A los empresarios mexicanos que forman parte de la lista Forbes:
El año pasado, en mayo del 2009, la prensa estadunidense se enteró de que los hombres más ricos de su país –Warren Buffet y Bill Gates– habían convocado a una reunión confidencial de multimillonarios. Aunque en un primer momento se trató de mantener en secreto, poco a poco, el objetivo del encuentro salió a la luz y ha sido impactante conocerlo. Gates y Buffet le pidieron a los convocados que repensaran la naturaleza de las labores filantrópicas que llevan a cabo. Les pidieron, simple y sencillamente, que dieran más. Que donaran más. Que devolvieran más al país que les ha permitido tener una posición privilegiada. Bill y Melinda Gates alzaron la vara al sugerir que los 400 hombres y mujeres estadunidenses en la lista Forbes donaran 50% de su fortuna a una causa filantrópica en el transcurso de sus vidas o en el momento de su muerte.
La pregunta entonces es ¿por qué no en México? ¿Por qué no pedir el mismo tipo de compromiso a ustedes cuyas fortunas fueron hechas aquí, gracias al país que les permitió ingresar a la lista Forbes? Durante los últimos cuatro años, Warren Buffet ha donado 6 mil 400 millones de dólares a la Fundación Gates. Eso, aunado a los donativos de los propios Gates, ha llevado a una campaña global para erradicar la malaria. Ese mismo dinero, bien usado en México podría llenar muchos de los hoyos de salud y educación que el Estado mexicano –en medio de una crisis fiscal– no puede atender. Donativos de esa magnitud podrían cambiar de manera importante a México.
Si personajes como Oprah Winfrey, Eli Broad, Ted Turner, David Rockefeller, Michael Bloomberg, George Soros, John Doerr y Pete Peterson –entre otros– están dispuestos a asumir y considerar el reto de regalar la mitad de su valor neto, ¿dónde están Carlos Slim, Jorge Larrea, Emilio Azcárraga, Ricardo Salinas Pliego y multimillonarios mexicanos comparables? Por qué, en un país con necesidades tan obvias, la filantropía empresarial es, en términos comparativos, tan pequeña? ¿Será por nuestra tradición oligopólica? ¿Por la forma tan peculiar en la cual se han amasado las grandes fortunas en México? ¿Por la ausencia de instituciones reconocidas, dedicadas a la filantropía? ¿Por una cultura que no contempla el giving back (dar de vuelta), como un componente central de la actividad empresarial? Detrás de este cúmulo de razones, hay una realidad innegable: México sigue produciendo personas que forman parte de la lista Forbes, pero no conciben la filantropía como parte de su labor. La mayoría parece vivir conforme al credo personal de Carlos Slim, manifestado a la revista The New Yorker, “no creo en la caridad”.
Para muchos de ustedes, basta con actividades como el Teletón, Iniciativa México, mantener un par de fundaciones, regalar algunos millones al año y siempre en eventos con una gran cobertura mediática. Pero eso no es suficiente. En democracias funcionales, la filantropía no se usa nada más para comprar buena publicidad o combatir las presiones regulatorias. La filantropía es vista como una obligación moral; como parte del contrato social que un empresario firma en una sociedad capitalista. Y si el argumento moral tiene poca resonancia en México, existe otro con más poder de convencimiento. Si ustedes –los ricos de México– no regresan más, contribuirán a crear el tipo de país al cual tanto le temen. Tendrán que erigir cercas electrificadas cada vez más altas para defender una riqueza vista como cuestionable, porque con demasiada frecuencia se ha creado gracias a la protección política y no a la innovación empresarial. Tendrán que defender con cada vez más vehemencia su pedazo del pastel, por no permitir condiciones tales que crezca para todos.
Y mientras tanto, seguirán pagando un daño creciente a sus reputaciones. Continuarán enfrentando notas periodísticas constantes sobre la evasión fiscal, la captura regulatoria, los conflictos de interés, el bloqueo a la competencia, la expoliación a los consumidores, el país de privilegios, la incredulidad social ante la manufactura de millonarios en sectores protegidos, y todos los usos y costumbres del capitalismo de cuates que caracteriza a México hoy. En cada nueva versión de la lista, reincidirán los cuestionamientos a personas como ustedes; cuestionamientos similares a los que se hicieron a los Carnegie, a los Rockefeller y a los Vanderbilt, antes de que aprendieran a ser filántropos de verdad. Antes de que comprendieran la importancia de retribuir para resguardar, devolver para legitimar, dar para sobrevivir.
O, como lo argumenta Warren Buffet en un artículo reciente: “beneficiar a otros que por azares del destino tienen menos suerte que uno”. Y Buffet ha cumplido con el compromiso de donativos filantrópicos crecientes, a sabiendas de que no afectarán ni su estilo de vida, ni el dinero que piensa dejarles a sus hijos. Sabe que tanto él como los miembros de su familia continuarán con vidas confortables y útiles, intocadas por el regalo de un montón de millones. Sabe que –con frecuencia– quienes poseen demasiadas cosas, como yates y aviones y obras de arte, acaban poseídos por ellas. Sabe que tuvo la fortuna de nacer en un país con un sistema económico que le permitió tomar grandes riesgos y cosechar extraordinarios beneficios. Y eso lo llena ahora de gratitud. Un tipo de gratitud poco vista entre los magnates mexicanos, pero que se vuelve urgente ante la situación difícil del país. Una forma de revisar la huella que desean dejar en el mundo, basada en el fin de la acumulación y el principio de la tarea más seria y difícil que es distribuir con sabiduría. Una forma de comportamiento que debería llevar hoy mismo al anuncio compartido de todo aquello que los mexicanos de la lista Forbes deberían estar dispuestos a dar. La mitad de su fortuna. La mitad de su valor neto. Un cheque a cambio del país que podrían transformar, si quisieran hacerlo.
(*) Este artículo se publica en la edición 1759 de la revista Proceso, ya en circulación.
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