Víctor Flores Olea
Universal.12 de septiembre de 2008
Sí, la violencia se ha instalado en nuestra sociedad y hay peligro de andar por las calles expuestos, con un poco de mala fortuna, a la fuerza bruta. Pero ya decíamos en artículo anterior que la efectiva raíz de esta violencia generalizada hay que buscarla no solamente en las vocaciones criminales, en la corrupción y en la impunidad de las autoridades, sino en las abismales diferencias de clases y fortunas, orillando a muchos jóvenes (y no tan jóvenes) sin futuro ni oportunidades a vivir del robo y del asalto.
Hecho digno de mencionarse: casi nadie se refiere a estas contradicciones sociales y a estas diferencias abismales de bienestar que por desgracia vivimos en nuestra sociedad.
Pero digámoslo claro: más allá de este problema el país vive una tragedia de variadas dimensiones, que se sintetiza en la patética carencia de dirección gubernamental, con un sinnúmero de derivados que nos han debilitado: falta de desarrollo económico, si exceptuamos la tajada del león que va al ultraconcentrado puñado de ricos; ausencia de democracia, porque quién podría sostener que hemos avanzado políticamente en un medio en que las decisiones importantes son exclusivamente negociadas por las cúpulas; falta de proyecto de Estado, es decir, de bosquejo de futuro como nación y como sociedad; desde luego, absoluta ausencia de proyecto de una sociedad mínimamente igualitaria y con justicia social.
Si nuestra vida social e institucional transcurre de esa manera coronada, como no podría ser de otro modo, por un escepticismo, una desconfianza y un alejamiento brutal de la ciudadanía respecto al Estado, pareciera en efecto que el Estado mexicano y la nación se encuentran en una vía sin salida.
La desconfianza, el justificado escepticismo ante la mediocridad, consiste en la certeza ya probada de que los dirigentes del gobierno son incapaces de decidir en función del pueblo mayoritario. ¿La mejor ocurrencia del Ejecutivo y aparentemente de la mayoría del Poder Legislativo?: privatizar y poner el país en manos de los intereses particulares.
Sobre el Poder Legislativo hay el mismo escepticismo y aún mayor desconfianza: por ejemplo, estos meses de discusión sobre la reforma energética han mostrado hasta qué punto dominan la superficialidad y el criterio estrecho en los grupos parlamentarios, actuado según las instrucciones de arriba (el PAN), o conforme a un oportunismo desatado y cínico (el PRI). Del PRD, para el infortunio de la izquierda, domina un “trepadurismo” escandaloso sin salidas realmente constructivas como organización electoral.
¿Qué pasará en México en el próximo futuro? La debilidad objetiva y la ausencia de autoridad de las instituciones nos hacen pensar en un país sin salida y en tremendo riesgo. Muchas cosas habría que hacer para limpiar un panorama político de esta naturaleza, entendiendo por tal los tres poderes y el sistema de los partidos.
La cuestión es que examinando la historia, en muchas partes del mundo las crisis así son invariablemente resueltas no por los gobiernos, sino por los pueblos, tarde o temprano.
Escritor y analista político
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