Carlos Fernández-Vega
Allá por julio de 1993 una noticia conmocionó a la Sociedad Protectora de Animales, y provocó la risa nerviosa de millones de mexicanos quienes, con el agua hasta el cuello, no podían pagar sus tarjetas de crédito: la banca recién reprivatizada para “democratizar el capital” (Salinas dixit) desató una feroz campaña judicial en contra de la clientela que, por placer o capricho, dejó de pagar. Como no obtuvo la respuesta deseada, procedió a los embargos indiscriminados.
Resulta que la voracidad sin límite de los neobanqueros (mayoritariamente especuladores bursátiles, amigos de Salinas) produjo acciones increíbles en los “tiempos modernos” (ídem) que vivía el país. Por ejemplo, Banamex (por aquellos años con Roberto Hernández Ramírez y Alfredo Harp Helú a la cabeza) decidió actuar judicialmente en contra de una ex empleada, que vivía en Hermosillo, Sonora, porque reportaba un adeudo vencido de 2 mil 500 viejos pesos (2.50 de los nuevos) en su tarjeta de crédito. Como la deudora no tenía mayor riqueza, la institución bancaria le embargó dos perros –Chavalo y Zenny–, con la autorización de la juez cuarta civil de esa localidad, Sabina Imelda Fuentes, quien giró la orden respectiva, toda vez que calificó a los canes (uno ciego y el otro cojo) como “bienes muebles” afectables para garantizar el pago. A partir de allí, se quedaron con casas, negocios, vehículos, terrenos, etcétera, etcétera, en su afán de recuperar hasta el último centavo, no del monto otorgado, sino de los intereses de agio que, con la complicidad gubernamental, cobraban a sus tarjetahabientes.
Después de eso, la historia es conocida: tarjetas de crédito que los bancos “regalaban” como pan caliente, intereses de agio, comisiones abundantes y crecientes, utilidades sin limite, vertiginoso crecimiento de la cartera vencida, plásticos impagables, bancos pobres, banqueros ofensivamente ricos, crack bancario, Fobaproa, extranjerización y todo lo demás que los mexicanos conocen y padecen cotidianamente cuando se ven en la penosa necesidad de recurrir a un banco.
Quince años después de aquel inaudito embargo (¿qué habrá sido de Chavalo y Zenny?), la mesa de nueva cuenta está servida. De tiempo atrás, crecen las advertencias sobre el explosivo avance de la cartera vencida (fundamentalmente la de créditos al consumo) de la banca que opera en el país, y nadie metió las manos. De hecho, como en 1994 a dos minutos del estallido de la crisis, banqueros y autoridades financieras repiten el estribillo de que el problema “no es tan malo como parece” (Guillermo Ortiz dixit, noviembre de aquel año).
Pues bien, como el problema “no es tan malo como parece”, es necesario subrayar que la cartera vencida ya supera los 51 mil millones de pesos, y que en el caso de los créditos al consumo el incremento en sólo 20 meses ha sido de 350 por ciento, hasta llevarla al filo de los 27 mil millones. En el primer semestre de 2008 dicho aumento fue de de 97.12 por ciento, de acuerdo con las cifras de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores.
En consecuencia, dicen ahora los banqueros, “vamos tras los deudores de tarjetas; embargaremos a los morosos; reactivaremos la estrategia de recurrir a las demandas por la vía judicial; lamentamos no haber adoptado medidas restrictivas; nos sentimos intranquilos, por eso limitamos el crédito, y crearemos programas para usuarios de plásticos que incumplen en los pagos” (La Jornada, Roberto González Amador), o lo que es lo mismo, el mismo numerito de 15 años atrás, sin que ello los obligara –antes como ahora– a reconsiderar el descarado asalto que para su clientela significan los intereses cobrados. ¿Tendrá el gobierno la amabilidad de “rescatar” de nueva cuenta a los banqueros voraces? ¿Una vez más los mexicanos lo aceptarán sin chistar? ¿Se repite la “ausencia” de las autoridades financieras?
En esos 20 meses, que coinciden con la “continuidad”, el crecimiento de la cartera vencida al consumo ha sido espectacular: 350 por ciento, en un periodo en el que los bancos que operan en el país han impreso y distribuido millones de tarjetas de crédito adicionales sin tomarse la molestia de certificar si el receptor tiene perros con qué responder. Con todo, lo anterior no se explicaría cabalmente si no se mezclan tres elementos explosivos: el decreciente ingreso de la mayoría de los tarjetahabientes; el feroz aumento de las tasas de interés y cobros conexos, en plena ausencia de la autoridad financiera, e inflación al alza.
En este contexto hay que subrayar que en esos mismos 20 meses se duplicaron las tasas y cobros que aplica la banca a sus tarjetahabientes. Por ejemplo, la tarjeta clásica de Banamex-Citigroup reportó un CAT de 39.12 por ciento en diciembre de 2006; 20 meses después, en agosto de 2008, se fijó en 70 por ciento, o lo que es lo mismo un avance de 31 puntos porcentuales, a razón promedio mensual de 1.55, con una inflación reconocida de 7 por ciento; la clásica de Bancomer-BBVA en igual lapso pasó de 38.46 a 79 por ciento (11.3 tantos la inflación reconocida), un crecimiento de casi 41 puntos porcentuales o 2.05 puntos mensuales como promedio.
Las dos anteriores son las tarjetas de crédito de mayor circulación en México, pero la práctica es pareja en todos los bancos emisores. Así, el CAT del plástico de HSBC pasó de 34.99 por ciento en diciembre de 2006 a 71.11 por ciento en agosto de 2008, un incremento de 36.12 puntos porcentuales en el periodo. El de Santander pasó de 40.54 a 82.5 (un avance cercano a 42 puntos porcentuales) y el Scotia de 24.48 a casi 60 por ciento (alrededor de 35 puntos porcentuales). American Express, que expide sus plásticos sin ser banco, aumentó de 37.46 a 73.65 por ciento, un modesto avance de 36.19 puntos porcentuales.
Si a lo anterior se suman salarios congelados e inflación creciente, el resultado es explosivo, por mucho que el gobierno no quiera tocar a la banca trasnacional ni con el pétalo de una rosa. Igual hizo Salinas con su “banca moderna”, y el resultado lo seguimos padeciendo. La autoridad (así le llaman) no puede seguir fingiendo demencia. De 2001 a 2006 la cartera vencida por créditos al consumo creció 300 por ciento; en 20 meses de “continuidad” se incrementó 350 por ciento. Y la situación es tan sencilla como lo siguiente: el país no aguanta otro Fobaproa, y los mexicanos, menos.
Las rebanadas del pastel
Como el panorama descrito los apanica (Fox dixit), creen haber encontrado la solución perfecta: como no pueden cambiar la circunstancia del país, entonces le cambiarán el nombre al país, y asunto resuelto… Por cierto, felices fiestas patrias.
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