les importa que un usurpador, usurpe, valga la redundancia, la cabeza misma del gobierno de la república.
El mejor ejemplo al respecto lo tenemos en los partidos políticos. Es lógico que así sea. Perdidas las ideologías y ante el triunfo contundente de la corrupción, no importa ya que sea legítimo o no el que encabeza la Presidencia. Lo que importa es que tiene el poder y hay que servir al que detenta el poder. A sabiendas todos de que al día siguiente de la salida de Calderón se rasgarán las vestiduras señalándolo como un usurpador. Lo mismo que hoy lo hacen al señalar a Fox como un ladrón, a Zedillo como un vende patria y a Salinas un traidor.
Otro buen ejemplo, vinculado a lo mismo, es decir, a los partidos y a la cancelación de la ideología, lo tenemos en Chiapas, como señalaba ayer Carlos Ramírez, en una colaboración publicada en nuestro diario.
A raíz de las huelgas de hambre de presos se destapa la corrupción inmensa del gobierno encabezado por Salazar Mendiguchía, quien revivió a Herrán Salvati de triste memoria como represor, pero “Zar antidrogas” de Ernesto Zedillo y por ende con grandes posibilidades de hacer tratos con el narcotráfico.
Y no olvidemos que Salazar Mendiguchía, como Sabines, tan de derecha también, llegaron cobijados por las siglas del PRD, las que le siguen dando cobijo en Cancún, a Mendiguchía, a pesar de las llamadas de alerta del POR ESTO!
Un pueblo sin memoria está condenado a repetir una y mil veces la misma historia. Un pueblo que acepta ser deseducado por la telecrática telebasura está destinado a repetir una y otra vez lo que los pueblos con memoria superan luego de una entrega. Eso hemos aceptado ser los mexicanos: un pueblo sin memoria.
Y por eso está presente de nuevo la misma “guerra sucia” de la década de los setenta. Pero ahora no tenemos ni siquiera a un sujeto impresentable, pero con dominio de la situación, como Fernando Gutiérrez Barrios, para controlar a los kaibiles cuando llegue el momento de que se lancen por la libre, lo que no deja de ser un paso considerable para la historia de las miserias de la humanidad.
Es obvio, pues, que todas las baterías tendrían que estar enfocadas a combatir, en primer lugar, la usurpación y de manera paralela para parar la “guerra sucia”.
Más allá de que es tardía la petición de la amnistía, porque los que serán amnistiados ya están saliendo con la propia presión que su huelga significa. Pedir una amnistía hoy es hacerle otro favor al usurpador.
Y, sí, puede que salgan amnistiados otros injustamente presos de otros lugares, y no sólo de Chiapas, cuando no tendrían ni siquiera que estar presos y cuando pueden salir también a base del desistimiento de la acción penal, buscando además que el desistimiento vaya acompañado al menos de un “usted perdone”, digo, por aquello del tiempo de vida restado a los injustamente presos.
Pero la amnistía, nadie tendría que olvidarlo, no solamente purifica la acción, sino que la destruye. Y no para en eso: la amnistía destruye hasta la memoria y aún la misma sombra de la acción. Una amnistía en este momento a quien beneficia es al usurpador.
No deja de ser un usurpador el que elige hacerse del poder sin un triunfo electoral legítimo por el hecho de que, debido a la inmoralidad que impera en el país y que la ética ha sido cancelada, el Poder Judicial le haya legalizado el fraude y el Poder Legislativo en pleno ---lo de la protesta perredista no fue más que una chorrada-- haya estado de acuerdo en que se convirtiera en búnker el recinto de un poder en teoría al menos hasta ese momento, independiente, para permitir la entrada del ya espurio por decisión del IFE, custodiado por el Estado Mayor Presidencial, para que sin pase de lista siquiera, es decir sin cumplir ni la norma primera del reglamento, tomara posesión del cargo que millones de ciudadanos mexicanos le conferimos en las urnas a otro, mayoritariamente. Primero lo primero y luego lo segundo. Y lo primero, antes incluso de lo primero, es no olvidar la memoria.
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