domingo, marzo 01, 2009

La crisis que nadie se atrevió a mirar… y que los “expertos” ya no pueden esconder

Enrique Montalvo Ortega

Un primer elemento que llama la atención cuando se observa la crisis actual es la sorpresa de personajes que deberían de saber al menos algo al respecto. Individuos pagados con abultadísimos sueldos (en México de seis dígitos mensuales), que manejan información privilegiada y disponen de gran cantidad de personal de apoyo (les gusta llamarlos asesores expertos) e infinitos recursos cibernéticos y técnicos. Individuos que mantienen amplias relaciones con otros personajes y actores de la vida política y económica, como el presidente del Banco Mundial, el del Fondo Monetario Internacional, el del Banco de México, el Secretario del tesoro de USA, el de Hacienda de México.
Todos ellos se mostraron tan sorprendidos sobre las dimensiones de la crisis económica como si hubiera descendido una nave espacial frente al Capitolio de Washington o en el Zócalo de México.
Algo similar ha sucedido con muchos “calificados” economistas, expertos en econometría y distinguidos profesores de encumbradas universidades, cuyas declaraciones rayan en la obviedad más pedestre, pero en nada contribuyen a explicar lo que sucede. Ahora todos ellos la reconocen y hasta la califican empleando el parámetro de la gran crisis del 29, pero pocos se atreven a ir más allá de la simplista teoría de la burbuja financiera y mucho menos son capaces de dar recomendaciones útiles o de decirnos cuánto tiempo nos llevará salir de ella.
Si se tratara de la primera crisis capitalista de la historia entonces no nos parecería extraña la perplejidad de los “expertos”. Un fenómeno nuevo, como un virus recién aparecido ciertamente dejaría perplejo a cualquier médico o biólogo, pero una crisis capitalista no tendría porqué sorprender a ningún economista o científico social, cuando las crisis son precisamente la forma natural de avanzar del capitalismo y este régimen capitalista de producción es un sistema que genera, por su forma misma de funcionar, crisis cada día más graves y no puede existir sin ellas.
Es aquí donde nos empezamos a explicar la perplejidad y sorpresa de los “sabios” economistas, “expertos” y funcionarios públicos, muchos de ellos educados en Harvard, Chicago, Stanford o en el MIT en Estados Unidos, o en el Tecnológico de Monterrey o el ITAM de México. Nos hallamos ante el asombro de la ignorancia intencionalmente buscada y cultivada.
Me explico con un ejemplo, ahora que la crisis comienza a tocar fondo, textos de Marx que habían sido condenados al olvido (Marx está muerto y enterrado decían muchos) han adquirido una inusitada demanda en países como Alemania.
Los “sabios” se habían venido aferrando a una serie de dogmas seudocientíficos que servían para impulsar el regreso del régimen capitalista a sus peores tiempos y aproximarlo lo más posible a su condición manchesteriana del siglo XIX, es decir, la idolatrización del libre mercado extremo como única forma posible de organización económica social. Durante décadas, desde que Margaret Thatcher y Ronald Reagan dieron los primeros impulsos al desmembramiento más amplio posible de la acción reguladora del Estado, emergió una cauda de justificadores de la triunfante ideología del neoliberalismo, que se vio ampliamente reforzada tras la caída del muro en 1989, leída por muchos a partir de un lente distorsionador: el fin de las ideologías, el fin de la historia, lo único que queda ahora –decían- es la continuidad eterna del sistema actual.
Pero volvamos al tema que nos ocupa, ¿por qué los sabios funcionarios y economistas neoliberales no imaginaron siquiera las dimensiones de la crisis actual e hicieron algo para al menos atenuarla?
Simplemente porque en primer lugar no querían verla, estaban interesados, fuertemente interesados en que el sistema siguiera funcionando adecuadamente, esto es, que el libre mercado siguiera su curso infinito.
En segundo término, no contaban con ningún instrumento analítico para comprenderlo. Sus herramientas teóricas servían para empujar su reproducción, para que operara eficientemente, pero no para comprender su funcionamiento.
Y ¿cómo hacerlo cuando quien mejor había desentrañado sus reglas y sus contradicciones (el viejo Marx y sus seguidores) estaba bien muerto y enterrado? O al menos eso les gustaba creer. En las instituciones de los gobiernos sólo empleaban a los egresados de las escuelas neoliberales y en las universidades hace mucho que el estudio de Marx ha pasado a ser un elemento secundario. Y si no lo creen revisen sus programas de estudio. Las burocracias universitarias se empeñaron en borrar todo rastro de análisis crítico.
Aquí una novela tan impactante como Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, resulta ejemplificadora. Una epidemia de ceguera colectiva parece haberse apoderado de nuestras sociedades, que no querían ver sino los espejismos que les proyectaba el mercado. La idea de un sistema maravilloso en el que la riqueza (el dinero como su signo más visible) se autogenera de manera mágica y automática sin necesidad de trabajar, ¿dónde? en la bolsa y en el sistema financiero, que encumbrado en esa tarea esotérica, cobró un poder exorbitante capaz de doblegar a todos y cobrarles tributo (en México a través del FOBAPROA, entre otros muchos recursos).
Hoy la ceguera, a fuerza de los golpes de la crisis, comienza a desaparecer, pero sólo para que comencemos a darnos cuenta de que nos hallamos en el fondo del pozo, al borde del abismo, adonde nos ha conducido nuestra negativa a ver la realidad. Aún es tiempo para abrir los ojos.
Seguiremos pues, analizando algunas de las múltiples facetas de la crisis, tratando de explicar lo que los “expertos” tratan a toda costa de ocultar. Escríbanos sobre su vivencia y visión de esta crisis a enrimo21@hotmail.com

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