Gerardo Fernández Casanova
El informe presidencial
Que el fraude electoral jamás se olvide
El próximo martes es el Día del Informe y todo sigue como si nada. ¡Ay los viejos tiempos que nunca volverán! Cómo olvidar aquellos tiempos de escolapio y el estruendoso ¡Ahh! cuando nos anunciaban el obligado asueto para que todos escucháramos al tlatoani informando al pueblo de los grandes logros de su gestión gubernamental. Desde principios de agosto el país entraba en una especie de vigilia; la política se paralizaba para no distraer al Señor Presidente que, en la sobriedad de su despacho en el Palacio Nacional, se encerraba para elaborar la pieza oratoria más importante del año. En los mentideros acostumbrados por los políticos se hablaba en voz baja y se especulaba sobre posibles cambios en el gabinete o el espaldarazo al que se perfilaba para la sucesión presidencial. Todos los actores políticos se preparaban
para organizar los contingentes de sus adeptos para formar la valla que enmarcara, con vítores y confeti, el recorrido presidencial del Palacio a la Cámara y de regreso, se competía por la notoriedad. Luego el tradicional “besamanos” con su larga fila de aspirantes a una sonrisa del señor. Al día siguiente, las fuerzas armadas refrendaban su lealtad al Comandante Supremo y, posteriormente, los gobernadores de los estados hacían lo propio. Los periódicos duplicaban su volumen para dar cabida a las inserciones pagadas (al doble de precio) con las felicitaciones al señor. Todo era miel sobre hojuelas ¡Ay qué tiempos aquellos, señor Don Simón!
Pero todo eso se acabó. El “señor presidente” duerme el sueño de los justos. Hoy sólo queda el “pinche espurio”. El informe escrito se envía con algún mensajero y se realizan comparecencias de los secretarios para hacerse locos ante las comisiones de las cámaras. Ya ni siquiera sirve el informe para registrar la estadística; la mendacidad ramplona lo hace deleznable. En vez de rendirse cuentas se cuentan cuentos; puros cuentos. Los presidentes siempre han mentido, pero los de antaño mentían con sabiduría, lograban cierta verosimilitud. Los de ahora, especialmente los dos panistas, simplemente mienten sin que les dé vergüenza.
Abordo el tema con anticipación por dos razones: la primera, porque la próxima semana va a ser más interesante lo que suceda en la reunión de la UNASUR en Buenos Aires, que se abocará al asunto de la presencia militar yanqui en Colombia; y la segunda, porque así me aseguro una cierta exclusividad periodística, dado que la semana próxima, entre tanta mentada como se va a provocar, mi humilde artículo quedaría perdido en la espesura.
Felipe Calderón, alias “El Espurio” insiste en el engaño de que la crisis nos viene de afuera y que sólo hay que saber sortear sus embates, mientras que allá afuera resuelvan sus problemas. Según su criterio no hay nada que cambiarle al modelo económico vigente, en todo caso, sería para profundizar en las reformas estructurales, principalmente en materia laboral y fiscal, para acelerar sus beneficios. Tal parece que el “pelele” se quedó anclado en la guerra fría, aquella del “cristianismo sí, comunismo no” que se traducía en un silencioso “yanquis sí, rusos no”. Conforme a ello, todo lo que viniera del imperio gringo se recibía sin chistar, por el simple hecho de servir de barrera para contener el fantasma del imperio soviético, identificado en la diabólica persona de Fidel Castro Ruz. Para los efectos actuales, la traducción sería “FMI sí, independencia no” y el que se dice presidente lo asume dogmáticamente sin percatarse de que el mundo entero está gestando, no sin sobresaltos, la recuperación de la soberanía de los estados. Sólo así me explico la terca insistencia en las fórmulas que originaron la actual crisis que, para el caso de México, es la misma desde hace más de veinte años.
Para el mundo ha quedado claro que el mercado no es capaz para generar bienestar en la población; por el contrario, en su libre juego, sólo es capaz de producir miseria. Fecal está aferrado en buscar la solución en las inversiones extranjeras; para ello sacrifica toda norma que implique justicia social y económica, en términos de ofrecer el mayor atractivo para los inversionistas, incluida la mano de obra esclava. Para los tecnócratas lo importante es ser competitivos, sea para ganar en la puja por más inversiones transnacionales o para exportar bienes y servicios al menor costo; consideran que el mercado para lo producido en el país está del otro lado de la frontera; del mercado interno se hacen cargo las importaciones. Eso ya tronó. Los propios gringos, abanderados del libre mercado, ya corrigieron y emprenden la tarea del desarrollo endógeno con su lema: buy american. En América Latina, con la vergonzosa excepción de México, Colombia y Perú, todos los gobiernos se afanan en la procuración del nacionalismo económico, sabedores del rotundo fracaso de la fórmula globalizadora.
El famoso informe presidencial, ya desprovisto del glamour de antaño, debiera ser un ejercicio de verdadera rendición de cuentas, para ello sería indispensable exigir responsabilidad al informante. No puede ser que sólo sea otra muestra de propaganda mendaz.
Correo electrónico: gerdez999@yahoo.com.mx
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