De Bretton Woods al acuerdo multilateral de inversiones
Atilio A. Boron
Este trabajo forma parte de un texto más amplio publicado en el libro de José Seoane y Emilio Taddei, compiladores, Resistencias Mundiales. De Seattle a Porto Alegre.
El objetivo de este trabajo es examinar las grandes transformaciones experimentadas por el sistema capitalista internacional en las últimas dos decadas del siglo XX a los efectos de poner de relieve los principales rasgos que caracterizan la estructura y el funcionamiento de la hegemonía norteamericana. Diversos autores, entre los que sobresale Noam Chomsky, han demostrado que a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial la diplomacia estadounidense se dio a la tarea de diseñar y poner en funcionamiento un conjunto de instituciones intergubernamentales destinadas a preservar la supremacía de los intereses de los Estados Unidos y regular el funcionamiento del sistema internacional para asegurar su adecuada gobernancia en función de los intereses de la superpotencia.(Chomsky, 2000).
Esta propuesta se plasmó en la creación de una tríada de agencias e instituciones:
a) las instituciones económicas emanadas principalmente de los acuerdos de 1944 firmados en Bretton Woods y que dieron nacimiento al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional y, poco después, al GATT. El GATT, acrónimo de General Agreement on Tariffs and Trade (Acuerdo general sobre comercio y aranceles) es un tratado multilateral creado en la Conferencia de La Habana , en 1947, firmado en 1948, por la necesidad de establecer un conjunto de normas comerciales y concesiones arancelarias, y está considerado como el precursor de la Organización Mundial de Comercio. El GATT era parte del plan de regulación de la economia mundial tras la Segunda Guerra Mundial, que incluía la reducción de aranceles y otras barreras al comercio internacional.
c) un complejo sistema de alianzas militares concebidas para establecer una suerte de "cordón sanitario" capaz de garantizar la contención de la "amenaza soviética", y cuyo ejemplo más destacado ha sido la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En el caso latinoamericano esta política se plasmó en la firma del TIAR, Tratado Inter- Americano de Asistencia Recíproca y la creación de la Escuela Inter- Americana de Defensa, organismos éstos que cumplieron un papel crucial en la reafirmación de la hegemonía norteamericana en el área y en el sostenimiento de las tenebrosas dictaduras militares que durante mucho tiempo ensombrecieron el panorama internacional. Ahora bien, si en la Guerra Fría fueron las instituciones políticas y militares del orden mundial las que desempeñaron la función articuladora general de la dominación, a partir del predominio del capital financiero y la crisis y descomposición del campo socialista -fenómenos éstos que se extienden a lo largo de casi dos décadas, el primero desde comienzos de los 1970's y el segundo a partir del decenio siguiente- se produjo un desplazamiento del centro de gravedad del imperio desde sus instituciones político-administrativas hacia las de carácter económico. Esta transformación se manifestó a través de las siguientes mutaciones:
- el desplazamiento en dirección a las instituciones de Bretton Woods se verificó también en el ataque sistemático de las grandes potencias, bajo el liderazgo norteamericano, al supuesto "tercermundismo" de la ONU y sus agencias. Esto dio origen a diversas iniciativas, tales como la salida de los Estados Unidos y el Reino Unido de la UNESCO durante el apogeo del neoconservadurismo de Reagan y Thatcher; la retención del pago de las cuotas de sostenimiento financiero de la ONU ; significativos recortes en los presupuestos de agencias "sospechosas" de tercermundismo, como la OIT , UNESCO, UNIDO, UNCTAD. Conviene recordar que en 1974 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Carta de los Derechos y Obligaciones Económicas de los Estados, un notable cuerpo legal en el cual se establecía el derecho de los gobiernos a "regular y ejercer su autoridad sobre las inversiones extranjeras" así como "regular y supervisar las actividades de las empresas multinacionales." Un elocuente recordatorio de cuán diferente era la correlación mundial de fuerzas prevaleciente en esa época lo ofrece un artículo específico de la Carta en el cual se reafirmaba el derecho de los estados para "nacionalizar, expropiar o transferir la propiedad de los inversionistas extranjeros" (Panitch: 11). Pero eso no era todo: la Carta fue acompañada por la elaboración de un "Código de Conducta para las Empresas Transnacionales" y la creación de un Centro de Estudios de la Empresa Transnacional , ambas iniciativas destinadas a favorecer el mejor conocimiento de los nuevos actores de la economía mundial y a posibilitar el control público y democrático de su accionar.
El despotismo tecnocrático de las instituciones políticas globales
Resumiendo: en los últimos veinte años se ha producido un desplazamiento de los centros de decisión internacional desde agencias e instituciones constituidas con un mínimo de respeto hacia ciertos criterios, si bien formales, de igualdad y democracia como las Naciones Unidas, hacia otras de naturaleza autoritaria y tecnocrática, que no tienen ni siquiera un compromiso formal con las reglas del juego democrático, que no son responsables ni imputables por las políticas que imponen -vía las famosas "condicionalidades" a los países que monitorean-, que sólo rinden cuenta ante los ejecutivos de sus propios gobiernos y que carecen en absoluto de agencias o procedimientos que posibiliten siquiera un mínimo control popular de las decisiones que allí se toman y que afectan la vida de millones de personas.
Este es el caso, sin duda alguna, de las instituciones nacidas de los acuerdos de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Se trata de enormes burocracias, extraordinariamente influyentes, y cuyas iniciativas no están sometidas a nada que pueda siquiera remotamente parecerse a un control republicano.
Su despotismo tecnocrático encuentra sus límites tan sólo en las preferencias e inclinaciones del puñado de gobiernos que efectivamente cuenta en su dirección y control. No deja de ser aleccionador el hecho de que gobiernos que se ufanan de ser los adalides de la vida democrática no sólo consientan sino que apoyen y promuevan el papel de instituciones intergubernamentales de este tipo cuya estructura, diseño, filosofía y comportamiento se aparta radicalmente de los principios democráticos. Tomemos, por ejemplo, el caso del Fondo Monetario Internacional. Su directorio, que es el órgano ejecutivo de la institución, se rige por un sistema de voto calificado que coloca el poder decisional en manos del capital y principalmente del representante norteamericano. Es decir, los países que forman parte del FMI -y las presiones y los chantajes para que soliciten su admisión al mismo son impresionantes- entran a un club en donde sólo unos cuantos tienen voto, mientras el resto está condenado a un papel pasivo y subordinado. Así, los Estados Unidos tienen el 17,35 por ciento del poder de voto mientras que un país "sospechoso" para el consenso liberal predominante -nos referimos al Japón- sólo controla el 6,22 por ciento de los votos. Ahora bien: cualquier decisión importante requiere una mayoría calificada del 85 por ciento de los votos del directorio. Por lo tanto, USA tiene poder de veto y no sólo derecho a voto. Podría alegarse, desde el plano meramente formal, que el conjunto de países de la Unión Europea tiene 23,27 por ciento de los votos y, por lo tanto, tiene la posibilidad de doblegar el veto norteamericano. Pero ésta sería una visión meramente formalista porque si hay algo de lo que la Unión Europea carece es de unidad. No existe Europa, al menos todavía. Es una ilusión. Por ahora lo que existe es Alemania, Francia, Gran Bretaña y así sucesivamente, y el Viejo Continente paga un precio exorbitante por este déficit estatal. Así lo anota Z. Brzezinski cuando dice que Europa "es una concepción, una noción y una meta, pero todavía no es una realidad. Europa Occidental es ya un mercado común, pero todavía está lejos de ser una única entidad política" (Brzezinski: 67). El discurso dominante que celebra la extinción de los estados nacionales está destinado al consumo de los espíritus cándidos y no al de los intelectuales del imperio.. La inexistencia fáctica de la Unión Europea se torna patente cuando se comprueba que los países miembros de la UE jamás votaron unitariamente en contra de una iniciativa de los Estados Unidos en el seno del directorio del FMI. El voto europeo fue invariablemente fragmentado, con Gran Bretaña cumpliendo su tradicional papel de "junior partner " de los intereses norteamericanos.. Descarnadamente concluye Brzezinski que estas agencias "supranacionales" deben considerarse como parte del sistema de dominación imperial, "particularmente las instituciones financieras internacionales. El FMI y el BM se consideran representantes de los intereses 'globales'. En realidad & son instituciones fuertemente dominadas por los Estados Unidos" (Brzezinski: 28-29). Este sesgo pro-norteamericano ante el cual se doblega una Europa carente de sustento estatal se observa también en la Organización del Comercio Mundial. Un análisis hecho recientemente sobre las disputas comerciales revela que "sobre 46 casos de conflictos comerciales USA perdió 10 y ganó 36″ (Alternatives Economiques, 33). Éstas son las instituciones "supranacionales" y globales que, hoy en día, constituyen el embrión de un futuro gobierno mundial.
Zbigniew Brzezinski
Otro de los grandes intelectuales orgánicos del imperio, Samuel Huntington, ha observado con preocupación las debilidades que la condición de "sheriff solitario" puede reportar para los Estados Unidos. Ésta le ha llevado, nos dice, a un ejercicio vicioso del poder internacional que sólo podrá tener como consecuencia la formación de una amplísima coalición anti- norteamericana en donde no sólo se encuentren Rusia y China sino también estados europeos, y recientemente Latinoamérica lo cual pondría seriamente en crisis al actual orden mundial. Para refutar a los escépticos y refrescar la memoria de quienes se han olvidado de lo que son las relaciones imperialistas conviene reproducir in extenso el largísimo rosario de iniciativas que según Huntington fueron impulsadas por Washington en los últimos años: "presionar a otros países para adoptar valores y prácticas norteamericanas en temas tales como derechos humanos y democracia; impedir que terceros países adquieran capacidades militares susceptibles de interferir con la superioridad militar norteamericana; hacer que la legislación norteamericana sea aplicada en otras sociedades; calificar a terceros países en función de su adhesión a los estándares norteamericanos en materia de derechos humanos, drogas, terrorismo, proliferación nuclear y de misiles y, ahora, libertad religiosa; aplicar sanciones contra los países que no conformen a los estándares norteamericanos en estas materias; promover los intereses empresariales norteamericanos bajo los slogans del comercio libre y mercados abiertos y modelar las políticas del FMI y el BM para servir a esos mismos intereses; … forzar a otros países a adoptar políticas sociales y económicas que beneficien a los intereses económicos norteamericanos; promover la venta de armas norteamericanas e impedir que otros países hagan lo mismo; … categorizar a ciertos países como "estados parias" o delincuentes y excluirlos de las instituciones globales porque rehúsan a postrarse ante los deseos norteamericanos" (Huntington:48).
No sorprende, por lo tanto, que las negociaciones fueran emprendidas en el mayor secreto y con un estilo fuertemente conspirativo bajo el liderazgo de los Estados Unidos, país crucial por muchas razones, desde militares hasta políticas y económicas en cuanto fuente principal de inversiones en el extranjero y primer receptor de inversiones externas del mundo. La OECD se encargó de comenzar, en mayo de 1995, los trabajos preparatorios con vistas a concluir con la firma del tratado dos años después. El borrador inicial del texto fue elaborado por un "think tank " empresarial, el Council for International Business, el que según sus propias declaraciones "impulsa los intereses globales de las empresas norteamericanas tanto en el país como en el extranjero" (Chomsky, 2000: 257). Previsiblemente, el Council puso todo su empeño para garantizar la naturaleza absolutamente leonina del engendro jurídico resultante. Lander comenta que el secreto con que se condujo esta primera fase del proceso de negociaciones fue tan marcado que en muchos países sólo los más altos funcionarios del ejecutivo en áreas relacionadas con lo económico y comercial estaban al tanto de las negociaciones. Por supuesto que ni los parlamentos ni la opinión pública, para no hablar de los partidos, sindicatos u organizaciones populares, tuvieron el menor acceso a las mismas. Chomsky provee abundantes datos para sostener la hipótesis de que los grandes medios de comunicación de masas estaban al tanto de esta verdadera conspiración pero se cuidaron de revelarla.
En todo caso, toda esta maquinación se derrumbó como un castillo de naipes cuando a mediados de 1997 una ONG canadiense, el Council of Canadians, obtuvo una copia altamente confidencial del borrador que estaba siendo considerado y lo colocó en Internet. A partir de su divulgación, se gestó un amplio movimiento internacional de oposición integrado por organismos de ambientalistas, de lucha contra la pobreza, de defensa de los derechos laborales y de organizaciones de pueblos indígenas de todo el mundo que impulsó una exitosa campaña global de oposición al AMI, exigiendo la suspensión de las negociaciones a menos que su contenido sea alterado significativamente. Esta saludable reacción de algo que podríamos denominar con cierta laxitud como algunos sectores de la "sociedad civil internacional" fue caracterizada por el órgano por antonomasia del capital financiero, la revista inglesa The Economist, como "una horda de vigilantes" que había aplastado las nobles intenciones de las grandes empresas y de la OCDE gracias a su "buena organización y sus sólidas finanzas … para ejercer una gran influencia sobre los medios de comunicación" (Chomsky, 2000: 259). El activismo internacional desatado por la sola exposición de los escandalosos borradores del AMI ante la opinión pública mundial, facilitada extraordinariamente por la Internet , provocó no sólo el bochorno de los gobiernos implicados en esta verdadera conspiración mundial contra la democracia sino que las negociaciones fueran abortadas abriéndose en consecuencia una nueva etapa de luchas y resistencias que probablemente impidan definitivamente la concreción de las mismas. Como observa Chomsky, se trató de un logro sorprendente de las organizaciones populares que se enfrentaron con éxito a la mayor concentración de poder global de la historia: "el G7, las instituciones financieras internacionales y el concentrado sector corporativo estaban de un lado, con los medios de comunicación en el bolsillo" (Chomsky, 2000: 259). Los meses posteriores habrían de reproducir nuevas victorias populares en Seattle, Ginebra, Washington y Praga, demostrando que la hegemonía del neoliberalismo tropieza y seguirá tropezando ahora con serias y cada vez más enconadas resistencias populares.
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