Por Félix Sautié Mederos
Estimados lectores de POR ESTO!, no estaba muy seguro de poder comunicarme con ustedes desde La Habana tal y como acostumbro hacerlo periódicamente. La adversidad sin límites nos ha rodeado por todas partes en estos últimos días; primero, un huracán que cruzó por el sur de La Habana y que desbastó a la Isla de la Juventud y buena parte de la provincia de Pinar del Río, el huracán Gustav, sobre el que ya hube de escribirles anteriormente (Junto a mis compatriotas que atraviesan indescriptibles momentos difíciles http://www.poresto.net/content/view/809/103/) y sin haber transcurrido apenas unos pocos días, batiendo un fatídico récord de frecuencia entre uno y otro ciclones consecutivos desde 1948 a la fecha, como remate por así decirlo, un nuevo huracán denominado Ike entró por el norte del Oriente cubano, y se movió a todo lo largo del país dejando atrás una destrucción que nunca he visto ni había podido imaginar.
Les escribo, aún embargado por el impacto que otra vez más ha golpeado con saña a mis compatriotas, ahora de casi todo el país, y necesariamente debo referirme con reiteración a las adversidades que la vida pone ante nosotros. Lo hago en los momentos en que subsiste una relativa estabilidad en la Ciudad de La Habana que, nuevamente, ha sido de las zonas cubanas menos afectadas. Yo pienso que si por estas latitudes hubiera alguien que dudara aún, tan siquiera un poco, sobre las graves consecuencias que habremos de sufrir en lo adelante por causa del cambio climático, los terribles hechos que ahora estamos atravesando en nuestro Caribe insular con estos dos huracanes, incluso podría decirse que tres por uno anterior, el Hanna que cruzó por el oriente caribeño hace unos pocos días también, no debería albergar ninguna duda sobre el futuro climático y medio ambiental que nos espera a la humanidad.
Por otra parte, debo señalar que estas graves circunstancias y coyunturas se presentan coincidiendo con el inicio del trienio conmemorativo del 400 aniversario de la aparición de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre flotando sobre las aguas de la Bahía de Nipe, en el norte del oriente cubano, en 1612. La imagen de la Reina y Patrona de Cuba fue salvada de las aguas y la asociación de hechos, en estos momentos tan duros para los cubanos, no es difícil de que surja casi espontáneamente. En esta dirección quiero meditar, junto con ustedes, porque considero que la presencia de la adversidad constituye un hecho que nunca deberíamos eludir desviándolo hacia Dios. La adversidad es real, es independiente de nuestra voluntad y, en otras ocasiones, también puede ser forjada por nuestras propias inconsecuencias, desidias y errores. Esto forma parte de nuestras esencias mismas de seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios, con libre albedrío para optar por el bien o por el mal; y por tanto, no marionetas suyas programadas para actuar en una única dirección ni dependientes de ningún designio caprichoso por muy trascendente que pudiera ser. Somos seres realmente libres, con plena capacidad de labrar nuestros destinos y de responder por nuestros hechos, así como de afrontar las adversidades que nos presenta el medio natural en que nacemos y nos desenvolvemos, lo que sería muy necesario que muchos lo comprendieran bien.
Por eso, en los instantes que vivo hoy: complicados, dolorosos y difíciles, en los que era mi propósito reseñarles las actividades de la conmemoración de la fiesta de la patrona de Cuba el 8 septiembre, necesariamente tengo que refirme de nuevo a la presencia de la adversidad. Alrededor mío he visto mucho dolor, muchas firmezas e incluso, mucha fe en creyentes y no creyentes. Estas son dinámicas propias de la vida que deberían inducirnos hacia el amor que se transforma en servicio al prójimo; en entrega de lo que es más preciado para compartirlo con los demás que menos tienen; en respeto máximo por el dolor que debemos acudir a mitigar y nunca marchar hacia los rencores, los odios ni las exclusiones. Por encima de la adversidad sin límites que hoy nos rodea, la suerte está echada y nosotros podemos transformarla. Podemos y debemos hacerlo con la participación de todos, con el respeto por todos sin manipulaciones de unos ni de otros, con el dolor compartido por todos y con la solidaridad de todos. Quizás deberíamos considerar que la vida nos ha dado una profunda lección sobre lo efímero que es nuestro paso por la tierra y sobre lo importante que resulta ser la reconciliación, el reencuentro y el amor en un ámbito tan pequeño de la geografía real caribeña que, además, se extiende en una diáspora dispersa por el mundo.
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