Carlos Beas Torres
El fascismo como forma de gobierno se basaba en tres pilares fundamentales: el control corporativo, el terror y los símbolos. Lo que viene ocurriendo en la Oaxaca de estos tiempos terribles nos hace pensar que la forma de gobernar de Ulises Ruiz tiene un símil mayor al fascismo que a las prácticas criminales de las dictaduras de corte militar instauradas en Guatemala, Argentina o Chile.
En esa entidad concurren a su manera estos tres factores, creando un modelo de fascismo a la oaxaqueña, modelo que tiene sus propias características y usos y costumbres.
En los recientes 20 años el control corporativo ocurre de dos formas principales en el estado: una mediante los sindicatos y grupos campesinos adscritos tradicionalmente al Partido Revolucionario Institucional (PRI), entre los cuales destaca la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC) que encabeza David Aguilar Robles. Esta organización ha aportado al grupo de poder, en estos pasados tres años, bandas de pistoleros y golpeadores que lo mismo asaltan al periódico más importante de Oaxaca que agreden a maestros, taxistas y vecinos.
El otro mecanismo de control corporativo está formado por una tríada, integrada por los delegados regionales y funcionarios del gobierno estatal, los alcaldes priístas y los caciques locales. Esta tríada se ha convertido en el principal instrumento de control usado contra la población, pues al manejar el presupuesto y la justicia administran el acceso a programas de gobierno y la suerte de miles de familias. Este mecanismo lo mismo encarcela a opositores que distribuye de manera discrecional despensas o materiales de construcción, y en coyunturas electorales se transforma con agilidad sorprendente en el comité promotor de los candidatos del PRI.
Si bien la parafernalia tricolor quedó sumamente desgastada con la aplastante derrota que sufrió Roberto Madrazo en las recientes elecciones federales, en Oaxaca la camisa roja se mantiene como símbolo y señal de identidad del sector más agresivo de este partido. En varias de las fotos donde aparecen disparando los sicarios de Ulises Ruiz, éstos visten camisas rojas.
En muchos de los ataques contra la población oaxaqueña ocurridos en agosto, octubre y noviembre de este año, se señala la operación abierta de grupos paramilitares, a los cuales, como ya ha sido denunciado en numerosas ocasiones, concurren policías ministeriales, preventivos y municipales vestidos de civil, quienes actúan junto con porros, pandilleros y miembros del PRI.
La violencia gubernamental aplicada en Oaxaca tiene un claro corte fascista, ya que más que destruir físicamente a los opositores ha buscado crear un clima de terror que paralice a la población y la vuelva dócil y manejable. En meses recientes, las bandas paramilitares, los llamados escuadrones de la muerte, han balaceado y asesinado, torturado y desaparecido a opositores, enviando un mensaje claro y siniestro a la población. El escarmiento que busca crear miedo.
La estrategia diseñada por el gobierno de Ulises Ruiz para mantenerse en el poder ha sido el fascismo. El terror y el miedo como fórmula para que grandes sectores de la población se abstengan de manifestarse y protestar, así como la violencia extrema como escarmiento.
En esta lógica de terror y violencia gubernamental hay otro actor: el gobierno federal, el cual ha demostrado una vocación autoritaria y derechista que lo ha hecho convertirse en el principal obstáculo para la transición a la democracia en nuestro país. Vicente Fox y Felipe Calderón han estado más cerca de las corrientes más atrasadas y brutales del priísmo que de los sectores de la población que han venido demandando desde abajo un verdadero cambio democrático para México.
En el fondo, los gobernantes panistas se parecen a sus semejantes priístas; ambos representan intereses ajenos a los de la mayoría de los mexicanos; los une eso y su pavor a un pueblo participativo y exigente.
En Oaxaca, al igual que el mole y el quesillo, también tenemos un fascismo... oaxaqueño.
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