Julio Pimentel Ramírez
Este fin de semana se llevará a cabo la llamada Cumbre de Líderes de América Latina, es decir el encuentro del Presidente de Estados Unidos y el Primer Ministro de Canadá con el mandatario ilegítimo de México, en la que, como es tradicional en este tipo eventos, no se esperan grandes acuerdos, al menos que beneficien a nuestro sufrido pueblo.
En los principales temas de la agenda que abordarían Barack Obama, Stephen Harper y Felipe Calderón las grandes decisiones ya están marcadas: en los graves problemas de seguridad, entre los que destacan los del narcotráfico y la delincuencia organizada, predominan los intereses geoestratégicos estadounidense, en los que se coloca en el centro de la estrategia la visión policíaca y militar, que les asegure su predominio y abra, cada vez más, las probabilidades de aumentar su intervencionismo.
Al carecer Felipe Calderón de legitimidad, optó por tratar de obtenerla, vanamente, por la vía de su llamada “guerra contra el narcotráfico”, cuyo fracaso está a la vista a la luz de las “frías” estadísticas de ejecuciones, secuestros y “levantones”, que han ensangrentado a la mayoría de las entidades del país y han sumido a la población en la inseguridad y la desesperanza.
En lo que va de la actual administración, son ya más de 12 mil personas ejecutadas, muchas de ellas muertas en las confrontaciones de carteles por el control del mercado y rutas del narcotráfico, otras tantas son policías y soldados caídos en cumplimiento de un deber que difícilmente entenderán. Se olvida advertir que la cifra de los llamados “daños colaterales”, es decir los civiles asesinados en el fuego cruzado de las balaceras y atentados, sigue creciendo, incluyendo niños y mujeres.
Todo esto está bien desde la óptica calderonista que eleva el tono de su discurso balbuceantemente belicoso, al decir que es el costo del enfrentamiento con el crimen organizado del que, no está por demás acotar, forman parte con alarmante frecuencia políticos, elementos de las fuerzas policíacas y del propio Ejército, así como empresarios encargados de la trama financiera del llamado “lavado” de dinero.
De esta manera, en Guadalajara veremos cómo Obama, aunque con posiciones menos agresivas y con un discurso diferente al de George W. Bush, insistirá y alentará la política de Felipe Calderón en materia de seguridad. La estrategia de Estados Unidos en ese punto, con el Pentágono y la CIA al frente, va en ese sentido.
Así lo indica, por ejemplo, la propuesta de instalar siete bases militares en Colombia, con el objetivo oficial de acentuar el combate al narcotráfico en ese país. Los mandatarios de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil y Uruguay –estos dos últimos en menor medida- han alertado de los riegos para los países vecinos. Hugo Chávez subraya que detrás de estas medidas militares se encuentra el apetito del imperio yanqui por el potencialmente enorme yacimiento petrolero de la franja del Orinoco.
No olvidemos que al tiempo que Washington bloquea su frontera sur con moderna tecnología y equipo militar, a más del aumento de elementos policíacos —que al mismo tiempo de formalmente dificultar el trasiego de drogas y armas impide el paso de los indocumentados (mientras perdure la crisis y no sean necesarios)—, alienta al gobierno mexicano a que siga sus dictados en su llamada lucha contra el terrorismo y el narco, acudiendo al llamado Proyecto Mérida, que es un eufemismo para denominar a un vergonzoso Plan México que no termina de concretarse del todo.
En todo caso, cabe reiterar que aunque Barack Obama reconoce la responsabilidad de su nación en el problema del narcotráfico, continúa poniendo énfasis en la solución militar, dejando de lado una estrategia integral que parece ir contra la estrategia de seguridad nacional del Pentágono y de los intereses de sectores económica y políticamente poderosos de allende el Bravo.
Por su parte, Calderón no da muestras de vivir en la realidad e insiste que “vamos ganado la guerra”, a pesar de las noticias que cada día no dejan de asombrarnos por su terrible brutalidad. Su necedad, digna del psicoanálisis, presagia que en materia de seguridad seguirá por el mismo sendero del fracaso.
Por otra parte, cabe anotar el papel poco central que presumiblemente tendrá en esta cumbre el asunto de la migración, no obstante la procedencia de avanzar en un acuerdo que legalice a los cerca de 12 millones de mexicanos que viven y laboran en la nación vecina, lo cual resultaría conveniente para ambos países.
En el aspecto económico, reviste especial relevancia el tema del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), un convenio que ha atado a nuestro país a una situación por demás injusta, que se ha traducido en el desmantelamiento de la actividad agropecuaria y en la agudización de la dependencia alimentaria.
También hay sectores de EU que se quejan de efectos negativos del TLC, sin embargo Obama, que durante su campaña abrió la posibilidad de su revisión, declaró recientemente que actualmente no hay condiciones para abrir canales de negociación al respecto, por lo que las cosas seguirán igual, tal y como lo desean los neoliberales mexicanos en el poder.
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