Por María Teresa Jardí
La gente repite lo que la televisión le taladra en el cerebro. Y en recuperar o no nuestra capacidad de pensar, se debate el futuro de nuestro país que puede ser aún más negro de lo que se perfila hoy, de suyo, para ser mañana.
Un hijo con cierto grado de retraso de una amiga de mi consuegra yucateca, admirables ambos, madre e hijo, ha logrado superarse y tener una vida plena. Pero repite lo que la televisión le ordena que repita: que Chávez es el peligro, que AMLO también lo era, etc., y al enfrentarlo a que la tele miente queda sorprendido preguntándose ¿por qué tendrían que mentirle a él los de la tele? Al pueblo mexicano se le ha disminuido la capacidad de pensar y es como si todos, de alguna manera, hubiéramos nacidos con nuestras capacidades mentales reducidas.
Y, quizá, así es, y a fuerza de no pensar, se transmiten menos neuronas que las pocas que, de suyo, los animales humanos usamos de nuestro muy privilegiado cerebro.
En una ceremonia que hace mi consuegra cada año para despedir al ángel que nos cuidó a lo largo del año que termina y para darle la bienvenida al que llega a cuidar a la humanidad y a cada uno de nosotros a lo largo del año que recién empezará en unos días, al pensar en qué pedir más allá de salud, amor, paz, tranquilidad etc., que es en general lo que pedimos todos siempre, pensé que lo que necesitamos los mexicanos es que se nos ilumine la conciencia para ver con claridad lo que tenemos, lo que hemos perdido y lo que todavía se puede salvar.
Alguien pidió que acabase la rabia que muchos sentimos ante la corrupción y la impunidad convertidas en pilar del sistema. No. Al contrario, lo que deberíamos pedir, al niño Jesús o a Papá Noel, es que la rabia llegue a todos los corazones porque sólo así lograremos enfrentar lo que ya está aquí otra vez.
Como ayer en Chiapas, encapuchados entran hoy en Saltillo a las oficinas del obispo Raúl Vera a mandar el mensaje de que no se vale denunciar la injusticia, por más atroz que sea, y hay que acatar, por más atroz que sea, lo que el poder mande e imponga.
Entonces sobrevolaban aviones militares toda la noche por encima de la casa donde dormían, en Ocosingo, mis amigas misioneras franciscanas, mientras las luces de los tanques iluminaban su cuarto impidiéndoles dormir también con el ruido de la maniobras que hacían.
Hoy dos individuos con pasamontañas y con guantes atacaron el 20 de diciembre, alrededor de las 19:30 horas, a Mariana Villarreal, quien colabora en las áreas del jurídico y de educación del Centro Larios.
Cerraron los encapuchados las oficinas y golpeándola, la llevaron hacia un baño donde la encerraron mientras revisaban los archivos.
En entrevista desde Acteal, Raúl Vera, que había viajado para acompañar la ceremonia de conmemoración de los 10 años de la matanza de Acteal, citó como antecedente un mensaje que hace dos semanas recibió Mariana, de una persona que le ofreció el pésame por la supuesta muerte de su hermana —directora del jurídico del centro Larios— “en un accidente en el que quedó destrozada”.
“Es —denuncia monseñor Vera— un recurso de guerra sicológica”. Sí, como lo eran los vuelos de los helicópteros y las maniobras de los tanques en Chiapas. Como lo fueron las amenazas de que iban a matarlos, hasta que los mataron en Acteal como escarmiento a los otros que quisieran sumarse al EZLN.
El Centro Larios, la ONG que el Obispo de Saltillo fundó para la defensa de derechos humanos en la zona lagunera, lleva, como coadyuvante del ministerio público, los casos de Castaños, en los que están involucrados varios soldados y oficiales que violaron a 13 sexoservidoras, y la demanda contra el Grupo Minera México por incumplimiento con las familias de los 65 mineros muertos en Pasta de Conchos.
El obispo Vera ha denunciado el cúmulo de amenazas que reciben él y los agentes de su comisión pastoral laboral, y hace énfasis en las agresiones sufridas por las mujeres de su equipo y, en particular, las inferidas a los familiares de los mineros de Pasta de Conchos, a quienes, entre otras cosas, siguen constantemente con automóviles para que se sepan vigilados.
En junio del año pasado, recibió amenazas, el obispo, a raíz de una denuncia presentada por el Centro Larios, sobre la situación de varios soldados que violaron a sexoservidoras en Castaños y que están prófugos. Fue una llamada telefónica, en la que le dejaron un recado que decía: “Dígale al obispo Vera que se está sacando el boletazo”. En algunas ocasiones, tocan el interfón de su casa a altas horas de la noche y una voz les dice: “Los vamos a matar” y en marzo pasado, cuando el juicio de Castaños estaba en una fase crítica, cierta noche que circulaba en una zona del desierto de Coahuila, un vehículo lo estuvo hostigando en la carretera.
Se repite hoy la historia vivida por Don Samuel en Chiapas desde el 94, cuando estalló la guerra, de la que hay mucho que decir, ciertamente, pero la que tiene un componente innegable de hartazgo al pisoteo de la dignidad y a la injusticia sufrido por los pueblos indígenas.
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