Gonzalo Martínez Corbalá
Este 15 de septiembre está resultando ser de excepcional importancia en la historia reciente de Chile, y en la trayectoria para el futuro próximo de nuestra propia patria. En el país andino la madrugada del martes 11 de septiembre de 1973 dio inicio el golpe de Estado que terminó sangrientamente, con visos de tragedia griega, en el Palacio de La Moneda, cuando a las 12 del día fue bombardeado por los Hawker Hunter, que pasaban encima del cerro San Cristóbal para desde ahí clavarse en La Moneda, descargando sus cohetes con tal precisión que incendiaron el palacio y todas sus instalaciones por dentro, sin tocar la fachada, que de todas maneras tuvo que ser reconstruida tras el tableteo de ametralladoras de las tropas de asedio. Salvador Allende ahí quedó con su AK-47, escribiendo sobre su escritorio las últimas palabras que dieron la vuelta al mundo.
De ahí, el presidente mártir pasó con toda serenidad a la sala adjunta, conocida ahora como el Salón Blanco, que ha sido completamente remodelado, al igual que el resto de los aposentos que estaban al servicio de la presidencia, y que fueron reinaugurados en el acto de conmemoración que encabezó la presidenta Michelle Bachelet, acompañada de Isabel Allende, Carmen Paz y una de las hijas, develando además un extraordinario retrato del doctor Allende, el cual fue colocado precisamente atrás del escritorio donde escribió con ejemplar coraje y lucidez singular momentos antes de jalar el disparador del AK 47, sujetado con las piernas y apuntado a la cabeza.
Así se cerró el primer dramático capítulo de Estado y dio inicio una nueva etapa para quienes éramos los responsables en la embajada de México en Chile: hacer valer documentos básicos como el Tratado Internacional del Asilo de Caracas de 1954, cuya fecha ya habla de la obsolescencia de las 17 páginas que lo integran cuando de defender la libertad y la vida de los perseguidos políticos se trata, según lo señala en los primeros párrafos.
Primero fue el ominoso silencio en el que retumbaban en nuestra cabeza los recuerdos de los bandos militares emitidos por la única estación de radio que transmitía durante los primeros días la Junta Militar, constituida por los jefes del Ejército, la Fuerza Aérea y de la Marina. Más tarde habría de integrarse a la Junta, el general comandante de los Carabineros, quien habría de terminar su propia historia en la cárcel por la complicidad demostrada en los asesinatos del general Carlos Pratts, del embajador de Chile en Washington, Orlando Letelier, y su secretaria.
En las primeras horas del golpe de Estado tuvimos asilados chilenos, brasileños y peruanos, incluyendo algunos jóvenes mexicanos, quienes por su propio derecho reclamaban la protección de su embajada, en número de aproximadamente 350 en la cancillería, que estaba ubicada en la avenida que bordeaba el río Mapocho y Providencia, donde se ubicaban el comercio y los centros de reunión más concurridos por la juventud chilena.
En los momentos de ominoso silencio que siguieron al bombardeo de La Moneda, era obligado tratar de contestarnos una pregunta que estaba presente en todas las conversaciones: ¿Y el presidente Allende, qué pasó con él? ¿Dónde están Tencha, Isabel, Carmen Paz, Marcia y Gonzalo Meza?
Pronto empezamos a saberlo por boca de quienes se asilaron en la residencia de la embajada, como el doctor Óscar (Cacho) Soto, médico personal del presidente, quien nos relató con todo detalle lo sucedido. Allende había muerto, la familia se había dispersado y buscaba refugio. Tencha estaba muy cerca del hotel Sheraton, en la casa de Felipe Herrera, importante funcionario de la CEPAL. Tuvimos que ir por Isabel, Carmen Paz y sus hijos a algunas casas particulares, cuyas señas nos dio telefónicamente Isabel, cuya voz reconocimos de inmediato sin que fuera necesario decir el nombre.
Esa semana, llena de incertidumbres y de emotivas consideraciones y, por supuesto, de trabajo, de mucho trabajo, terminó precisamente el sábado 15 de septiembre. Después de enojosos incidentes y de sortear peligrosas situaciones, nos vimos obligados a exigir en los términos que marca estrictamente el Tratado de Asilo de Caracas una entrevista con el canciller del gobierno de facto, Ismael Huerta, ya instalado y en funciones, para obtener precisamente hasta ese día los salvoconductos que estaban obligados a extendernos según determina el Tratado y que faculta al gobierno asilante a calificar y otorgar los asilos solicitados y que impide al gobierno territorial que haga desde allí, para poder brindar con mayor efectividad la protección de la libertad y de la vida de los perseguidos políticos. No fue fácil obtenerlos, a pesar de la claridad con la que está expuesto este punto en el mencionado Tratado de Asilo, pero se logró.
Salimos hacia Pudahuel en tres autobuses, escoltados –¿protegidos?– por los Carabineros, entre tiroteos de los militares con los francotiradores y detenidos en múltiples ocasiones por retenes que bloqueaban el camino. Finalmente, estábamos ya en las instalaciones de Pudahuel acompañados de varios embajadores amigos, como eran los de Suecia, Israel, India, Francia y Unión Soviética, y despegamos, ya con los asilados, la familia Allende y algunos distinguidos mexicanos que se encontraban en Santiago para asistir a alguna reunión de la CEPAL, como don Antonio Carrillo Flores y David Ibarra.
Fuimos obligados a hacer una escala en Antofagasta, y después de obtener ahí el agua y combustible necesarios, volvimos a despegar navegando muy pronto en el espacio aéreo peruano. Eran las 11 de la noche del 15 de septiembre en México y con una pequeña bandera de la tripulación dimos el tradicional Grito de Independencia.
Estamos hablando de hechos concretos ya sucedidos en un país hermano del Cono Sur de América Latina. No se trata de especulaciones ni de fantasías; por el contrario, las limitaciones del espacio periodístico nos impiden dar mayores detalles en cuanto al trato completamente inapropiado, para decirlo de algún modo, que recibieron los asilados bajo nuestra protección por parte del gobierno de facto golpista, hechos todos ellos que conviene recordar ahora mismo en este aniversario de la Independencia de México, ya próximo a celebrar el segundo centenario.
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