Orlando Delgado Selley
En un texto que ha causado conmoción en Estados Unidos, Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal de ese país, repite las visiones apocalípticas que grupos empresariales y el PAN difundieron durante la campaña electoral de 2006. Su planteo es que en México, a pesar del exitoso logro económico desde la crisis de 1994, estuvo a punto de llegar al gobierno un “populista agitador”. Su opinión política no resulta sorprendente, llama la atención que sostenga que en los últimos 12 años ha habido éxito económico. Para cualquier analista el éxito existe cuando el ritmo de crecimiento de la economía, y particularmente del producto por habitante, crece rápida y sostenidamente, ganando posiciones en la competencia internacional y en la diplomacia mundial.
Ello, por supuesto, no ha ocurrido. En realidad, la economía ha tenido un desempeño decepcionante, lo que ha llevado a que México sea actualmente la quinceava economía del mundo cuando hace ocho años llegó a ser la octava. En América Latina dejamos de ser la primera desplazados por la brasilera. Pero, más relevante es que somos el país con el mayor número de migrantes en el mundo: 500 mil mexicanos en promedio han emigrado anualmente en los últimos 10 años, motivados por la imposibilidad de obtener un empleo que les permita mantener dignamente a sus familias. Tenemos una economía en la que 80 por ciento de los hogares recibe ingresos inferiores a cuatro salarios mínimos y en la que 50 por ciento vive en condiciones de pobreza.
Otros indicadores relevantes también dan cuenta de la precariedad nacional. Los resultados en los exámenes para conocer los niveles de aprovechamiento de estudiantes de secundaria son alarmantes, pese a que se ha mantenido el gasto en educación en proporciones del producto que resultan razonables. La distribución del ingreso que se registra en las encuestas de ingreso-gasto es una de las más concentradas del mundo, pero la concentración del ingreso y del poder es mucho mayor. Ello se ilustra con el rápido avance del patrimonio de los grandes ricos mexicanos que registra Forbes. El increíble control monopólico de los principales mercados, que sorprende al propio Banco Mundial, evidencia la falta de competitividad de la economía.
Hay otro dato que importa. En los pasados cuatro años la economía mundial ha experimentado un crecimiento relativamente alto, impulsado básicamente por el impresionante crecimiento de China e India. Todos los países han crecido, pero lo han hecho más los que se beneficiaron del incremento de precios en el petróleo y en los minerales. En América Latina, Venezuela y Chile lograron importantes incrementos de su producto, en tanto México no fue capaz de aprovechar los enormes excedentes petroleros. A Greenspan le importa la estabilidad económica, eso que ellos llaman los equilibrios fundamentales: inflación, tipo de cambio, déficit en la cuenta corriente y, por supuesto, el resultado de las finanzas públicas. Esa estabilidad existe y es importante, pero importa más el empleo y las condiciones de vida de la gente.
De modo que no hay éxito, sino, más bien, un desempeño mediocre. La razón fundamental está en el Estado. Durante 60 años, con grandes ineficiencias y corrupción, el Estado condujo a la economía con base en un proyecto nacional que se propuso crear una industria que abasteciera los requerimientos del mercado interno y una producción agropecuaria autosuficiente. Ese proyecto demandaba que la inversión pública sirviera para crear espacios rentables para la inversión privada. El Estado desarrollista entró en crisis junto con la concepción económica que le daba sustento. Fue sustituida por una visión liberal que preconizaba la reducción del Estado para permitir que el mercado funcionase como mecanismo asignador de recursos.
El programa liberal ha producido una economía más desigual, con un dinamismo marcadamente insuficiente para satisfacer las necesidades de empleo de la población, lo que ha conducido a que 20 por ciento de la fuerza de trabajo mexicana haya emigrado y que mucha más lo intente, pese a las crecientes dificultades para lograrlo. Sin un Estado capaz de actuar para evitar monopolios, para redistribuir el ingreso generando mercado interno, abriendo ámbitos rentables en las zonas de mayor retraso, el resultado seguirá siendo el mismo: éxito económico para unos cuantos y condiciones cada vez más difíciles para la mayoría. Más y mejor Estado es lo que hace falta.
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