Carlos Fernández-Vega
Camino hacia otro sexenio perdido
Antes que ofrecer una versión medianamente creíble sobre el por qué de su exasperante lentitud ante el azote económico-financiero que zarandea al país, el inquilino de Los Pinos y su eficiente equipo prefieren justificar: la crisis viene de afuera, la importamos, no somos los causantes, no nos echen la culpa, no fuimos nosotros, aquí no pasa nada.
Y tan nada pasa, que ayer a media jornada el tipo de cambio del peso frente al dólar rebasó las 14 unidades por billete verde –ese sí un hecho histórico– que obligó al Banco de México a meter la mano en el mercado cambiario: 2 mil 500 millones de dólares de las incólumes reservas para paliar el deterioro, acción que si bien hizo recular la cotización no logró que ésta fuera menor a la de la víspera. Con todo, la devaluación acumulada en los últimos dos meses sobrepasa 24 por ciento.
Nada pasa, dicen, pero en el mejor de los casos y si las cosas no empeoran –lo cual es dudosos sostener– la economía mexicana “crecería” 2.1 por ciento en 2008, 43 por ciento menos que la estimación original del gobierno calderonista y 56 por ciento por abajo con respecto al resultado de 2006, de acuerdo con la más reciente proyección del Fondo Monetario Internacional, quien no se quedó allí: para 2009 prevé que el “incremento” en el PIB mexicano no pase de 1.8 por ciento. De concretarse las predicciones del FMI, uno de los costos más drásticos en el bienio sería en generación de empleos: alrededor de 700 mil de ellos dejarían de crearse, independientemente de los existentes que lleguen a cancelarse por el efecto de la crisis.
Con esas nuevas previsiones, que no son las decisivas porque esto apenas comienza, de nueva cuenta surge victorioso y fortalecido el síndrome del 2 por ciento: en el primer trienio de la “continuidad”, la tasa anual promedio de “crecimiento” económico no pasaría de 2.3 por ciento en el mejor de los casos, o lo que es lo mismo, la media anual del último cuarto de siglo, la “coyuntura” permanente. Todo apunta, pues, para otro sexenio perdido.
La crisis es a Felipe Calderón lo que el terremoto de 1985 a Miguel de la Madrid. Entonces, como ahora, el gobierno, de por sí inmóvil, se petrificó, inundado de pánico, y sólo atinó a justificar: no fui yo, me cae; la culpa es de la madre naturaleza, a ella reclámenle, lo que de cualquier suerte no resolvió nada.
De entrada, pues, el aquí no pasa nada costó 2 mil 500 millones de dólares (recursos públicos, desde luego) y 400 millones diarios adicionales hasta que las aguas “tomen su curso”. Si se echan cuentas, es muchísimo dinero para antigripales, independientemente de si son dineros de las preciadas cuan –hasta ayer– intocadas reservas internacionales, que ni siquiera osaron rozar para utilizarlas en el salvamento de los damnificados por el devastador huracán Wilma en 2005, para las inundaciones tabasqueñas de 2007, o para tantas otras urgencias sociales. Una vez más, dinero de la nación para alimentar a los buitres especuladores.
En medio del aquí no pasa nada, a la “prudencia” y el llamado al “ahorro” de las autoridades hacendarias, ahora se suma el llamado a la “paciencia”, la “calma” y la “confianza” que ayer lazaron tres de los petrificados del calderonismo: el doctor catarrito Agustín Carstens, el experto en crisis de “coyuntura” Guillermo Ortiz y el señor de los contratos Juan Camilo Mouriño, no hace mucho acérrimos defensores de que las sacudidas en el norte les hacían los mandados.
Como siempre, la drástica realidad impone su paso: el aquí no pasa nada devino en programa de emergencia, divulgado ayer en cadena nacional por el inquilino de Los Pinos, quien para variar inició su perorata con una serie de frases huecas que se repiten desde hace 26 años y se limpió las manos, porque la crisis es de importación.
Sin embargo, lo único rescatable del mensaje en cadena nacional es que el michoacano, quiéralo o no, se vio en la penosa necesidad de reconocer que la única forma de salir del hoyo, de crecer y generar empleo es por medio del gasto público, amén de anunciar el sepelio de los voluminosos cuan costosísimos Pidiregas y liberar recursos de la nación celosamente guardados bajo mil llaves, que bien a bien nadie sabe a cuánto ascienden, perdidos en la maraña de fondos, fideicomisos, y demás subterfugios que en nada han beneficiado a los mexicanos.
¡Sorpresa!: tantos años desperdiciados para llegar a la conclusión que para rescatar el maltrecho cuan inoperante esquema neoliberal y su oprobiosa política económica, de que la única forma para crecer, generar empleo y distribuir de mejor forma la riqueza es el gasto público.
El inquilino de Los Pinos se refirió al ostentoso deterioro que sufre la tercia de patas que sostiene a la economía nacional, es decir, petróleo, turismo y remesas (más la invisible de los narcodólares): la primera se tambalea, la segunda se rompió y la tercera está por hacerlo. Y para aderezar la “gripa” por él originalmente definida, reconoció la caída en exportaciones, inversión, empleo, crecimiento económico, impuestos y demás. Demasiado para una simple “gripa”.
La parte interesante de la cadena nacional fue la relativa al uso de recursos públicos atesorados y celosamente guardados para fomentar el crecimiento económico y la generación de empleo. La obra pública con el gasto ídem como única palanca para el desarrollo. Lo negaron todos estos años, hasta que la realidad les estalló en la cara, que sería lo de menos de no estar de por medio cinco lustros perdidos para los mexicanos.
Habrá que ver si con esta, por fin, aprenden. Ya son muchos desperdicios. En vía de mientras, se incrementará el gasto público en infraestructura energética, carretera, ferroviaria, educativa, de salud, seguridad, agropecuaria, hidroagrícola, vivienda popular, deportiva, urbana y turística, amén de procurar fondos para las pequeñas y medianas empresas del país, las grandes generadoras de empelo. Y de pilón una refinería, es decir, lo que desde muchos años atrás se ha propuesto para sacar al país del hoyo.
Las rebanadas del pastel
En medio del ajetreo, otros aprovechan para ampliar sus tentáculos en un sector que no sólo dejó de ser de los mexicanos, sino que ahora se negocia entre las propias trasnacionales. Resulta que la Comisión Federal de Competencia autorizó a la española Gas Natural la compra de las centrales eléctricas que en México posee la también española Unión Fenosa, por medio de la cual la gasera se queda con casi mil 500 megavatios, para sumarlos a su capacidad instalada que ya asciende a más de 3 mil 700 MW, producto de otra adquisición, el año pasado, a Electricity de France y a la propia Unión Fenosa, con lo que 33 por ciento de la “producción independiente” de energía eléctrica se queda en manos de este consorcio oficialmente dedicado a la comercialización de gas natural en México, en el que también es amo y señor.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario