Ricardo Andrade Jardí
Parece un acto aislado, casi insignificante, que pasará inadvertido para muchos, sin embargo se trata de un retrato terrible del tipo de sociedad en el que nos hemos convertido; once tiburones asesinados para calmar la histeria del turismo gringo, surgido a partir del ataque de un tiburón contra un bañista norteamericano. La “autoridad” de Ixtapan, Zihuatanejo, emprende toda una cacería de escualos para tranquilizar a los verdaderos dueños de la patria, esa parece ser la mentalidad de nuestra desgobernate clase política, convertida ya en los simples administradores de quinta de los intereses mundanos de los Homeros Simpson del imperio.
El asesinato de los once tiburones, más los que se tengan que acumular para que los gringos apacigüen su histeria y suelten sus limosnas en nuestros atractivos y turísticos, para la mayoría de los mexicanos inaccesibles, puertos y playas es un buen ejemplo de las subjetividades siniestras sobre las cuales se sustenta nuestra decadente e importada democracia, toda una persecución a raíz de un lamentable hecho que dejó sin vida a un turista, que por otro lado es de suponer que conocía del riesgo, o que como suele suceder en nuestra mentada institucionalidad, desconocía del eventual riesgo por falta de información de parte de la misma autoridad que después del ataque del tiburón, decidió cobrar venganza por el gringo y asesinar, hasta hoy, a once tiburones que no hacían otra cosa que sobrevivir en un habitad que día con día es devastado por la irracionalidad humana. La cacería de los tiburones, que no su pesca para consumo, sino como un estúpido acto de suprema barbarie, es el reflejo del odio y el miedo con el que se vive en el México de la usurpación Fecalista, las autoridades de Zihuatanejo tienen miedo de perder divisas, los turistas (gringos), adiestrados por los Spilberg hollywoodenses, reviven sus psicosis colectivas y entran en pánico a raíz de un hecho real, pero aislado, y que nada tiene que ver con las taquilleras producciones de los escualos asesinos, a los que hay que liquidar a toda costa, pues son casi tan peligrosos como los, “comunistas” (entonces), “disidentes sociales” de hoy; los empresarios hoteleros reclaman seguridad pues temen perder ocupación, las subjetividades de opresión exigen “justicia” y los tiburones pagan el precio de sus instintos animales en manos de la subjetividad represiva, que ya no sólo es el reflejo del miedo sino del odio convertido en cotidianidad, ahí donde la dignidad se pierde a cambio de unos cuantos dólares… no tardaremos en leer los comunicados de la embajada gringa sugiriendo no visitar esta o aquella playa por falta de seguridad y la inmediata respuesta de todos los niveles de gobierno asegurado que la cosa está tranquila y mostrando el costo de la matanza, que hoy es de tiburones y una vez exterminados éstos, y acostumbrados al estilo de vida que supone el homicidio, habrá que encontrar al enemigo en el vecino si es necesario, siempre que eso nos garantice un par de turísticos dólares.
“tiempos extraños donde hablar de árboles es casi un crimen, pues supone callar tantas atrocidades”.
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