Hernán González G.
La muerte puede ser dulce, bienvenida e incluso gozosa, o puede ser de lo más inoportuna, cruel y absurda, pero siempre será puntual. Lo anterior pareciera obvio, pero no lo es, habida cuenta de que la famosa "raya" de cada persona nomás no puede ser cruzada, mientras que sucesivos "rayos" a lo largo de su vida -peligros inminentes, accidentes de los que inexplicablemente sale ilesa, etcétera- pueden ser sorteados... hasta que aparece, inevitable e infranqueable, la "raya", por más responsables que se quiera buscar.
Por un momento imagínese que usted se levanta como todos los días, o quizá un poco más temprano, pues debe tomar un autobús que lo llevará a otra población. Imagínese que aborda el vehículo y en vez de dormitar empieza a disfrutar de las verdes montañas por donde pasa la carretera. E imagínese que en el siguiente segundo, luego de que usted vio en su reloj las 6:48 de la mañana, un desprendimiento de rocas y lodo borra la película que usted, y sólo usted, protagonizaba desde que tuvo uso de razón.
"La muerte, ya la ves, un simple ruido", dice el poeta, y aquel desprendimiento a todas luces inoportuno e injusto en el kilómetro 8 de la carreterita interestatal Tlacotepec-Tehuacán lo obliga, implacable y desalmado, a no volver a ver a su familia, a sus amigos, a sus animales. Vaya, lo obliga a no volver a esta vida o, quizá, a volver sin memoria alguna de quién fue.
Al mismo tiempo que a usted y a los que viajaban en el camión aplastado les sucede eso, al resto de los seres que habitan este planeta les suceden otras cosas. Uno se convierte -¿por cuánto tiempo?- en el hombre más rico del mundo, junto con sus socios que dicen no oír a pesar de la dimensión de sus orejas; algunos hacen como que gobiernan, otros como que combaten al narcotráfico, unos más como que legislan y, la mayoría, como que cumple con la ley, sobre todo la de "creced y multiplicaos".
Y no faltan, tampoco, los chambistas de la ciencia y los cancerberos de la salud que por "una lana", un vitalismo demagogo o una religiosidad extraviada se empeñan en enmendarle la plana a la vida y en ganarle la batalla a la muerte, ya con clonaciones triunfalistas, trasplantes improcedentes, pero rentables, desalmados encarnizamientos terapéuticos a desahuciados, biotecnología prohibitiva -por su elevado costo- para el grueso de los pacientes, más lo que se acumule esta semana.
Y desde luego la inoportunidad de la precipitada iniciativa perredista en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal de legalizar sin ton ni son la eutanasia pasiva -abstención o suspensión del tratamiento de un enfermo terminal o que, sin serlo, padezca dolores crónicos insoportables-, pero sin haber otorgado previamente carácter legal al documento de voluntades anticipadas o testamento vital, firmado, antes de ser un enfermo terminal, por cada ciudadano que así lo desee y ante un notario público designado por la autoridad, a un costo tan módico, o más, que el testamento que dispone el destino de codiciados bienes materiales.
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