Por Ricardo Rocha
09 octubre 2008
ddn_rocha@hotmail.com
Nadie había podido resumir así la compleja urgencia histórica que enfrenta el país en un enorme desafío común
Si me viera obligado a elegir uno solo de entre el manantial de conceptos de Miguel Ángel Granados Chapa al recibir tan merecidamente la medalla Belisario Domínguez, me quedaba con este: “Reconstruyamos la casa que nos albergue a todos o erijámosla si es que nunca la hemos tenido”.
Y es que nadie hasta ahora había podido resumir en tan pocas palabras la compleja urgencia histórica que enfrenta el país en un gigantesco desafío común. Aunque, también habrá que decirlo, las responsabilidades son tan diversas como lo es la propia sociedad mexicana todavía confrontada por el 2006. Por eso, en un discurso memorable y que se convertirá en clásico, Miguel Ángel denuncia también que: “…crecen tendencias al autoritarismo, a la criminalización de la protesta social, a la guerra sucia no sólo contra los opositores al régimen, sino contra ciudadanos en reclamo de sus derechos; la desaparición forzada de personas que afecta hoy a decenas, cientos quizá, de mexicanos y los presos políticos que hoy mismo, como en los peores tiempos del autoritarismo, padecen prisión injusta”.
En otro rubro no menos terrible apunta que “el poder del dinero y el poder criminal de las armas sustraen, ya ahora con marcas crecientes de la vida en común, al imperio de la ley y la capacidad rectora del Estado. El ímpetu feroz de la delincuencia organizada parece no reconocer límites, los rompe todos; sorprende cada día con su ubicuidad y sus desplantes osados y crueles”. Y concluye con un diagnóstico implacable: “La difusión de una desesperanza, de un desánimo social, un desencanto de las formas democráticas, un cinismo que los depredadores aprovechan para medrar”.
Sin embargo, en esta reflexión magistral sobre el actual momento de la nación, Granados Chapa también apunta que “los fenómenos en sí mismos y los que provocan esta desesperanza no son una condena, sino enfermedades del espíritu colectivo susceptibles de ser curadas”.
Y que hoy “enfrentamos adversidades de tan distinta índole y semejante gravedad que hacen de las sombrías horas que corren horas de definición, de las que emergerá la sociedad disminuida y en riesgo de descomposición y aun de enfrentamiento o engrandecida para superar la magnitud del desafío para que sea, por una vez, madre providente de sus hijos. No se requiere vocación de Casandra para avizorar un futuro de vicisitudes lesivas de la convivencia, porque el pasado reciente y el presente las han incubado”.
No obstante, el autor de Plaza Pública se dice confiado en que “la energía social de los mexicanos es capaz de enfrentar esas adversidades con fortuna, sobre todo si utiliza nuevos instrumentos o de modo diferente emplea aquellos de que la República se dotó desde la hora de su fundación”. Aunque para ello establece que “es imprescindible hoy restaurar las bases de la convivencia, del acuerdo en lo fundamental… necesitamos identificar propósitos comunes impulsados desde la diferencia; necesitamos saber y obrar en consecuencia que los distintos, los otros, no son por ello peligrosos; necesitamos saber que no son enemigos, sino, acaso, adversarios”.
Luego, el amigo entrañable habrá de concluir con un llamado emocionado y emocionante: “Cada quien desde su sitio, sin perder sus convicciones, pero sin convertirlas en dogmas que impidan el diálogo, evitemos que la sociedad se disuelva”. Reconstruir la casa.
PD. Por la tarde, el Ejecutivo y el Legislativo, presentes en el homenaje, se recriminaban por formas y plazos del paquete económico 2009. A pesar del maestro, ellos no aprenden.
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