Octavio Rodríguez Araujo
Las elecciones en Guerrero son un esbozo y un anticipo de lo que podría ocurrir a escala nacional: estados donde uno de los tres principales partidos es débil, gana el mejor organizado y el que presenta menos fisuras en su interior. También enseñan esos comicios que los viejos trucos electorales (compra de votos, robo de urnas y otras trampas antiguas y similares) no han sido erradicados en ninguno de los partidos contendientes (señaladamente en el PRI).
El gran perdedor en Guerrero no fue el PAN (débil y minoritario en el estado), sino el PRD. Y éste perdió, entre otras razones, porque no se ha querido dar cuenta de que su lucha interna, facciosa y plagada de irregularidades, lo ha debilitado; es decir, que se acerca peligrosa y rápidamente a su desprestigio total ante la ciudadanía en general y, peor, ante sus afiliados que quisieron ver en el partido una opción de centro-izquierda o de izquierda por comparación con otros partidos. Agreguemos a lo anterior el grisáceo y ambiguo gobierno de Zeferino Torreblanca.
¿Por qué ocultar todavía lo obvio? El PRD está dividido y los de Nueva Izquierda han evidenciado que no quieren soltar la dirección partidaria, como si en esto les fuera su propia existencia. Error. Un partido tan claramente dividido, que se mata a sí mismo, como bien caricaturizara El Fisgón (La Jornada, 7/10/08), no beneficia a nadie, ni a los chuchos ni a los encinistas, ni a los lopezobradoristas ni a la izquierda en general. En unos estados el PAN saldrá favorecido, en otros el PRI, según la debilidad de cada uno de éstos en cada una de las entidades federativas, pero difícilmente el PRD que sigue el mismo camino de la economía mundial: en picada.
¿Por qué tendría que ser así? Por una razón sencilla y a la vez dramática: el PRD quiso ser la opción de izquierda en el país y en muchos sentidos tenía la posibilidad de ubicarse en esa posición y ser visto como tal. El campo de la derecha se lo dejaron al PAN (bien ubicado en esta posición) y al PRI, aunque éste ha querido ser caracterizado como de centro-izquierda, que no lo es (el prianismo no es una invención extraña a la realidad, sino un concepto acertado).
Sin embargo, el PRD no supo asumir su papel histórico y sus principales tribus se lanzaron a una lucha que debieron dirigir (juntas) contra sus verdaderos adversarios (y tal vez enemigos). Por ganar hegemonías internas –quizá inmerecidas– terminaron por minar su propia plataforma de identidad: queriendo ganar perdieron, están perdiendo y en la elección federal de 2009 volverán a perder (cæteris páribus) para quedar en un deshonroso tercer lugar en la Cámara de diputados (aclaro que no es un profecía, y menos de mi gusto).
Lo ocurrido en Guerrero ha sido el típico voto de castigo. Por no hacer bien las cosas desde los gobiernos municipales y estatal, por presentarse divididos confundiendo y fragmentando al electorado, por no garantizar mínimos de gobernabilidad y por otras veleidades muy propias de políticos improvisados, el PRD no logró mantenerse en los niveles de votación de hace tres años. El PRI cosecharía en ese río revuelto (no sin sus tradicionales trampas que todavía sabe hacer) y, así las cosas, dentro de tres años los perredistas, los “buenos” y los “malos”, perderán también el gobierno del estado a favor del tricolor (si no entienden la lección y actúan en consecuencia).
La magnitud de esta catástrofe de la izquierda (o, si se prefiere, del centro-izquierda) no ha sido evaluada adecuadamente; no todavía. No sé si algún día pueda hacerlo, pero sí adelanto algo que podría crispar los nervios de los mexicanos de a pie: los repetidos fracasos de la izquierda o del centro-izquierda dejará manos libres a quienes han aceptado, como receta indiscutible de gobierno, los dictados de Washington y las ambiciones en México de las grandes trasnacionales que dominan la economía mundial. Más aún: los movimientos de protesta y de oposición, en su mayoría abandonados a sus propios y escasos recursos, estarán cada vez más aislados y desarticulados por la falta de apoyo partidario que, en México y en otros países, suele ser el más permanente o, si se quiere, el menos efímero en las luchas sociales y políticas. Los partidos, no debería olvidarse, son, con todo y sus defectos, organizaciones normalmente nacionales (no locales, regionales o gremiales) y de cierta permanencia, permanencia que no suelen garantizar los movimientos sociales como tales. Y todo partido que se defina como de izquierda (incluso moderada) tiene que estar con los movimientos sociales, acompañarlos (no necesariamente dirigirlos), darles su apoyo y arriesgarse con ellos en sus enfrentamientos con el poder (económico y/o político). La lógica es muy sencilla: quienes participan en movimientos sociales de oposición o que simplemente están inconformes votarán por aquellos partidos que, a su juicio, también se opongan, pero si éstos no se enfrentan al poder o pierden el tiempo luchando internamente en lugar de cumplir su papel de opositores, pues no debe extrañar que la gente les dé la espalda, se exprese mediante el famoso voto de castigo y sufrague, por no dejar, por cualquier otro partido.
Guerrero es un ejemplo, pero veremos más.
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