viernes, febrero 20, 2009

¿País fallido?: Nos merecemos algo mejor

Del Correo:


Frente a la tragedia que agobia a México, me he visto en la necesidad de escribir la siguiente reflexión. Espero no molestar a nadie, y me disculpo de antemano si así sucede; no es mi intención.

El gobierno enano de Calderón ya se agotó. Ni siquiera las mafias que lo pusieron en el poder lo quieren ya. Una muestra de ello es lo dicho hace unos días por el fundador del grupo Bimbo y ferviente apoyador de Calderón durante la campaña y el fraude electoral de 2006: “El pobre señor Presidente está a punto de terminar su mandato —digo algo muy serio—, lo va a terminar de hecho, no de derecho, es muy probable”. Por si fuera poco, el principal soporte de Calderón —George Bush— acaba de ser echado de la Casa Blanca, y al presidente Obama no parece interesarle demasiado el destino del habitante de Los Pinos.

México está en una hora decisiva: o el pueblo se moviliza para quitar a Calderón a cambio de un gobierno de transición que recupere la viabilidad de nuestra nación, o a Calderón lo van a quitar las mafias de aquí y de afuera para poner a alguien aún peor que él, es decir, más autoritario, más corrupto, más antipatriota y más narco. El nivel que ha alcanzado el enfrentamiento público entre los diferentes grupos en los últimos días, es un signo preocupante. Si la polarización aumenta —y nada indica que vaya a disminuir— no es un disparate pensar que intenten imponernos en los próximos meses a otro de sus empleados como presidente, para tratar de inclinar la balanza a su favor.

Nuestro país está en guerra, con más muertos que en Irak. Se lo están peleando los poderosos, nativos y extranjeros. Ellos son el crimen organizado, son quienes controlan a los cárteles de la droga, a los secuestradores, a los traficantes de personas, a los contrabandistas. Corporaciones trasnacionales e intereses inconfesables de aquí y de allá, utilizan a los narcos y al ejército “mexicano” para disputarse nuestro territorio, sus recursos y las actividades económicas que en él se despliegan. Cada bando tiene su ejército y cada cual controla una parte de la geografía. Con la guerra suben los precios de las drogas: tratan de recuperarse de lo perdido con la crisis financiera y económica.

Gracias a la guerra, casi todo el territorio nacional ya está bajo control de alguno de los bandos militares: en manos de las policías formales (la federal preventiva, las estatales, las municipales), de los grupos paramilitares financiados con recursos del narcotráfico —como los llamados Zetas—, o del ejército “regular”. Unos dominan en el golfo, otros en el pacífico, la frontera se la pelean con todo.

La guerra —como cualquier guerra— también tiene otros frentes: el gabinete presidencial, los medios de comunicación, la estrategia económica, el Congreso de la Unión, pero, en todos los casos, el ingrediente principal es el de la violencia. Como si se tratara de un terreno baldío, que no es de nadie, que nadie cuida y nadie limpia, que se utiliza sólo para cometer crímenes y para tirar basura, los poderosos se pelean los pedazos de nuestra nación para beneficiar a sus empresas de telecomunicaciones, de energía, de alimentos y de automóviles, a sus negocios bancarios, de telefonía, mineros y farmacéuticos. No hay árbitro, no hay Estado, no hay reglas.

Nunca el país se había enfrentado una descomposición como la actual. México es ya un Estado fallido: un Estado que no es capaz de dar seguridad a los ciudadanos y de generar las condiciones mínimas para su sustento, un Estado sin legitimidad, que le teme a la democracia, que no tolera las opiniones divergentes, que no tiene ya el control sobre su territorio, un Estado incapaz de generar desarrollo económico y social.

El Estado falló, pero aún no somos un país fallido ¿lo vamos a permitir? Me parece que nos merecemos algo mejor.


Alberto Carral


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