19 febrero 2010
“Casi todos los mexicanos estamos de acuerdo en algo: salir pronto del atolladero; los desacuerdos son en torno a cómo hacerlo”.
Roberto Flores Felgueroso.
I
Adviértese, más allá del anhelo subjetivo --individual y/o social-- de mejoría cualitativa de nuestro entorno, la conformación de un consenso ciudadano que parece soslayar y supera diferencias y posturas de clase y culturales acerca de la realidad.
No huelga reiterar que esa realidad es opresiva y lacerante, discernida e identificada a resultas de la concurrencia coyuntural y hasta fortuita de vectores cuya concatenación dialéctica los convierte en agentes catalizadores del despertar de la conciencia colectiva.
Esa conciencia es, a no dudarlo, política, pues responde a la naturaleza filósófica misma, esencial, del animal humano. Sepámoslo o no, querrámoslo o no, deseámoslo o no, somos lo que Aristóteles describió como un “zoon politikon”. Animal político.
Ello es verismo insoslayable: actuamos políticamente, lo mismo consigo mismos –en los correlatos del fuero interno— que con respecto a los demás, incluyendo los congéneres que amamos y/o admiramos y, no se diga, los que odiamos.
Por ello, cuando alguien nos dice ser apolítico o hasta impolítico incurre en una falacia devenida ora por ignorancia de su propia condición, ora por confusión de conceptos y términos, ora por justificación expedita de la inacción, etc.
II
Sábese –lo consigna cotidianamente la difusión de sucedidos corrientes cuyo contexto omiten— que los personeros de ocupación plena, profesional y laboral) en la política suelen desentenderse precisamente de ésta cuando tienen ante sí retos de definición.
Esos retos suelen ser, por ejemplo, las exigencias de la ciudadanía que representan en lo formal y convencional –por ministerio constitucional-- y en cuyo nombre se desempeñan en los andamiajes del poder político establecido o el fáctico.
¿Y por qué se desentienden de la política esos personeros cuyo modus vivendi es, precisamente, servir a la sociedad en los vericuetos y atajos del poder? Por la sencilla razón de que usurpan una representación que les ha sido encomendada por todos.
Esa usurpación es la característica mayor, más elocuente y, diríase, monumental, pues los políticos venden la encomienda de representación de sus conciudadanos para servir a éstos desde el poder político del Estado, pero trafican su responsabilidad subrogada.
Ese comercio de investiduras, potestades y responsabilidades actúa con arreglo a las leyes no escritas del mercado como oferta para satifacer una demanda inmoral de una vastísima clientela de intereses creados, particulares o facciosos e incluso anti-sociales.
III
Comercian nuestra representación con intereses del poder real –el del dinero— tanto locales como trasnacionales. Están vendiendo a particulares extranjeros nuestros patrimonios históricos –minas, petróleo, gas-- a contrapelo de la Constitución misma.
Vemos que nuestros representantes en el poder político del Estado sólo se sirven a sí mismos y a intereses opuestos –antagónicos— a los de sus representados, lo que resulta en secuelas tan aberrantes, ergo terribles, como las que sufrimos hoy.
Por añadidura, esas actuaciones anti-mexicanas –anti-nosotros-- de quienes nos representan se realizan con cinismo ya que saben éstos que nuestra conciencia sedada les garantiza impunidad. Simulan, pero ello es tan grotesco que deviene en arrogancia.
Empero, los efectos de la sedación de la conciencia colectiva del mexicano están cediendo al dolor de un trauma brutal, el de la realidad vera. Los medios de control social – televisión, fútbol, religión organizada, etc— pierden efectividad día a día.
Al ir cesando la anestesia, el dolor reaparece. La sociedad –primero, los estratos y sustratos sociales vanguardistas; luego, los demás— estimulada por la dolorosa realidad (e.g., el juvenicidio en Juárez) tiene conciencia del problema. Resolverlo es lo siguiente.
ffponte@gmail.com
Roberto Flores Felgueroso.
I
Adviértese, más allá del anhelo subjetivo --individual y/o social-- de mejoría cualitativa de nuestro entorno, la conformación de un consenso ciudadano que parece soslayar y supera diferencias y posturas de clase y culturales acerca de la realidad.
No huelga reiterar que esa realidad es opresiva y lacerante, discernida e identificada a resultas de la concurrencia coyuntural y hasta fortuita de vectores cuya concatenación dialéctica los convierte en agentes catalizadores del despertar de la conciencia colectiva.
Esa conciencia es, a no dudarlo, política, pues responde a la naturaleza filósófica misma, esencial, del animal humano. Sepámoslo o no, querrámoslo o no, deseámoslo o no, somos lo que Aristóteles describió como un “zoon politikon”. Animal político.
Ello es verismo insoslayable: actuamos políticamente, lo mismo consigo mismos –en los correlatos del fuero interno— que con respecto a los demás, incluyendo los congéneres que amamos y/o admiramos y, no se diga, los que odiamos.
Por ello, cuando alguien nos dice ser apolítico o hasta impolítico incurre en una falacia devenida ora por ignorancia de su propia condición, ora por confusión de conceptos y términos, ora por justificación expedita de la inacción, etc.
II
Sábese –lo consigna cotidianamente la difusión de sucedidos corrientes cuyo contexto omiten— que los personeros de ocupación plena, profesional y laboral) en la política suelen desentenderse precisamente de ésta cuando tienen ante sí retos de definición.
Esos retos suelen ser, por ejemplo, las exigencias de la ciudadanía que representan en lo formal y convencional –por ministerio constitucional-- y en cuyo nombre se desempeñan en los andamiajes del poder político establecido o el fáctico.
¿Y por qué se desentienden de la política esos personeros cuyo modus vivendi es, precisamente, servir a la sociedad en los vericuetos y atajos del poder? Por la sencilla razón de que usurpan una representación que les ha sido encomendada por todos.
Esa usurpación es la característica mayor, más elocuente y, diríase, monumental, pues los políticos venden la encomienda de representación de sus conciudadanos para servir a éstos desde el poder político del Estado, pero trafican su responsabilidad subrogada.
Ese comercio de investiduras, potestades y responsabilidades actúa con arreglo a las leyes no escritas del mercado como oferta para satifacer una demanda inmoral de una vastísima clientela de intereses creados, particulares o facciosos e incluso anti-sociales.
III
Comercian nuestra representación con intereses del poder real –el del dinero— tanto locales como trasnacionales. Están vendiendo a particulares extranjeros nuestros patrimonios históricos –minas, petróleo, gas-- a contrapelo de la Constitución misma.
Vemos que nuestros representantes en el poder político del Estado sólo se sirven a sí mismos y a intereses opuestos –antagónicos— a los de sus representados, lo que resulta en secuelas tan aberrantes, ergo terribles, como las que sufrimos hoy.
Por añadidura, esas actuaciones anti-mexicanas –anti-nosotros-- de quienes nos representan se realizan con cinismo ya que saben éstos que nuestra conciencia sedada les garantiza impunidad. Simulan, pero ello es tan grotesco que deviene en arrogancia.
Empero, los efectos de la sedación de la conciencia colectiva del mexicano están cediendo al dolor de un trauma brutal, el de la realidad vera. Los medios de control social – televisión, fútbol, religión organizada, etc— pierden efectividad día a día.
Al ir cesando la anestesia, el dolor reaparece. La sociedad –primero, los estratos y sustratos sociales vanguardistas; luego, los demás— estimulada por la dolorosa realidad (e.g., el juvenicidio en Juárez) tiene conciencia del problema. Resolverlo es lo siguiente.
ffponte@gmail.com
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