Etanol, maíz y soberanía
Gerardo Fernández Casanova
En los últimos meses se ha venido dando una importante polúmica en torno a la utilización del etanol como combustible sustituto de la gasolina, presentando un abanico de opiniones que van desde quienes lo consideran la panacea ecológica, hasta los que aseguran que será el causante de la mayor catástrofe alimentaria mundial. A manera de antecedente, Brasil ha sido la punta de lanza del proyecto, desarrollando un esfuerzo tecnológico ejemplar para eliminar su anterior excesiva dependencia del exterior en materia petrolera. Hoy cuentan con tecnología de punta, tanto para la producción y aprovechamiento como combustible de su abrumadora producción de caña de azúcar y alcohol, así como tambiún para la exploración y explotación de yacimientos de petróleo a gran profundidad. Con ello, Brasil es hoy autosuficiente e irrumpe en el mercado internacional con su tecnología y su producción de etanol combustible. Merece un respeto mayor su esfuerzo.
Por su parte, el mercado petrolero ha venido registrando precios crecientes, originados por factores de orden político que afectan a su disponibilidad, mas no por aumento en los costos de producción. En la medida de los altos precios se alcanza rentabilidad para las explotaciones de mayor profundidad, pero tambiún se hacen rentables las fuentes energúticas alternativas, particularmente la del etanol, sea el elaborado en Brasil a partir de la caña de azúcar, o el derivado del maíz en USA.
Resultado de lo anterior, se ha generado una severa elevación del precio internacional del maíz. La primara campanada del efecto catastrófico de este proceso la sufrimos los mexicanos: la tortilla, alimento básico, registró un exorbitante aumento de precio, dada la insuficiencia de la producción nacional provocada por el desmantelamiento del campo mexicano, a su vez, resultado de la apertura indiscriminada a las importaciones del cereal. Por esta razón el tema es de importancia vital para Múxico pero, indudablemente, lo es tambiún para las naciones que son deficitarias en materia de alimentos.
El Presidente Castro regresa a la vida pública con dos artículos editoriales, advirtiendo el sentido perverso y catastrófico del hecho de destinar alimentos a la combustión en los automóviles yanquis, señalando que sólo aumentará el problema mundial del hambre; cabe señalar que la producción de alimentos es una asignatura pendiente de la Revolución Cubana. Tambiún el Presidente Chávez hace lo propio, tanto porque Venezuela es aún deficitaria en la materia, como por fincar una parte importante de su proyecto en los altos precios del petróleo, amenazados por la competencia del etanol. El rúgimen espurio mexicano ha guardado silencio, en tanto que el Legítimo ha manifestado su exigencia de recuperar la soberanía y la autosuficiencia alimentaria. Por su parte, el Presidente de Brasil apuesta a abrir el mercado de los Estados Unidos a las exportaciones brasileñas de etanol, en tanto que Bush convoca a la industria automotriz de su país para producir vehículos que admitan una mayor proporción de etanol como combustible (anoto la dependencia tecnológica: el etanol sólo es viable si las automotrices yanquis lo permiten). Lula busca, con todo derecho, aprovechar una capacidad desarrollada por los brasileños, en tanto que Bush procura reducir la dependencia de su país respecto de las importaciones petrolera, cada vez más conflictivas o, por lo menos, disponer de un arma para reducir presiones y precios.
Desde mi punto de vista, todos los mencionados juegan el papel que les corresponde y defienden intereses válidos (excepto el silencioso espurio). Creo que, en tanto se mantengan altos los precios del petróleo, todas las fuentes alternas de energía van a tener la posibilidad de desarrollarse y encontrar sitio en el mercado, aunque por mucho tiempo más será marginal, dado el amplio trecho entre los costos de extracción petrolera y el precio de venta, en tanto que las alternativas se mueven en una franja estrecha de rentabilidad. Es previsible que el etanol y otras fuentes alternas ocuparán un espacio no mayor del 20% del mercado, y que se llegará a un equilibrio entre los precios del petróleo (a la baja) y los de los cereales (a la alza) y que ello afectará severamente a las economías dependientes, en tanto mantengan esta característica. Es uno de los tantos costos de la llamada globalización neoliberal.
Desde otro ángulo, hay que recordar que uno de los factores que propició la dependencia alimentaria fue el bajo precio internacional de los cereales, subsidiados por los gobiernos de los grandes productores, principalmente USA, lo que provocó competencia ruinosa para los productores locales, por lo menos ese es el caso de Múxico. Por esta razón, el alza de los precios internacionales no necesariamente constituye un daño, en tanto sea aprovechada para recuperar la producción domústica y se le asegura contra futuros vaivenes del mercado (no TLC), complementado con un esquema de subsidios al consumo popular, perfectamente válidos y soportados por la ciencia económica universal.
La gran batalla de las naciones consiste, entonces, en lograr soberanía alimentaria plena o, en su defecto, en participar en proyectos de integración solidaria (ALBA). No es admisible que la alimentación de un pueblo esté sujeta a los juegos de la oferta y la demanda internacionales. Lo que para unos pocos es cosa de ganar o perder, para la mayoría es cosa de vivir o morir. El crimen no es que se desarrollen tecnologías que empleen cereales como combustibles, sino que los Estados nacionales no tengan capacidad para establecer políticas que aseguren la alimentación de sus pueblos. Verdadera soberanía es la clave.
Correo electrónico: gerdez999@yahoo.com.mx
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