Ley del libro, un avance
jenaro villamil
México, D.F., 29 de abril (apro).- Tres años después de que Tomás Vázquez Vigil presentara ante el Senado la primera iniciativa para la Ley de Fomento para el Libro y la Lectura; y a un año y medio de que el expresidente Vicente Fox vetara el 1 de septiembre de 2006 la ley aprobada en el Congreso, la Cámara alta finalmente reivindicó la dignidad de la industria editorial al aprobar la llamada Ley del Libro por 107 votos a favor, con los sufragios de todas las fracciones legislativas.No es para menos la alegría de la senadora María Rojo, principal promotora de esta ley en su etapa final. Presidenta de la Comisión de Cultura del Senado, Rojo tuvo que aguantar no sólo que marginaran a su comisión del dictamen final de esta iniciativa, sino que el jueves 3 de abril, una semana antes de la ocupación de las tribunas, la Mesa Directiva del Senado decidiera bajar del orden del día el dictamen que ya había sido aprobado en las comisiones de Educación y de Estudios Legislativos. Posteriormente, el senador Fernando Elizondo, del PAN, promovió un transitorio que prácticamente anulaba una de las aportaciones fundamentales de la iniciativa: el precio único del libro.La actriz María Rojo no se contuvo. “Siempre que se piensa en legislar en materia cultural, en nuestro país se incorpora un transitorio que anula toda la legislación”, le comentó a este reportero la senadora perredista. Afortunadamente, los reclamos de la legisladora y de toda la industria editorial fueron escuchados por los senadores y se eliminó este transitorio.La ruta tortuosa de esta ley contrasta con el fast track con que se aprobó la Ley Televisa en diciembre de 2005 y luego el 30 de marzo de 2006 en el Senado. Tan sólo este contraste nos da una idea de la crisis que vive el libro no sólo como industria, sino como medio de comunicación fundamental para la educación, para la difusión de la cultura y, sobre todo, para la información y formación de nuevas generaciones. La batalla que ha ido perdiendo el libro no es en contra de la pantalla televisiva o del internet sino contra los prejuicios y temores de una clase política que le viene bien el analfabetismo social.El libro se ha convertido en un lujo precisamente por la falta de fomento a la industria y por las recurrentes crisis económicas que han provocado el cierre de muchas editoriales. En el mejor de los casos, el libro se ha transformado en una mercancía más de los grandes almacenes y tiendas de autoservicio que sólo consideran como cultura los libros de autosuperación personal, los bet sellers o las obras de coyuntura. A quien se le ocurra preguntar por Wilde, Shakespeare, Rulfo o Platón en una tienda Sanborns o en Wal Mart, será visto como un marciano. A cambio de los clásicos se nos ofrecen aspirinas culturales, como Paulo Coelho o títulos de moda como El Secreto.La responsabilidad del Estado en la expansión del analfabetismo funcional –en México se lee, en promedio, menos de dos libros al año-- es uno de los puntos fundamentales de esta nueva ley. En el dictamen se establece claramente esta responsabilidad. Se crea el Consejo Nacional de Fomento para el Libro y la Lectura para hacer accesibles los libros en todo el territorio nacional.El otro problema es la neoliberalización del mercado del libro: A mediados de los ochenta se modificó el mercado de la lectura. Durante décadas, el libro en México fue adquirido preferentemente en librerías, bajo un esquema de atención personalizada y a un precio relativamente común. La preeminencia de algunos agentes económicos, acaparadores de la distribución de los libros, provocó que editoriales de gran tradición quebraran, desaparecieran o fueran adquiridas por otras firmas.La diversidad y variedad de títulos se sacrificó en aras de la uniformidad y de la baja calidad, en la mayoría de los casos. En 1997 el Congreso eliminó la exención fiscal de 100% sobre el Impuesto sobre la Renta que desde los años 70 tuvieron las empresas editoriales.La crisis tocó fondo en 2006. La comercialización de libros en librerías se contrajo 26.3% ese año y las adquisiciones en tiendas departamentales representaron el 7%. A pesar de ello, han sido los 3 mil grandes almacenes y tiendas de autoservicio quienes impusieron una perversión en el mercado. La iniciativa lo describe así:“Las grandes cadenas comerciales, que comercializan además de libros cualquier clase de productos, están en la capacidad de negociar mejores precios de parte de los editores que los pequeños puntos de vista especializados en libros, situación que va en detrimento del lector y la lectura porque la distribución extensiva reduce significativamente la diversidad de títulos.”La Comisión Federal de Competencia consideró que la instauración de un precio único puede constituir una “práctica monopólica relativa”. En este punto, la ortodoxia económica fue un error del organismo encargado de combatir los monopolios. El libro no es únicamente un producto mercantil. Es, ante todo, un bien cultural. Un lector no busca sólo el precio más bajo sino la diversidad, la calidad y el acceso de los títulos. Las prácticas depredadoras y discriminatorias para aquellos libros que “no venden” –según los criterios del mercado concentrado- han obligado a la desaparición de muchas editoriales y de muchos títulos que sólo se encuentran en aquellos sitios donde sobrevivan librerías de viejo.La nueva ley atiende a estos fenómenos y busca revertir la crisis existente desde mediados de los años ochenta en la industria del libro en México. En países como España, Francia, Alemania, Argentina, Austria, Dinamarca, Grecia, Holanda, Suiza, Portugal y Japón, donde se ha aplicado el precio único, ha florecido la lectura de libros.Leer más para estar menos apantallados en la televisión y en el Internet es un objetivo no sólo loable sino necesario en México.Comentarios: jenarovi@yahoo.com.mx
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