26 enero 2009
"Desde que tengo memoria en mis 96 años de vida, en México siempre han habido profesiones inusuales, tal vez por necesidad".
Pedro Mariscal Ramírez.
I
Sábese hoy que cierto Santiago Meza Flores (a) El Chago o El Pozolero, de 45 años de edad, y un galopín y un pinche, son responsables presuntos de haber disuelto en ácido a 300 cadáveres que le envió durante 2008 un patrón, cierto Teo.
Teo, señálese, es un patrón muy importante: Teodoro García Simental, operador --eufemismo por jefe de sicarios-- del llamado cártel de Sinaloa, dedicado al trasiego ilícito de estupefacientes y psicotrópicos.
Éste personaje --llamado indistintamente El Teo o Don Teo-- fue, antes de ser contratado por el cártel de Sinaloa, el operador de sicarios del cártel de los hermanos Arellano Félix, que se asienta en Tijuana, B. C.
Subráyese que en ciertos círculos del Ejército, la Armada y los cuerpos policiacos federales, sinaloenses y tijuanenses se considera a Don Teo como un personaje "muy exigente" y/o "muy "difícil" de complacer o lidiar con él.
Según los expedientes gubernamentales conocidos, el señor García Simental no dejaba a sus víctimas en la calle o plazas públicas. No. No era su estilo dejar cadáveres desparramados doquiera. Su equipo de "limpieza" los levantaba.
Y, tras levantarlos de banquetas o el arroyo, parques e incluso casas particulares, el equipo de limpierza los deshacía en ácido, de modo que no quedaba huella alguna o cuerpo del delito de un homicidio. Nada.
II
Y el responsable de esa limpieza y secuencial desaparición de cadáveres era Chago El Pozolero. Al quehacer de Chago se le consideraba arte no disímil del culinario --de allí el remoquete pozolífero--.
Supondríase verismo que deshacer en ácido cadáveres humanos requiere técnicas muy practicadas, desde descuartizarlos hasta destazarlos y hacerlos picadillo en pos de una disolución eficaz de todo tejido, sin rastros ni sedimentos.
Presumiríase que esa cocción macabra requiere colosales volúmenes de ácidos o solventes --de esos que desaparecen o convierten en residuos inidentificables toda materia orgánica o inorgánica-- y diligencia acuciosamente organizada.
También requiere vocación, sin duda. Desaparecer cadáveres por cocción en ácido exige vocación y, sin duda, un buen estipendio, motivos ambos para ejercer sin pudores ni reticencias ni escrúpulos ni dilemas ocupación tan siniestra.
Ello tendría, pensaríase, un parangón moral con el profesionalismo. Don Chago El Pozolero es, supondríase, un profesional discreto en el cabal sentido de ambos vocablos, aunque ya detenido su discreción cesó; ya "cantó".
Y, así, confeso de su culinario talento, sospéchase que en las taquerías de Tijuana el abasto de carnitas obedecía a leyes del mercado: a mayor oferta, más bajo el precio. No sorprendería saber que en Tijuana los tacos son baratos.
III
Pero más allá de las ironías funéreas y lúgubre zumbonería que éste tétríco caso inspira en la gente, sobresalen las dudas: ¿Por qué alguien incurre en tan inusal, horrenda y espeluznante práctica? ¿Por dinero? ¿Por locura?
¿Es Chago El Pozolero un individuo enfermo, es decir, insano, loco, que gozaba su trabajo de deshacer cadáveres en ácido, obtener mucho dinero por hacerlo y disfrutar, por añadidura, de un estatus único en la subcultura del narco?
¿O es sólo alguien atrapado irremisiblemente en las redes de una subcultura laboral --la del "narco"-- en un país sin opciones de subsistencia más que emigrar a Estados Unidos, ser delincuente o morir de hambre?
Desde la perspectiva de la psicología social (y, sin duda, la psiquiatría) y la sociología, éste caso, fuese único o no, emblematizaría una realidad que debiere preocupar a los mexicanos, sobre todo a quienes se ostentan gobernantes.
Sabríase que en una guerra --como la "narcoguerra"-- todo tipo de atrocidad deja de ser excepción y adquiere ciudadanía de regla. En el caso mexicano, la anomia exhíbese espectacularmente y con dramatismo que a muchos deslumbra.
Por supuesto, el caso de don Chago ya le dio la vuelta mediática al mundo. El Monstruo de Tijuana, lo calfican en Europa; en Asia y en Nuestra América se involucra a la cultura mexicana con atavismos necrológicos del pasado indio.
¿Se comían don Chago y su galopín Héctor Valenzuela y su pinche Fernando López Aragón los residuos de la proteína aniumal disuelta en ácido? Esperaríase que ese quehacer los haya inducido al vegetarianismo.
Éste hecho indicaría que el número de muertos en la narcoguerra es mayor al supuesto. ¿Cuántos otros Chagos hay? No es desestimable que en estratos sociales densos los "narcos" son héroes a quienes emular. Tal es la descomposición.
ffponte@gmail.com
Glosario:
Anomia: conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o su degradación. Ausencia de ley. Falta de correspondencia entre los individuos y grupos sociales y las normas de convivencia y la ley.
Galopín: aquél que sirve en los oficios más humildes de la cocina. Ayudante de cocina.
Pinche: persona que presta servicios auxiliares en una cocina.
Pedro Mariscal Ramírez.
I
Sábese hoy que cierto Santiago Meza Flores (a) El Chago o El Pozolero, de 45 años de edad, y un galopín y un pinche, son responsables presuntos de haber disuelto en ácido a 300 cadáveres que le envió durante 2008 un patrón, cierto Teo.
Teo, señálese, es un patrón muy importante: Teodoro García Simental, operador --eufemismo por jefe de sicarios-- del llamado cártel de Sinaloa, dedicado al trasiego ilícito de estupefacientes y psicotrópicos.
Éste personaje --llamado indistintamente El Teo o Don Teo-- fue, antes de ser contratado por el cártel de Sinaloa, el operador de sicarios del cártel de los hermanos Arellano Félix, que se asienta en Tijuana, B. C.
Subráyese que en ciertos círculos del Ejército, la Armada y los cuerpos policiacos federales, sinaloenses y tijuanenses se considera a Don Teo como un personaje "muy exigente" y/o "muy "difícil" de complacer o lidiar con él.
Según los expedientes gubernamentales conocidos, el señor García Simental no dejaba a sus víctimas en la calle o plazas públicas. No. No era su estilo dejar cadáveres desparramados doquiera. Su equipo de "limpieza" los levantaba.
Y, tras levantarlos de banquetas o el arroyo, parques e incluso casas particulares, el equipo de limpierza los deshacía en ácido, de modo que no quedaba huella alguna o cuerpo del delito de un homicidio. Nada.
II
Y el responsable de esa limpieza y secuencial desaparición de cadáveres era Chago El Pozolero. Al quehacer de Chago se le consideraba arte no disímil del culinario --de allí el remoquete pozolífero--.
Supondríase verismo que deshacer en ácido cadáveres humanos requiere técnicas muy practicadas, desde descuartizarlos hasta destazarlos y hacerlos picadillo en pos de una disolución eficaz de todo tejido, sin rastros ni sedimentos.
Presumiríase que esa cocción macabra requiere colosales volúmenes de ácidos o solventes --de esos que desaparecen o convierten en residuos inidentificables toda materia orgánica o inorgánica-- y diligencia acuciosamente organizada.
También requiere vocación, sin duda. Desaparecer cadáveres por cocción en ácido exige vocación y, sin duda, un buen estipendio, motivos ambos para ejercer sin pudores ni reticencias ni escrúpulos ni dilemas ocupación tan siniestra.
Ello tendría, pensaríase, un parangón moral con el profesionalismo. Don Chago El Pozolero es, supondríase, un profesional discreto en el cabal sentido de ambos vocablos, aunque ya detenido su discreción cesó; ya "cantó".
Y, así, confeso de su culinario talento, sospéchase que en las taquerías de Tijuana el abasto de carnitas obedecía a leyes del mercado: a mayor oferta, más bajo el precio. No sorprendería saber que en Tijuana los tacos son baratos.
III
Pero más allá de las ironías funéreas y lúgubre zumbonería que éste tétríco caso inspira en la gente, sobresalen las dudas: ¿Por qué alguien incurre en tan inusal, horrenda y espeluznante práctica? ¿Por dinero? ¿Por locura?
¿Es Chago El Pozolero un individuo enfermo, es decir, insano, loco, que gozaba su trabajo de deshacer cadáveres en ácido, obtener mucho dinero por hacerlo y disfrutar, por añadidura, de un estatus único en la subcultura del narco?
¿O es sólo alguien atrapado irremisiblemente en las redes de una subcultura laboral --la del "narco"-- en un país sin opciones de subsistencia más que emigrar a Estados Unidos, ser delincuente o morir de hambre?
Desde la perspectiva de la psicología social (y, sin duda, la psiquiatría) y la sociología, éste caso, fuese único o no, emblematizaría una realidad que debiere preocupar a los mexicanos, sobre todo a quienes se ostentan gobernantes.
Sabríase que en una guerra --como la "narcoguerra"-- todo tipo de atrocidad deja de ser excepción y adquiere ciudadanía de regla. En el caso mexicano, la anomia exhíbese espectacularmente y con dramatismo que a muchos deslumbra.
Por supuesto, el caso de don Chago ya le dio la vuelta mediática al mundo. El Monstruo de Tijuana, lo calfican en Europa; en Asia y en Nuestra América se involucra a la cultura mexicana con atavismos necrológicos del pasado indio.
¿Se comían don Chago y su galopín Héctor Valenzuela y su pinche Fernando López Aragón los residuos de la proteína aniumal disuelta en ácido? Esperaríase que ese quehacer los haya inducido al vegetarianismo.
Éste hecho indicaría que el número de muertos en la narcoguerra es mayor al supuesto. ¿Cuántos otros Chagos hay? No es desestimable que en estratos sociales densos los "narcos" son héroes a quienes emular. Tal es la descomposición.
ffponte@gmail.com
Glosario:
Anomia: conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o su degradación. Ausencia de ley. Falta de correspondencia entre los individuos y grupos sociales y las normas de convivencia y la ley.
Galopín: aquél que sirve en los oficios más humildes de la cocina. Ayudante de cocina.
Pinche: persona que presta servicios auxiliares en una cocina.
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