Julio Alejandro Peyro
Ya por diez años, Televisa y TV Azteca han comprendido su función en el vacío de poder que creó el neoliberalismo: convertirse en guías de la conciencia de la población. La realidad de la pantalla es la funcional, la menos cuestionada, y claro, la más divertida.
¿Por qué luchar por la justicia social, cuando puedo con una simple llamada telefónica de 01 900 cambiar la vida de la gente necesitada, colaborando con el Teletón o el Movimiento Azteca?
¿Por qué fomentar el respeto, la equidad, la unidad en la justicia, los derechos humanos? ¿Por qué tomarme la molestia de investigar siquiera qué son, de formar mi propia visión, de criticar; cuando RBD y los chicos de la Academia, “portavoces de mi generación”, me incluyen en su “movimiento” con tan sólo comprar una pulserita o votar para que sus sueños se realicen?
¿Por qué o para qué hacerle caso a los políticos? ¡Todos son iguales! Corruptos, codiciosos, mentirosos. Mejor no meterse en política. Mejor no saber de política. Si es mejor participar en “conciertos por la paz”. Aunque no se sepa qué se busca con esa paz.
Como sucede frecuentemente, la tele no deja lugar a dudas, a cuestionamientos, ni siquiera a inquietudes. Lo que se dice en la tele, es. Ya sea un resultado en la elección presidencial, los monólogos de Adal Ramones o el despiadado monopolio de la distribución de medicamentos de Casa Saba. Todo se incluye en la construcción de “lo que es”, también lo que “debe ser”.
En este teatro no hay trasfondo, la tramoya es invisible. La realidad es tan plana como la pantalla. No hay lugar para motivos o interpretaciones. Felipe Calderón ganó la elección y debemos unirnos como mexicanos en torno a él . Los monólogos de Adal son agudos, divertidos y siempre respetuosos. Casa Saba es un consorcio nocivo que debe desaparecer.
El trasfondo del interés, las corruptelas y las vendettas de los dueños de las televisoras y ambiciosos de las conciencias de los ciudadanos, golpea cada vez más fuerte y pugna por salir a la luz de la verdad, mucho más brillante que las aparatosas escenografías de los programas de entretenimiento. El teatro tiene un último acto, donde el desenlace angustia tanto a los autores de las farsas cotidianas, que recurren a todo para seguir prolongando la función, a costa de los espectadores, cada vez menos pasivos, cada vez más hartos, cada vez más conocedores. Cada vez más informados sobre la imposición de FElipe CALderón, cada vez más convencidos de que el fraude lleva su nombre y apellido, cada vez más enterados de que el linchamiento a Casa Saba es porque se atrevió a querer unirse a Telemundo y romper el duopolio de televisión abierta...y cada vez más deseosos de que Adal Ramones vuelva a Monterrey de donde nunca debió haber salido.
Sólo esperamos que este último acto de la función televisiva no se prolongue demasiado.
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