Editorial
Entre miércoles y viernes de la semana pasada el Banco de México (BdeM) subastó 8 mil 900 millones de dólares de sus reservas internacionales como parte de las medidas anunciadas por el gobernador del organismo, Guillermo Ortiz Martínez, para intervenir “ante las condiciones de incertidumbre y la falta de liquidez en el mercado cambiario”. De tal forma, en 72 horas se esfumó un monto equivalente a 10.6 por ciento de las reservas internacionales del banco central, que hasta el martes pasado ascendían a poco más de 84 mil millones de dólares; la medida, sin embargo, tuvo un impacto apenas marginal en el tipo de cambio entre el peso y el dólar: la divisa estadunidense cerró, al finalizar la semana, en 13.25 pesos, tras haber llegado a más de 14.
Por su parte, en el contexto de su viaje a Washington a la reunión anual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), Agustín Carstens, afirmó que la volatilidad en el mercado cambiario de los días anteriores se debió a que algunas empresas realizaron “operaciones especulativas para tener utilidades”, y señaló que se trata de un “problema muy bien detectado”, que no refleja debilidad en términos macroeconómicos.
La especulación cambiaria, como la que ahora refiere el titular de Hacienda, ha sido recurrente y devastadora en la economía mexicana: baste recordar que la aguda devaluación que se presentó en el sexenio de José López Portillo ocasionó el desplome de las reservas internacionales en casi 70 por ciento, a raíz de lo cual el mandatario instauró un régimen de control de cambios y decretó la nacionalización de la banca; durante la administración de Miguel de la Madrid se produjo el mayor número de devaluaciones durante un solo sexenio –seis–, y las arcas nacionales sufrieron nuevos saqueos de divisas. En 1994, cuando arrancaba el gobierno de Ernesto Zedillo, el “error de diciembre” propició la pérdida para el país de alrededor de 20 mil millones de dólares que fueron a dar a manos de los especuladores.
A pesar de la recurrencia de esta situación, hasta ahora ningún gobierno ha implantado medidas de control efectivas; por el contrario, el librecambismo característico de las anteriores administraciones ha derivado en la gestación de circunstancias como la actual, en la que los especuladores pueden, sin violentar ley alguna, devorar en unas horas grandes porciones de las reservas internacionales del país, las cuales son, supuestamente, un indicador de estabilidad y solidez macroeconómica. Tal circunstancia, por añadidura, coloca en estado de indefensión a millones de familias mexicanas, cuya economía se ve castigada por los altos precios del dólar.
Por lo demás, la liberalidad con que se han manejado las reservas internacionales del banco central en días recientes contrasta con la severidad y el celo con que autoridades del organismo guardan estos recursos en otras circunstancias. En un momento en que el país necesita recursos para reducir la enorme brecha de la desigualdad social, construir infraestructura, generar empleos, reactivar la economía interna y restablecer los mecanismos de bienestar social que contribuyan a paliar los efectos de la crisis económica, es por lo menos cuestionable que el BdeM emplee tales reservas en el “rescate” de la moneda, medida sin duda necesaria, pero estrictamente coyuntural: es significativo que el monto subastado por el organismo entre miércoles y viernes equivale a más del doble de los 53 mil millones de pesos que el gobierno federal se propone destinar a la construcción de infraestructura como parte del Programa para Impulsar el Crecimiento y el Empleo, una suma a todas luces insuficiente.
Ante estos actos especulativos, la SHCP debe actuar con transparencia y dar a conocer los datos de las empresas que concurrieron en este nuevo saqueo de las arcas públicas; asimismo, las autoridades del país deben reconocer la necesidad de adoptar medidas efectivas de control que impidan que unos cuantos se beneficien a expensas del país. Es preciso encontrar una fórmula que permita el libre cambio de divisas para impulsar la economía, y que lo impida cuando los círculos de la especulación financiera y monetaria lo emplean para obtener ganancias astronómicas e inmediatas, así hundan a la mayoría de la población en desgracias adicionales y más hondas que las creadas por el modelo económico que los gobernantes se niegan, aún en esta hora, a abandonar.
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