Angel Guerra Cabrera
En otro episodio de la farsa judicial montada por Bush II para impedir la aplicación de la ley al veterano agente de la CIA de origen cubano Luis Posada Carriles, la jueza federal de El Paso, Texas, Kathleen Cardone, le concedió el viernes pasado la libertad bajo fianza. Cardone, como de inmediato imputó Fidel Castro, no ha hecho más que cumplir instrucciones de la Casa Blanca.
La jueza había negado la solicitud de fianza según anunciaron varias agencias de noticias y medios. Pero a las pocas horas desautorizó su propia sentencia publicada el día antes en el sitio web del tribunal de El Paso. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta que es el inquilino de la Casa Blanca in person quien con la asesoría de su entrañable compinche Alberto Gonzales, procurador general (de la tortura, la ilegalidad y la vendetta política), tira de los hilos desde hace dos años para proteger al multiasesino.
Posada entró ilegalmente por mar en Estados Unidos, procedente de México, en una nave tripulada por terroristas (anti)cubanos y estuvo un mes paseándose por Miami sin ser molestado por autoridad alguna. Solamente las reiteradas denuncias del presidente cubano y el espectáculo mediático orquestado por el propio criminal obligaron finalmente a Washington a ordenar su detención, pero como la de un simple mojado, reo de una falta migratoria menor.
El gobierno de Bush posee todas las pruebas para acceder a la solicitud de extradición de Venezuela, donde Posada Carriles se fugó de la cárcel mientras esperaba ser juzgado. Podría también procesarlo en sus tribunales. No tiene otra alternativa en estricto derecho debido a que lo obligan las mismas leyes estadunidenses y varios instrumentos internacionales de los que es firmante.
Bastaría que la Procuradoría General se remitiera a su expediente de la CIA o siquiera a los papeles parcialmente desclasificados sobre las andanzas del personaje. Los documentos evidencian que la central de inteligencia conoció con casi cuatro meses de antelación el plan de Posada y Orlando Bosch, perdonado por Bush I al final de su presidencia y hoy residente en Miami, para atentar contra un avión cubano de pasajeros y que posteriormente recibió confirmación de la autoría intelectual de la pareja en la voladura de la aeronave de Cubana con 73 pasajeros a bordo sobre aguas de Barbados, crimen por el que Venezuela, origen del vuelo, lo reclama. Por supuesto, nada hizo Washington por impedir la acción terrorista o alertar al gobierno cubano. Es muy sugerente que a la sazón era director de la CIA George Bush padre.
Pero hay mucho más sobre Posada en los archivos de inteligencia imperiales que hacen de este sujeto un espejo de la política de Estados Unidos hacia América Latina. Entre sus hazañas, fue colaborador secreto de la policía del dictador Fulgencio Batista, entrenado por la CIA en explosivos, contrainsurgencia y tortura, y también egresado de Fort Benning en esas disciplinas como teniente de rangers, autor de atentados con saldo de muertos y heridos dentro y fuera de la isla contra objetivos cubanos y de otros países, miembro de un selecto grupo de la CIA encargado de asesinar fidelistas una vez que triunfara la invasión de Bahía de Cochinos, jerarca de la policía política (Disip) y torturador de revolucionarios en Venezuela, colaborador en el Plan Cóndor de los servicios secretos de Guatemala, El Salvador, Argentina y el Chile de Pinochet, operador de primera línea en el apoyo a la contra nicaragüense y el tráfico de drogas por armas a las órdenes de la Casa Blanca y autor de numerosos planes de asesinato contra Fidel Castro. El último de ellos, el intento de volar el paraninfo de la Universidad de Panamá repleto de estudiantes y profesores que escucharían al líder cubano.
Posada, junto con otros contrarrevolucionarios de origen cubano, estuvo nada menos que en Dallas el día del asesinato de John Kennedy, por lo que varios investigadores independientes opinan que fue uno de los francotiradores que dispararon contra el mandatario. Sabe demasiado sobre las cloacas del terrorismo de Estado de la potencia del norte, incluyendo el maridazgo entre la contrarrevolución de Miami, la familia Bush, la mafia y la CIA. Procesarlo en serio equivaldría a juzgar la conducta genocida de Estados Unidos y los Bush en América Latina. Por si quedara alguna duda, este caso revela como ningún otro la patraña de la supuesta guerra contra el terrorismo, frágil máscara de las nuevas guerras de conquista de Washington.
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