domingo, diciembre 28, 2008

Degradación militar

ERUBIEL TIRADO

Con inocultable cálculo político, en la opinión pública se analiza la postura de las Fuerzas Armadas mexicanas, particularmente el Ejército, que llama la atención al Congreso desde el año pasado con un diagnóstico sobre el estado que guardan sus capacidades estratégicas, logísticas y operativas.Estructurado con una terminología más propia de la Guerra Fría, en ese diagnóstico se incluye un juicio de valor que le imprime un carácter dramático a la pretensión de obtener mayores recursos presupuestales: "La degradación de nuestro poder militar (!) es tan notable que en los próximos cinco años este proceso puede tornarse irreversible". Llama la atención la mención temporal sobre la inercia de la "degradación" de las capacidades castrenses, que no es casual: da cinco años para que se declare la extinción funcional del Ejército, justo cuando termine el presente gobierno. Las consecuencias negativas del proceso así denunciado llevan a la lógica conclusión de una inoperancia estructural de la fuerza armada para cumplir su misión existencial de "defensa nacional" en cualquiera de los tres supuestos doctrinales establecidos desde hace tiempo: ante una amenaza externa o invasión, conflicto interno y el auxilio en casos de desastre. Aquí vale la pena acotar que desde la conformación misma del Ejército en el moderno Estado mexicano, tanto por determinaciones históricas y geopolíticas como por su diseño institucional y estructural, los postulados doctrinales son más para el consumo de justificación nacionalista y política que para el establecimiento de una fuerza con "poder militar" propiamente dicha.Desde el término de la Segunda Guerra Mundial quedó claro que nuestro país quedaba dentro de un perímetro de seguridad de la vecina superpotencia, por lo que era inviable siquiera pensar en un México expansionista o de fuerza militar equivalente. Hacia el sur, menos era posible un concepto imperial autóctono, a causa del afianzamiento de los principios de política exterior que legitimaban al Estado y al régimen posrevolucionario, particularmente el de la solución pacífica de los conflictos internacionales. Con esta impronta quedó en la práctica la funcionalidad de un Ejército dedicado a las tareas de seguridad interior, que derivó, en lo inmediato, al uso presidencial de esa fuerza en la contención y, entonces sí degradándose, en la represión de conflictos sociales. En esta óptica, las fuerzas armadas nunca han sido concebidas para asumir una posición de poder militar, al menos en los términos en que pretende usar la expresión el documento castrense citado al principio.Primero la emergencia de la guerrilla chiapaneca y después la agudización del fenómeno del narcotráfico y el crimen organizado que involucraría a las Fuerzas Armadas, aun antes del colapso de las estructuras de seguridad pública federal y estatales, han provocado reformulaciones estratégicas del despliegue y organización territorial del Ejército. Esto ha implicado, entre otros, cambios profundos en la formación y profesionalización de tropas de élite (los GAFE, GANFE y sucedáneos), con un pretendido uso múltiple que abarca desde la contrainsurgencia hasta las ya conocidas labores especializadas de seguridad pública enfocadas contra el narco. La ponderación de estos factores está ausente en el documento de las Fuerzas Armadas y en los análisis externos, de voceros oficiales y oficiosos del gobierno, que en última instancia se concentran más en la ecuación simple: mayores recursos igual a mejor Ejército... Pero no necesariamente es así o, lo que es peor, no ocurre ni ocurrirá en nuestro contexto real. Prueba de ello es la transformación de las tropas de élite en sicarios del narco, que dio origen al fenómeno de Los Zetas, a pesar de la cual no se dice mucho sobre las deficiencias del modelo adoptado en su momento por las autoridades. Lo mismo puede decirse de otro problema no menos grave, como es la deserción entre las filas del Ejército (hablar de cientos de miles es para encender los focos rojos de cualquier Ejército del mundo, así sea de república bananera). Y qué decir, apuntando hacia un análisis estructural con implicaciones de largo alcance, sobre el diseño administrativo y operativo de las Fuerzas Armadas que, desde siempre, se han enfocado a la metas intermedias de defensa y protección del territorio con un fuerte componente ideológico, clientelar y corporativo. De ahí las comaladas de generales sin tropa, un organigrama de jerarquía oficial que no tiene nada que ver con otros ejércitos en diferentes latitudes, esquemas administrativos poco racionales (por ejemplo, pensiones y sobrehaberes determinados en forma clientelar y corporativa que desequilibran en forma permanente sus finanzas), todo ello con nulo espacio para la inversión hacia la infraestructura y modernización militar propiamente dichas... La conclusión es simple: la degradación o tendencia a la disminución de las capacidades castrenses ya está presente en el Ejército y es el resultado de un diseño estructural, legal y político que hace agua por un uso abusivo y disfuncional desde hace tiempo. No es sólo la inyección de recursos lo que se requiere, y menos ahora que con la Iniciativa Mérida se institucionalizó un sistema subrogado de recursos militares que complementan el creciente presupuesto militar (de 2007 a 2009 se incrementará en más de 30% en términos reales), a cambio de satisfacer una agenda de seguridad nacional en la que predomina el interés de Estados Unidos. En cuatro años veremos cómo se reedita esta discusión ante la inminencia del cambio de gobierno y con el Congreso silente y cómplice, que se niega a asumir un papel de regulador y contrapeso para definir una auténtica política de defensa. l

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