Tal Para Cual
La corrupción de los organismos políticos en México —y especialmente de sus personajes destacados— es el talón de Aquiles de toda la nación. Su imbricación de intereses eminentemente facciosos, para nada patriotas, no sólo ha hecho sumamente vulnerable a México, sino está a punto de desaparecerlo como país, engullido por la avidez de recursos naturales y económicos de la hegemonía estadounidense.
Sin entrar a la génesis corrupta de los partidos políticos —tema de psiquiatría, más que de sociología—, deben enfocarse las consecuencias de su convergencia de intereses y el uso criminal que han hecho de todos los recursos, legales e ilegales, que les ha permitido la ignorancia y el desinterés de los directamente afectados: los ciudadanos mexicanos.
Debe reconocerse también que sin la apatía y tolerancia popular, ninguno de los partidos políticos que hoy hacen y deshacen a su antojo, habrían podido lograr la posición que ocupan ni contarían con margen alguno de maniobra, como hoy la tienen.
Cuando en 1988 falló el control partidista sobre los mecanismos comiciales y la realidad de las urnas dio un vuelco a la inercia esperada, de inmediato se activaron los “buenos oficios” de amigos que acercaron al prominente abogado empresarial Diego Fernández de Cevallos, miembro también de la cúpula panista, con el preocupado candidato del PRI que veía cómo los reportes de casillas esfumaban sus sueños de grandeza. Pláticas ultraprivadas y megaveloces, empezaron a bosquejar un nuevo escenario (al que son tan proclives los tecnócratas educados en Estados Unidos con jugosas becas del Banco de México), en el cual el PAN —súbitamente convertido en “la principal oposición”, en franco menosprecio a la realidad que salía de las urnas— “aceptaba dignamente” su derrota y reconocía el triunfo indiscutible, limpio y contundente, del candidato presidencial del PRI, Carlos Salinas de Gortari.
Obviamente, este arreglo tendría un buen costo político y económico, que Salinas aceptó de inmediato, con la primera gubernatura concedida al PAN del “Jefe” Diego, quien convenció al entonces presidente del partido, Luis H. Álvarez, para aceptar el buen arreglo.
Cuando de Los Pinos salió la orden para hacer ganar Salinas como fuera, los mecanismos de conteo y reporte de votos súbitamente se suspendieron por unas horas. Al restablecerse, ocurrió el milagro, el triunfador era, efectivamente como lo ordenó el señor presidente, Carlos Salinas de Gortari. El PAN, como lo acordaron Diego y Luis H. Álvarez, admitió que no había ganado su candidato, pero que los números le daban una apretada ventaja al del PRI.
El entonces candidato del PAN, Manuel "Maquío" Clouthier, se opuso a tal reconocimiento porque sabía que no era verdad. Cárdenas llevaba la evidente delantera.
Pero no importó. El Colegio Electoral, integrado por priístas, daría la última palabra. Y la dio. Pese a las evidencias del fraude, le otorgó el triunfo "legal" —aunque ilegítimo— a Salinas, aplaudido por el nuevo PAN cogobernante, con su primer gobernador reconocido en Baja California Norte.
Beneficiario de innumerables canonjías, el PAN se convirtió en ariete contra la enorme masa popular que había votado por Cuauhtémoc Cárdenas, ayudado por la “institucionalidad” de éste, que mediatizó la indignación popular y frustró la decisión democrática. Durante todo el salinato y después, en el zedillato, el PAN de Diego fue la mancuerna indispensable para revertir el paso evolutivo que llevaba el país, y empezar a desmantelar todo lo hecho para el bien público, a fin de hacerlo privado a favor del nuevo empresariado politizado que incubó Miguel de la Madrid y estimuló Salinas.
El único renegado era el Maquío, quien —ante el conformismo "institucional" de Cárdenas—armó un gabinete paralelo, de sombra, sin reconocer “el triunfo” de Salinas. Un providencial accidente carretero quitó de en medio al rejego Maquío, y Diego y Salinas ya no tuvieron que seguir lidiando con él.
La complicidad del PAN permitió que Salinas privatizara todo, que no rindiera cuentas de nada, que sus famosos libros blancos —con supuestos reportes del manejo presupuestal— fueran otra farsa para encubrir latrocinios y quedaran en la completa impunidad los malos manejos al desaparecer la documentación comprobatoria, igual que sucedió con los intocables paquetes electorales de 1988, resguardados por soldados, que el Jefe Diego hizo que se quemaran, para borrar las huellas del fraude cometido.
Desde entonces se perdieron los vestigios de la poca ética que le quedaban a los gobiernos del PRI. Coludidos PAN y PRI, permitieron que Salinas reinara impunemente y preparara el camino para quien se ostentaría después como “el cambio”, que resultó un descomunal engaño, para entronizar un “gobierno de empresarios, por empresarios y para empresarios”, verdaderos depredadores de las riquezas nacionales y de la hacienda pública, como se ha podido comprobar cada vez con mayor escándalo en las auditorías de las Cuentas Públicas.
A 18 años de distancia, la secuencia salinista se repitió en 2006, con papeles invertidos (esta vez el PRI en el papel de comparsa), aderezada con nuevos elementos de la modernidad tecnocrática: un IFE supuestamente "ciudadanizado", cuando en realidad está amafiado; nuevos mecanismos informáticos encriptados, con subrutinas de cálculo para alterar cifras según el patrón prefijado; medios de comunicación previamente sensibilizados con canonjías irregulares y condicionados por anunciantes conjurados y beneficiarios de fraudes fiscales; asesores extranjeros interviniendo abiertamente en procesos políticos, con mentiras, calumnias y manipulación social, expresamente prohibidas por la Constitución; autoridades electorales convenientemente dispuestas a la miopía intencionada; tribunales inapelables decidiendo por impúdica conveniencia legalizar las numerosas violaciones a la Constitución y a las leyes que de ella emanan. Como en Fuenteovejuna, todos a una... corrupción.
Igual que en el salinato, el impúdico concubinato del PRI y el PAN con su corte celestina (no celestial) de la chiquillería (Jefe Diego dixit) partidista del Verde Ecologista, Panal y Alternativa, entra a la demolición de todo el andamiaje económico, social y político, que llevó mucho tiempo y esfuerzo construir y que, pese a sus imperfecciones, permitía el progreso del país, tener un trabajo honrado y llevar alimento a la familia. Pero hoy, el PRIAN deshace todo, para subastarlo en pedazos a empresarios privados, quienes multiplican sus ganancias en un santiamén, alentados por las exenciones fiscales que se les da como supuesto "estímulo" a su inversión, que no es otra cosa que el respectivo soborno para lograr la simpatía gubernamental, pues lo que menos hacen es invertir en sus empresas para crear empleos y estimular la economía.
Es indignante ver que en las cámaras del Congreso se aprueban leyes francamente lesivas para el país y su ciudadanía, auspiciadas (cuando no preparadas) en Washington, a fin de beneficiar a supuestos empresarios "nacionales", que en cuanto reciben la canonjía o concesión, de inmediato entran en arreglos para venderlas, sin pago de impuestos, a trasnacionales extranjeras, como sucedió con los bancos y otras empresas otrora paraestatales. El país no sólo pierde fuentes de riqueza, sino también soberanía.
Es también repugnante el modo en que ese corrupto concubinato político prepara la entrega y anexión político-social del país (como ya hizo la económica) a la hegemonía estadounidense, y transgrede las más elementales normas de la política y el decoro, para aprobar a la carrera malas leyes, impensadas, incompletas, lesivas para quienes dicen representar.
En fin, es interminable el rosario de indignidades y agresiones contra el país y sus ciudadanos, que comete ese dúo nauseabundo que se autoproclama "decente y responsable", "democrático y nacionalista", aplaudido por sus otros cómplices en el aparato político, mediático y empresarial.
Por el bien del país, por su supervivencia como tal, esperamos que crezca la capacidad de indignación ciudadana que se percibe en torno a Andrés Manuel López Obrador —el vivo demonio de todos esos apátridas— y que va abriendo cauce en su resistencia tozuda, para la defensa de México y el fin del concubinato nefasto.
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