En un par de días se volcarán millones de feligreses a la mayor concentración espiritual en México; la visita a la Virgen de Guadalupe.
Mucho se ha dicho y seguirá diciéndose sobre la autenticidad de la leyenda guadalupana, pero estar de uno u otro lado de este tema no es el meollo del asunto. Más allá de todo argumento está el hecho innegable que, fabricado o no, se rinde culto a una simbiosis que congrega en una imagen a la religión de los naturales con la de los invasores. La diosa de la teogonía azteca Tonantzin, la madre del sustento, la madre del maíz, la honorable abuela, confluye con la imagen actual de Guadalupe; la virgen indígena, la de la piel morena. En el cerro del Tepeyac se encontraba el templo de Tonantzin y es ahí y en estas fechas donde confluyen millones guiados por su fe a depositarle monedas a los jerarcas católicos. Buen negocio.
La alta espiritualidad se manifiesta también en los danzantes de inspiración azteca que en cientos de cofradías interpretan en danza interminable, admiración de propios y extraños, un ritual que parece ir dirigido más a Tonantzin pero también a su inseparable dualidad Guadalupe.
Y así vemos tanto a portentos como a badulaques acercarse a esta divinidad más de mil años de antigüedad aún hoy sagrada: Miguel Hidalgo, precursor de la independencia, Vicente Fox, precursor de la antide-mocracia, Hugo Chávez, precursor del bolivarianismo y cuya primera escala en su visita a México fue al Tepeyac. Cosas veredes…
Arq. Eduardo Bistráin
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