Arnaldo Córdova
Cuando un partido político carece de un liderazgo fuerte, suele ocurrirle lo que ha pasado con el PRD desde hace ya buen tiempo, por lo menos desde que Cuauhtémoc Cárdenas dejó de ejercer ese liderazgo, pienso que cuando fue electo jefe de Gobierno del DF: se vuelve presa de disensiones internas, de grupillos de intereses, de “tribus”, del oportunismo político, de la corrupción e incluso de las traiciones.
Cuando Cárdenas gobernó el PRD no se movía una hoja si él no lo decidía. Todos los grupos y grupúsculos que conformaron el partido desde su fundación estaban atentos a escudriñar la voluntad del líder (que nunca he entendido por qué se le llamó moral) y a los que criticábamos sus métodos caudillistas de dirección se nos mandaba al limbo (que sí existe) o se nos excluía de toda vida partidaria, aunque a mí nunca me pudieron sacar del Consejo Nacional hasta que decidí dejar de participar en él.
El desmadre permanente en que vive el PRD es herencia directa de aquel liderazgo, no sólo por su prepotencia y su tendencia a excluir a quienes no eran abyectos servidores suyos, sino porque fue el verdadero promotor de las llamadas “corrientes” o “tribus”, primitivo sistema de dominación que le permitía tener a todos de su lado, mientras los dejaba que se hicieran trizas en la lucha por los puestos y las candidaturas. Fue una malísima escuela que marcó de modo definitivo la manera de hacer política dentro del partido. Justo cuando Cárdenas abandonó la escena partidista comenzó la revuelta de las corrientes. Nueva Izquierda nació en abierta rebelión contra el liderazgo de Cárdenas, y muchos de los antiguos colaboradores de éste se volvieron sus enemigos. Ni siquiera vale la pena recordarlos.
Sólo quienes no entienden el pavoroso mazacote que es el PRD pudieron haber dado alguna importancia al reciente congreso de ese partido. No pasó nada. Fue sólo un pequeño guiñol (con los hilos en manos de los jefes de las corrientes). Un pequeño arreglo de cuentas entre grupos que no tienen con qué decidir el futuro del PRD. Creo que ese congresito sólo sirvió para que los caudillitos tribales se dieran cuenta de que tienen que preservar su partido, porque de otra manera acabarían perdiéndolo todo y porque se percataron finalmente que ninguno de ellos, ni haciendo montón, podrían dar al partido el liderazgo del que está urgido. Eso, por supuesto, no quiere decir unidad; en el PRD no puede haber unidad mientras las cosas sigan como están.
El liderazgo existe, desde luego, pero no está dentro del partido, sino al margen. López Obrador hizo bien en no mezclarse en las broncas internas del partido. No le habría hecho ningún bien, porque ahora las corrientes, o por lo menos algunas de ellas, tienen muchos recursos para dar zarpazos a quien ponga en peligro sus pequeños intereses, incluido el líder al que hoy el propio partido debe su actual fortuna y que no tenía por qué perder el tiempo con ellas. Su campaña presidencial nunca hizo menos al PRD, pero se hizo con mucha más gente que aportó lo que el PRD de Cárdenas nunca pudo dar, aparte de su tradicional voto duro. Yo llegué a temer que el Peje se distanciara demasiado de su partido, pero no lo hizo. El partido fue siempre el actor principal de la campaña, aunque no el único, y muchas veces ni siquiera el decisivo.
No sé qué alegan los llamados chuchos con su famosa “autocrítica”, al decir que se cometieron errores en la organización partidista de las elecciones. Ellos ya eran los dueños del partido y a ellos corresponde la mayor responsabilidad por la mala organización, el descuido de las casillas y la falta de conjunción para conducir la participación del electorado lopezobradorista. Además, como se les ha hecho notar, los errores casi fueron irrelevantes ante la magnitud del fraude del que se hizo víctima a nuestro candidato. Como Julio Hernández López se esfuerza por recordar siempre a sus lectores, 0.56 por ciento fue la diferencia en el triunfo de Felipe Calderón. Andar chillando que perdimos por los “errores” es una felonía.
Francamente, a mí me importa un bledo quién sea el futuro presidente del PRD, si Jesús Ortega o Alejandro Encinas. Yo votaré por el último (a menos que descubra que, por mi alejamiento, ya no soy miembro del PRD o que no salí en las listas), pero ninguno de ellos puede ofrecer al partido el liderazgo que requiere. Ninguno tiene los tamaños necesarios. El verdadero líder es López Obrador, y de él depende la unidad del partido. De él dependió el sentido de unidad, un tanto madreada, con que terminó el congreso. A mí no me preocupan los chuchos ni los bejaranos. Me preocupa López Obrador. A cualquier perredista sincero que haya seguido el congreso debió haberle salido roña de sólo ver las peleas de perros con que se desarrolló, y los resultados indignos de un congreso de un verdadero partido.
El futuro del PRD depende de sus bases, no de sus líderes tribales, que casi todos son corruptos y logreros. De ahí la importancia del liderazgo de López Obrador, un liderazgo fuerte y confiable. Todavía no entiendo qué significan las famosas afiliaciones que anda haciendo López Obrador por todo el país, y le rogaría a mi amigo José Agustín Ortiz Pinchetti que en su próxima entrega nos lo explicara a todos sus lectores. Muchas personas piensan que se anda organizando una estructura paralela a la del PRD (es lo que los jefes tribales más temen y creo que con justa razón) o, en el peor de los casos, otro partido. A veces pienso que se afilia sólo a ciudadanos que no pertenecen al PRD (a mí nunca me han invitado a afiliarme). En todo caso, si de eso se trata, me parece que se está cometiendo un verdadero despropósito.
Si de afiliar se trata, creo que esas afiliaciones se deben conducir hacia el PRD con un nuevo sentido de la necesaria reforma del partido para convertirlo en un instituto libre del cáncer de las mafias tribales y de verdad político. A mí, en lo personal, me encanta que López Obrador recorra el país hablándole a miles ciudadanos y poniendo en la agenda lo que su partido no hace, los grandes problemas nacionales, aunque me gustaría que lo hiciera de otra manera, cosa sobre la que nunca han pedido mi opinión. De todas formas, me parece que el partido, todavía cardenista sólo que sin Cárdenas, deberá hacer este esfuerzo supremo para convertirse de verdad en el gran partido de izquierda que el país necesita. Por eso me preocupa López Obrador y no por otra cosa.
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