Carlos Fernández-Vega
El nuevo rostro del magisterio
Algunos dirán que “es un paso” hacia la “transparencia total”, toda vez que en capítulos anteriores ni siquiera el esfuerzo hicieron, pero en el fondo el estilo no ha cambiado un ápice. Resulta que el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, ya conoce el por qué y los nombres de los responsables, pero se niega, al mejor estilo del “régimen de antes”, a revelar, con pelos y señales, los nombre de los “nerviosos” cuan brutales protagonistas (léase especuladores) del más reciente ataque en contra de la moneda nacional.
El doctor “catarrito” y sus sabuesos no debieron esforzarse mucho para topar con los responsables de dicho ataque, porque sus nombres y ubicaciones están grabados en piedra en la historia económica del país: son los mismos de siempre, que aparecen como beneficiarios de cualquier cantidad de devaluaciones, privatizaciones, “rescates”, “salvamentos”, exenciones, impagados créditos fiscales, evasión “legal” y demás gracias que el “sistema” –el de “antes” y el de “ahora”– puntualmente les pone en charola de plata.
Dijo Carstens que el despiadado ataque en contra de la moneda nacional y la utilización de 8 mil 900 millones de dólares para “inyectar confianza” en el mercado “tuvo relación con operaciones especulativas de un grupo de empresas nacionales para obtener utilidades”. ¿Cuáles podrían ser? ¿Quién tiene capacidad para devorar 6 mil 400 millones de dólares en 65 minutos?
Ya que el secretario de Hacienda se tomó la molestia de reconocer lo que todos saben, por qué no hace el favor completo y revela los nombres de los agresores, porque algún premio de consolación debe haber para los pagadores del festín, los mexicanos, y alguna consecuencia negativa, así sea el escarnio público, a la voracidad de ese conjunto de empresas y sus multimillonarios dueños. ¿Otra vez, como en el Fobaproa y tantos otros “rescates” privados con dineros públicos, quedará la información bajo mil candados? ¿Y los culpables impunes, una vez más?
Obvio es que no son los campesinos ni los obreros quienes pueden saquear las reservas internacionales en 65 minutos, vamos, ni en toda la vida. Tampoco las micro, pequeñas y medianas empresas, ni siquiera la mayoría de las grandes; mucho menos los “emprendedores” y “changarreros”. De allí que para los sabuesos de Carstens “descubrir” a los responsables fue un día de campo, que el titular de Hacienda no quiere compartir.
Los ojos, pues, están sobre ese privilegiado núcleo de especuladores parapetado en los grupos financieros (bancos, casas de bolsa, casas de cambio, aseguradoras, afianzadoras y empresas de factoraje) y los mega consorcios –asociados a éstos– que controlan la actividad económico-financiera del país, y que por una casualidad han sido los grandes beneficiarios del “México moderno” presumido desde que la tecnocracia y el neoliberalismo sentaron sus reales en Los Pinos.
Eso sí, a pesar de la gravedad de la nueva zarandeada, el secretario de Hacienda no pierde el sentido del humor. En Washington se animó a contar un chistorete: “el gobierno actuará con energía para evitar la repetición de ese tipo de acciones”. Buenísimo, pero los conocedores del tema aseguran que Agustín Carstens no hizo más que repetir el chiste que sexenal y puntualmente contaron, a nombre de sus respectivos jefes en Los Pinos, Gustavo Petricioli (De la Madrid), Pedro Aspe (Salinas), Guillermo Ortiz, José Angel Gurría (ambos con Zedillo; Serra Puche sólo tuvo tiempo para un chiste) y Francisco Gil Díaz (Fox), es decir, los titulares de Hacienda de los últimos cuatro “gobiernos”, a quienes ahora se une el doctor “catarrito” (Calderón).
Todos ellos dijeron eso de la “energía”, y a las arcas nacionales llegaron, llegan, las voluminosas facturas de “rescates”, “salvamentos”, “coyunturas”, “inyección de confianza”, “problemas pasajeros”, reestatizaciones, “créditos transitorios” y demás terminajos que al país le han costado un mundo de recursos, crecimiento, desarrollo y bienestar social.
Se entiende, pues, que el secretario Carstens diga que “no tenemos preocupación por ninguna institución de crédito”, pero ahora más que nunca debería tenerla, porque precisamente son esos grupos (que congregan bancos, casas de bolsa, de cambio, aseguradoras, afianzadoras y empresas de factoraje) los que le meten el diente, y muy hondo, al negocio de la especulación con dinero ajeno, sea éste de los ahorradores o, como se demostró el viernes, de la nación. Y sin son de ambos, mejor.
Con sólo asomarse al mercado de derivados se puede tener una idea de quiénes son los que “arriesgan” “sus” dineros: la banca (extranjera, obvio es, y en los primeros lugares, como siempre, BBVA y Banamex, sin olvidar a Santander, Scotiabank e ING), las casas de cambio, las casas de bolsa (entre otras, Interacciones, de Carlos Hank Rhon; GBM, ex propietaria del Banco del Atlántico), los principales consorcios con el sello Slim (América Móvil, Grupo Carso, Telmex), Cemex (Lorenzo Zambrano), FEMSA (de la familia Garza Lagüera), y obviamente Comercial Mexicana. Y como Carstens andaba de vena chistoretera, también contó el siguiente: “para frenar acciones especulativas el gobierno será más enérgico en exigir que se cumplan las reglas de transparencia y de reporte por parte de los bancos y las empresas” (ojo: dice exigir, no obligar, y a toro pasado de nada sirve).
Hizo reír al respetable, pero se supone que para eso está la autoridad financiera: para prevenir, evitar, frenar a tiempo, desarmar bombas, adelantarse a los acontecimientos, corregir y sancionar antes de, no para “rescatar” ni “salvar”, y mucho menos para justificarse: “la crisis cambiaria saltó por donde menos esperábamos” (Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México).
Para redondear, Carstens estimó que el impacto especulativo “sería mayor, pero no mucho más” de los mil millones de dólares que Comercial Mexicana reconoció haber destinado a operaciones de derivados cambiarios, y aseguró que el gobierno actuará con energía para evitar la repetición de ese tipo de acciones (El Universal).
En efecto, si se considera el diferencial cambiario entre la cotización del mercado abierto y la garantizada por el Banco de México en sus famosas subastas (los 8 mil 900 millones de dólares para “inyectar confianza”), el costo del regalo que con todo y moño se entregó a las “operaciones especulativas de un grupo de empresas nacionales para obtener utilidades” (Carstens dixit) se aproxima a 12 mil millones de pesos en tres días (una refinería, según cálculo calderonista), todos de las arcas públicas.
Las rebanadas del pastel
A parir ponen al país, pero el gobierno no quiere identificar a los especuladores. Eso sí, puntualmente pasa la factura a los mexicanos, que ni siquiera tienen derecho a conocer los nombres de quienes, una vez más, los saquearon…. El “nuevo rostro de la modernidad del magisterio” (Elba Esther dixit) ya tiene marca registrada: Hummer.
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