Julio Pimentel Ramírez
En los momentos de crisis es común que ante el creciente cúmulo de adversidades que amenazan con romper la estabilidad y agravar las condiciones de vida de hombres y mujeres en lo individual así como de la sociedad en su conjunto, con la excepción de los poderosos y especuladores que siempre encuentran los resquicios para medrar del sufrimiento ajeno, la humanidad se refugie en ilusiones esperando que pase el “temporal” y que en el futuro las cosas mejoren.
También es frecuente que esas esperanzas que se depositan en factores externos, no en la propia capacidad de organización y transformación social, terminen en desilusiones, traiciones e incapacidades de los depositarios de la confianza pública. Ejemplos de esto hay muchos a lo largo de la historia, uno cercano a nosotros es el de Vicente Fox, quien en el 2000 levantó en muchos mexicanos la fe en el cambio después de 75 años de padecer un régimen autoritario y antidemocrático.
A diferencia de Barack Obama que llega a la Casa Blanca gozando de una enorme popularidad, con un discurso congruente y sincero, tomando algunas medidas positivas en materia de política exterior, Felipe Calderón se coló a Los Pinos por la puerta de servicio, marcado con el baldón del fraude de Estado del 2006, impulsando medidas erráticas que han sumido al país en un grave proceso de inseguridad, descomposición socio-política y en una profunda crisis económica.
En todo caso es de desear, aunque para transformar la realidad no baste con eso, que el primer presidente afroestadounidense del vecino del Norte logre algunas modificaciones que hagan un poco más humanas las relaciones de la nación más poderosa del mundo, tanto dentro de sus fronteras como con otros pueblos del orbe.
Aunque como señala Fidel Castro, “…..a pesar de todas las pruebas soportadas, Obama no ha pasado por la principal de todas. ¿Qué hará pronto cuando el inmenso poder que ha tomado en sus manos sea absolutamente inútil para superar las insolubles contradicciones antagónicas del sistema?”. Entre las primeras decisiones de Obama que hay que destacar se encuentran la decisión de cerrar la prisión de Guantánamo y la de cancelar la tortura (aunque no se atreve a llamarla por su nombre) como método de interrogación de detenidos, ambas medidas plausibles desde la perspectiva de los derechos humanos.
En este punto cabría esperar que el gobierno de Washington se adhiera a la Corte Penal Internacional y respete a los organismos e instrumentos que la comunidad mundial ha generado con la intención de que los derechos humanos prevalezcan en los hechos, no solamente en los discursos de los gobernantes.
Esto último es el caso de México, país en el que los funcionarios públicos tanto del periodo de dominio unilateral del PRI como de los dos últimos sexenios panistas firman cuanto tratado internacional de derechos humanos se les pone enfrente, aunque después les introducen “candados” que nulifican su esencia y posteriormente, en los hechos, continúan instrumentando políticas represoras.
El gobierno mexicano signó instrumentos contra la tortura y ésta sigue siendo uno de los principales métodos de investigación de las policías de todos los niveles y ámbitos. También se incorporó a las naciones que dicen aceptar la Convención Internacional contra la desaparición forzada de personas y este aberrante delito de lesa humanidad se sigue cometiendo, tal es el caso -entre otros- de Francisco Paredes Ruiz, defensor de los derechos humanos desaparecido en septiembre del 2007 en Morelia, Michoacán.
Es más, en este delito de Estado que violenta una serie de derechos humanos y legales, la víctima no solamente es la persona directamente afectada, también lo son sus familiares que a la incertidumbre sobre el paradero y destino de su ser querido deben sumar con frecuencia alarmante el acoso y hostigamiento de las autoridades.
Este es el caso de la joven Janahuy Paredes Lachino, hija de Francisco Paredes, a quien las autoridades policíacas de Michoacán no solamente le niegan su calidad de víctima, sino que le brindan trato de “sospechosa” y amenazan con inmiscuirla en actividades “subversivas”, tal vez con el afán de que se desista de la exigencia de verdad y justicia que con energía ha emprendido al lado de familiares y organizaciones de derechos humanos.
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