Indice Político
Popularmente, eso que hoy llamamos Revolución Mexicana –cualquier cosa que de ella quede— en su momento fue conocido como “la bola”. Porque al movimiento nacido para impedir una nueva reelección de Porfirio Díaz se sumaban lo mismo peones que sastres, mineros que tinterillos, aventureros que soldados y hasta desobligados jefes de familia que en ella veían la oportunidad de desembarazarse de sus compromisos.
Francisco Rodríguez
Casi un siglo después, jóvenes de las zonas suburbanas y rurales marginadas engruesan las filas de la delincuencia a veces no tan organizada, no sólo por la ausencia de oportunidades educativas y laborales, sobre todo ante la histórica incapacidad del Estado mexicano como medio de resolución de conflictos, pues tal ha generado una enorme cantidad de violencia política, inseguridad económica y, más allá de la polarización, una suerte de balcanización social en la que cada quien jala por su lado.
Dejamos ya atrás, prácticamente desde el inicio de este siglo, la época en la cual tanto la economía como la delincuencia común se mantenían en niveles más o menos controlables. Hoy, además, está ahí la efervescencia política desatada tras los muy cuestionables comicios federales de 2006, lo que a querer o no ha sido aprovechado por los capos de la droga –lo mismo nacionales que extranjeros--, para extender su violencia al conjunto social lo que evidentemente afecta a la productividad de la economía.
Lo peor es que, lo descrito en cuatro líneas, ha socavado aún más la escasa institucionalidad mexicana: Un ejemplo: la lucha de los narcotraficantes contra el Estado, junto a la presión de los Estados Unidos para actuar frente al problema de las drogas, ha saturado el sistema de justicia al incrementar el número y la complejidad de los casos investigados. Se transfieren gran cantidad de recursos hacia este problema, no sólo dejando de lado buena parte de las tareas policiales más habituales, sino desinvirtiendo en educación, salud, alimentación y vivienda de los connacionales.
Lo peor es que todo aquello que se destina a la lucha en contra del crimen es insuficiente. Siguiendo la línea más neoclásica de pensamiento económico adaptado a la aplicación de la ley, la carencia de recursos disminuye la probabilidad de ser castigado, es decir, incrementa la impunidad, y genera un efecto espejo entre buena parte de la población. El resultado, entonces, no es otro que el descrédito del sistema legal, la intimidación de la rama judicial y, en consecuencia, un incremento de la criminalidad.
Otro círculo vicioso, “aunque no lo parezca”, es el de los avances científicos. Paralela a la actuación de los traficantes de droga, se ha permitió la transferencia de tecnología más sofisticada y conocimientos más precisos de la actividad delictiva violenta hacia la criminalidad común. Las armas cada vez más potentes y sofisticadas proporcionan no sólo una oportunidad sencilla para el blanqueo de capitales, un aumento de su base social, sobre todo, la posibilidad de aumentar su potencial disuasorio en la confrontación.
Todo el panorama, pues, está “hecho bolas”.
Pero la pregunta inicial permanece. ¿Y si ya es, otra vez, “la bola”?
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