Bernardo Bátiz V.
Recomiendo a todos el libro de Andrés Manuel López Obrador, editado por Grijalbo con el título de La mafia nos robó la Presidencia, pero especialmente se lo quiero recomendar a mis antiguos camaradas del Partido Acción Nacional; quedan muchos aún de las épocas idealistas anteriores al panismo neoliberal, que en los años 60, 70 y 80 luchábamos por el respeto al voto y por un cambio democrático de las estructuras, que logramos antes de la llegada masiva de los empresarios-gobiernos en muchos municipios importantes del país y una votación récord a favor de Pablo Emilio Madero, sin subsidios, sin apoyos externos y trabajando arduamente con nuestros propios recursos y con la fuerza que da la convicción.
Se lo recomiendo también a las bases panistas, y en especial a los jóvenes neopanistas que no están envenenados con el fanatismo de El Yunque y que podrán valorar el significado testimonial e histórico del libro de López Obrador, que me recuerda, a pesar de la diferencia del país de 1909 con el de 2007, por desarrollo y población, a La sucesión presidencial, de Francisco I. Madero, obra precursora de la gran sacudida política y social que fue la Revolución Mexicana.
López Obrador, como Madero, viene de una lucha local por cambiar la situación política, primero en sus respectivas entidades: Madero en Coahuila, López Obrador en Tabasco; ambos, después, indignados por lo que ven a su alrededor de injusticia social y falta de democracia, decididos a cambiar el estado de cosas en toda la nación, a partir de la participación en el proceso electoral, sin parar mientes en la inercia antidemocrática y en el tamaño del poder oficial con el que se enfrentan.
La recomendación a mis antiguos correligionarios es para que recuerden, y a los jóvenes y adultos de la clase media, que fueron engañados con la campaña del miedo y contagiados del odio en contra de un candidato, para que valoren y conozcan el testimonio y el alegato de quien fue despojado de su triunfo, por ser no sólo popular, sino congruente entre su decir y su hacer y totalmente distanciado de lo que es y hace la llamada clase política, y para que analicen y juzguen con objetividad. Los viejos panistas recordarán y los demás lectores conocerán lo que es empeñarse en alcanzar un ideal popular y democrático a través de toda una vida, en la que los avances reales hacia la meta siempre son más que los tropiezos y las derrotas aparentes.
No digo que el libro carezca de puntos criticables; quizá a algunos les parezca excesivo el uso de pronombres en primera persona, pero así son las obras testimoniales y autobiográficas; en lo personal me hubiera gustado agregar en algún punto más precisión y mayores datos sobre incidencias claves durante el intento de desafuero, pero es el que escribe el que mide el tamaño de la obra y la densidad de lo que dice. En su conjunto es, sin duda, un documento de gran formato sociopolítico que no puede dejar de ser leído, analizado y discutido; que lo será en nuestros días y, estoy cierto, al correr de la historia.
Los viejos panistas, si lo leen, revivirán recuerdos de pugnas similares por evitar el fraude electoral; recordarán que nosotros también fuimos víctimas en su momento de manipulaciones en las cifras, de parcialidad de los medios, de obstáculos para lograr que se admitiera en las mesas electorales a los representantes partidistas y de otras mil triquiñuelas que volvieron a repetirse corregidas y aumentadas, sólo que ahora las cometieron los que antes las habían sufrido. Su lectura tendrá que ponerlos ante la categórica pregunta de su propia congruencia: ¿pueden seguir militando al lado de quienes cometen los mismos fraudes que ellos combatieron y condenaron tantos años?
Hace unos días, en una mesa que compartíamos cuatro panistas de antaño, dos de nosotros del Foro Democrático, uno de los comensales dijo, cuando hablábamos de lo que pasó en la campaña y las elecciones del año pasado, que "en la guerra todo se vale". Es cierto, pero las elecciones democráticas no son una guerra: constituyen precisamente un proceso de competencia bajo reglas éticas que deben respetarse escrupulosamente para evitar enfrentamientos y odios y para que al final del proceso los contendientes puedan continuar en una convivencia pacífica.
El libro que recomiendo es, además de un extraordinario testimonio personal, un alegato político implacable, que con toda contundencia y con toda claridad va señalando los obstáculos y las trampas que se armaron para evitar que el autor y en su momento actor de los hechos relatados (caso insólito en el mundo de los libros) fuera candidato a la Presidencia y luego las manipulaciones, complicidades y falsificaciones que le escamotearon a él y a todo el pueblo de México el triunfo electoral y, por tanto, la Presidencia, pero que no pudieron quitarle ni a él ni al pueblo la confianza en la lucha pacífica por el cambio y la esperanza de que la angustiosa situación de injusticia, de pobreza y de corrupción, pueda revertirse.
Si hay un mérito en la lucha poselectoral, relatada en la obra, incluidos el plantón y campamentos del Zócalo y Reforma, es haber impedido que la cubetada de agua helada que fue el fraude electoral acabara en desánimo y en desengaño; lo que el libro rescata es un fenómeno nuevo en la política del país: todo lo que se hizo no desarmó el entusiasmo ni la convicción participativa, ni la certeza de que las cosas pueden cambiar, y que el cambio no depende sino de nuestro propio trabajo, organización y congruencia.
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