Octavio Rodríguez Araujo
Una discusión tiene como finalidad, entre personas honestas y sensatas, resolver o disipar dudas sobre una materia a partir de su examen atento y particular. También se le llama controversia, que no es otra cosa que una discusión de opiniones contrapuestas. Lo que hemos leído en éstas y otras páginas recientemente y en relación con Cuba se inició como tal el 24 de agosto con un largo artículo firmado por James Petras y Robin Eastman-Abaya en Rebelión.org. Pero en las últimas semanas se convirtió en otra cosa, principalmente en un agrio intercambio de diatribas y descalificaciones.
Nota.- No olvidar esto independientemente del tema que se trate.
En alusión a este artículo Fidel Castro llamó a sus autores, sin mencionarlos, superrevolucionarios de la llamada extrema izquierda y que lo que aconsejaban a la revolución era veneno puro y las fórmulas más típicas del neoliberalismo (Véase La Jornada del 5 de septiembre). Aquí el debate se convirtió en un insulto, primero con ironía (superrevolucionarios) y luego directo con calificativos semejantes a los usados por los comunistas en los viejos tiempos, aquéllos en los que Trotski fue acusado de agente del nazismo y del imperialismo o Gunder Frank de agente de la CIA.
En lugar de discutir con Petras y Robin Eastman-Abaya, quien por cierto es mujer y no se llama Robert (como escribiera Pablo González Casanova en su artículo reciente “Cuba y un hombre perverso”, La Jornada, 13 de septiembre), Fidel los califica y prácticamente los convierte en sospechosos (políticamente) al decir que su “supuesta amistad con Cuba les permite estar presentes en numerosas reuniones internacionales y conversar con cuantas personas del exterior o del país deseen hacerlo, sin traba alguna de nuestro vecino imperial a sólo 90 millas de las costas cubanas.” (Las cursivas son mías.) Casi agentes del imperialismo, faltó decir.
El artículo de James y Robin fue, según dijeron sus autores, una participación en el debate del que ya hablara Fidel Castro desde el 9 de mayo de este año, precisamente en su artículo “Se intensifica el debate”. Cierto es que Petras y Eastman-Abaya hacen propuestas altamente discutibles, como es el caso de la producción de etanol a partir de la caña de azúcar en los campos donde ésta dejó de cultivarse sin sustituirla por otros productos, pero de eso se trata la controversia. Fidel bien pudo remitir a su artículo citado del 9 de mayo donde hace suyas las consideraciones de Atilio Borón sobre el tema. Y así con los otros puntos igualmente controvertibles.
Posteriormente, los días 12 y 13 de este mes Pablo González Casanova llamó a Petras, ignorando a su coautora, un hombre perverso, es decir, una persona que causa daño intencionalmente. Otro calificativo. ¿Opinar en un debate es perversidad? Si yo digo, como he dicho en otras ocasiones, que el artículo 43 de la Constitución de Cuba es en parte letra muerta en la práctica porque no se permite a todos los cubanos hospedarse en cualquier hotel ni disfrutar de balnearios como Los Cayos o Varadero, ¿soy agente del imperialismo y un perverso?
A las pruebas me remito, como también al decir que en Cuba no existen las libertades de prensa y de asociación al margen de las organizaciones del Partido Comunista o aprobadas por éste y el Estado. ¿Y que me dirían si afirmo que en Cuba hay por lo menos dos economías: la de los privilegiados (incluidos los que participan en la economía informal) y la de los ciudadanos de a pie?
Finalmente, Petras, ahora sin Eastman-Abaya, publicó otro artículo en Rebelión.org (17 de septiembre) en el que se defiende en tercera persona usando también descalificaciones e ironías igualmente poco útiles para alimentar la discusión, es decir, para resolver o disipar dudas. Llamar a González Casanova “oportunista” y “papagayo” no es tampoco una manera de discutir.
A Pablo y a James los considero mis amigos, pero no estamos hablando de amistades, sino de formas de discusión. Con ambos he tenido diferencias, las sigo teniendo, pero no los califico. Sus opiniones, que pueden parecerme equivocadas en ciertos aspectos, son suyas y de las diferencias yo he obtenido enseñanzas invaluables, bien al ratificar mis puntos de vista, bien al reconocer como válidos los suyos. Los calificativos me preocupaban antes, ahora no.
Cuando era estudiante del primer año de licenciatura un antiguo trotskista, que luego terminó trabajando para los gobiernos priístas, me acusó de “pequeño burgués”. Me molestó, pues ya entonces aspiraba a ser marxista. Ahora me tiene sin cuidado, digamos que no me importa si mis críticas al gobierno cubano son juzgadas de tal o cual manera. Las seguiré haciendo mientras no me convenzan de que estoy equivocado.
Para mi fortuna, en México puedo criticar (todavía) al gobierno y al sistema capitalista, y hasta proponer el socialismo como alternativa, en tanto que en Cuba, de acuerdo con su legislación, los cubanos no pueden proponer, sin sanción, el capitalismo como alternativa. El artículo 53 de la Constitución cubana señala que “se reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa conforme a los fines de la sociedad socialista.” ¿Cómo se vería en México que nuestra Constitución dijera que tenemos libertad de palabra y de prensa conforme a los fines de la sociedad capitalista? Hace años que González Casanova, yo y miles de personas más estaríamos en la cárcel si así fuera.
El debate sobre el futuro de Cuba está en la mesa. Lo están llevando a cabo los cubanos, por lo menos algunos intelectuales, aunque a veces de manera eufemística como fue el caso de la controversia que se puede leer en la revista Temas sobre la caída del “socialismo en Europa Oriental” (http://www.temas.cult.cu/pdf/092-111% 20Socialismo.pdf), en el que participaron Rafael Hernández, Francisco Brown, Ariel Dacal, Julio A. Díaz y otros.
Vale la pena leer esa discusión, entre otras cosas porque el lector no encontrará diatribas ni calificativos molestos entre los interlocutores; pero, sobre todo, porque la controversia es algo así como “se lo digo a Juan para que lo entienda Pedro”.
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